Capítulo 16. Paul.

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El viento corría en fuerte brisa hacía el norte. Adoraba ver las hojas caer de poco en poco hasta llegar al suelo. Eran épocas ventosas, con poco Sol que quemase nuestras pieles. Continué repasando el lápiz sobre el papel, dando últimos trazos a mi dibujo olvidado.

¿Quién habré sido yo en realidad? No lo sabía. Nada. Ni un mísero indicio que me diera respuestas. Mi mente estaba en blanco. Sólo venía a mí la voz de un hombre molesto, más no recordaba sus palabras, pero sí el timbre. John... ¿Ese sería mi verdadero nombre?, ¿por qué no puedo recordar nada?, ¿qué me detiene?

Durante los últimos días, Michelle había llevado a casa más utensilios de dibujo para mí. Acuarelas, lápices de carboncillo y distintos tipos de hojas. ¿Yo habré sido algún artista olvidado? Muy solitario para que nadie me recuerde en el mundo, o haga polémica sobre mi paradero. Quería creer que era de esa manera. El dibujo era uno de mis pasatiempos preferidos, pues utilizaba las manos, sobre todo la izquierda, moviendo de un lado a otro fugazmente, con un pulso controlado. Como si estuviese acostumbrado a usarla. Dicho descubrimiento lo hizo Michelle al notar el movimiento que hice yo mientras estuve recostado. ¡Era tan lista mi señorita!

Cuando di el contorno final, eche una mirada al dibujo recién terminado. Era un rostro, uno que me encantaba. Dos minutos después rompí la hoja, la hice bolita y arroje al bote de basura que tenía a unos centímetros de distancia. ¡No, no puedo dibujarlo al ras!

—¡Ella no es pelirroja! —exclamé, sabiendo que estaba solo. —¡Michelle es rubia, rubia!

Otro dibujo más echado a perder. Todo comenzaba normal. Me imaginaba a mi señorita bella; sentada en el alfeizar y sonriéndome tiernamente, como todas las mañanas antes de irse. Comenzaba haciendo un círculo, después borraba y daba trazos delicados con la punta del lápiz. El rostro de Michelle estaba en mi mente constantemente que ya me lo sabía de memoria. Sus ojos verdes, labios rosas, pálidas mejillas y una abundante cabellera rubia que le caía en forma de caireles. Pero cada vez que realizaba a la tarea de pintar el retrato, el cabello de Michelle terminaba mezclándose con el color rojo, o lo pintaba completamente de un color rojo zanahoria. Inclusive en una ocasión le ponía un flequillo recto, y tenía la impresión de estar viendo a otra mujer. ¡Más no la que yo esperaba!, ¡yo sólo quería a mi señorita Michelle! Ella era la mujer más bonita. La única que podía recordar. Mi salvadora. Cada vez que regresaba a casa, campante o cansada por el trabajo, mi rostro se iluminaba al notar su sonrisa sólo para mí.

—¿Por qué no puedo ponerte rubia? —me queje. —Te tengo en mi cabeza con el cabello rubio, pero al momento de pintar mis manos, inconscientemente, cogen la pintura roja y destrozan tú retrato completamente. ¡Odio no poder retratarte tal cuál eres!

Lancé el lápiz al suelo y moví mi silla de lugar hasta llegar a la sala principal, en donde estaba la pequeña televisión. Encendí el botón rojo con ayuda de un palito de madera, ya que no podía levantarme. Estaban pasando un programa de noticias, el que siempre pasaban en las tardes.
Los colores en blanco y negro se me hacían tan aburridos que nunca prestaba atención a la pantalla.

Di unas palmadas a mis piernas sin sentirlas. ¡Odiaba aquello! Odiaba no poder caminar como el resto de las personas. No sentía nada, mis piernas estaban muertas para mí. Eso me convertía en un ser diferente, en alguien raro. Veía a Michelle caminar y sentía envidia y un poco de tristeza. Yo estaba ahí, sentado sin poder ayudarle cuando se golpeaba o llegaba cansada. Era una carga para ella. Y, gracias a mí, trabajaba horas extra, rodeada de más personas del sexo masculino. Sobre todo de ese tal doctor John... de quién hablaba seguido. Seguramente ese hombre era muy guapo, mucho mejor que yo, que tengo heridas en el rostro y brazos. ¡Camina! Cosa que jamás hago, o haré...

A day in the life (The Beatles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora