Brian Epstein. Eppy, nuestro Eppy. El hombre que nos había descubierto en una tocada en The Cavern, dando a apreciar nuestro talento. Quien nos daba órdenes y "estilo propio" al momento de actuar. Mi corazón palpitaba... no podía creerlo, ¡Brian no podía estar muerto! Mi mente se negaba a aceptarlo. ¿Cómo podría ser posible si apenas dos días lo habíamos visto? Muerto. Unos ojos estaban completamente cerrados y ya no volverían a abrirse. Muerto. ¡Y qué tanta vida tenía por delante! Oh, destino, pensé suplicante, ¿por qué nos das otro trago amargo?
—¡Eso no puede ser! —masculló mi esposa, Pattie, llevándose ambas manos a la boca. Estaba incrédula.
¿Quién de nosotros no podía querer a Brian sí nos ayudaba en todo lo que podía? Había sido Brian mi padrino de bodas al igual que con John. Él era generoso con las personas que deseaban acercarse al grupo. Fue como un padre para nosotros. Recordé su mirada estética y lo mucho que sus cejas se fruncían cuando hacíamos alguna travesura. Me acordé de su porte elegante y su sonrisa cada vez que le llamábamos Eppy, o cuando nos seguía el juego a los chicos o Cilla.
John no dejaba de sollozar, mientras era ayudado por Faul y Ringo a ponerse de pie. Ninguno de los presentes tenía palabras para expresar. Muchos le conocían por lo gran hombre que había sido Brian. Y, en minutos llenos de silencio, cada quien se despidió a su manera de él. Mi corazón, ahogado, estallaba en lágrimas por aquel segundo padre que la vida me había dado, y ahora la misma vida me lo arrebataba como me hubo arrebatado a Paul.
Paul, Paul..., sí nos contemplas desde el lugar donde te encuentras, cuida de Brian y no le dejes solo en su nuevo camino..., en su nuevo viaje hacia la luz.
El Maharishi fue a nuestro encuentro y nos reunió en un círculo sagrado. Nos pidió unir las manos a todos los que conformábamos la familia de Los Beatles. Cerramos los ojos y respiramos profundamente.
—El espíritu de nuestro queridísimo hermano Brian todavía ronda por nosotros —comenzó a decir el Maharishi con un tono de voz tranquilo. Nos pedía estar relajados y respirar profundamente —. Podemos sentir su presencia, aún no ascendiente de las alturas. Siéntanle y vean en ustedes mismos la luz del nuevo amanecer del hermano Brian Epstein.
Por más que trataba de ver a Brian lo único que conseguía era ver nebulosa gris que poco a poco se tornaba a blanca. ¿Brian, eres tú?
—Hermanos míos, piensen en positivo y cosas buenas para Brian, así le ayudarán a tener un paso fácil en su recorrido a la nueva evolución... —lanzó un respiró profundo y ruidoso, comenzando a parafrasear en su lengua de origen natal.
Adiós a un fabuloso hombre. Ten un buen camino, mi recordado Eppy.
[...]
Tomamos un tren de regreso a Londres el siguiente día, pues un día antes todos estábamos en pleno shock para tomar las cosas a la ligera. El deber no nos permitía quedarnos para gozar de una meditación que no nos ayudaba a concentrarnos en aquel momento. Persistía la consternación al estar ahora solos. Nuestros semblantes eran fríos, del mismo tono que la piel estuvo el día en que murió Paul.
Paul... ¿Por qué teníamos qué pagar con otra muerte?, ¿acaso ese era nuestro castigo por mentir a más de un millón de personas en el mundo?
Al bajar del tren una ola de personas se nos fue encima. Periodistas y aficionados llorosos. Mi mente empezó a resonar causándome estrés. Fruncí el entrecejo, ¡cuán molestosos eran las personas chismosas! Ninguno de nosotros tuvo el valor y la paciencia para contestar.
—No lo creo posible —dijo Ringo horas después de haber sabido la causa de la muerte de Brian y haber velado al mismo. —¿Una sobredosis?, ¡Brian ni siquiera era consumista posesivo! Me es imposible creer que un hombre tan pulcro tuviese tantas ansiedades como para ingerir tres tipos de drogas, ¡y de las más peligrosas!
El último veredicto había sido claro y preciso: una sobredosis. Brian había consumido tres drogas distintas de alguna manera que éstas surtieran un efecto letal en él. ¿Pero en qué cabeza cabía esa posibilidad? Sólo nosotros,
Los Beatles, conocíamos mejor a nuestro manager para saber que las drogas no eran de su gran preferencia. Brian habría muerto por otra cosa menos de una sobredosis por consumir tres drogas.—Él nos veía como a unos hijos —hablé yo. —Y era una figura de autoridad para nosotros. Cada vez que consumía en su presencia me alertaba de los peligros que corría mi vida así que no me es posible entender. No puedo creer la teoría de los malditos médicos aunque me muestren mil pruebas más. ¡No!
Azoté la mesita de estar de la casa de Brian. Mi acto fue tan fuerte que hizo a Faul alzar la vista por vez primera desde nuestra llegada a Londres. Él estaba tan callado que me parecía mentira.
—¿Es qué no se quieren dar cuenta, verdad? —carcajeó John, sarcásticamente. Se puso de pie y comenzó a caminar por el estrecho pasillo que colindaba con la cocina. Todos le seguíamos el paso. John volvió con una pequeña taza de porcelana en mano y luego la arrojó al suelo en un dos por tres. La porcelana se rompió en pequeños pedacitos que John se encargo de pisar. —Brian no murió por sí sólo... —respiró. —A él lo asesinaron. Y su asesino fue la misma persona que se encargo de matar a esa muchacha por la cual Brian se compadeció... ¿no les queda todo claro?, ¡Brian quería hablar también!, ¡y Maxwell se encargó de cerrarle la boca con una trampa! Una, dos, tres drogas colocadas en forma de trampa —ahogó un sollozo y se dispuso a continuar —. Por mucho tiempo recorrí lugares con él como para saber sus gustos y poca sabiduría sobre las drogas..., prefería el alcohol o una copa de vino. Él no pudo matarse. Doy todo jurando que fue asesinado por Maxwell o alguno de sus perros. ¡Y le voy a vengar! —juró ante todos nosotros. —Esto ya no es por Paul únicamente, sino también por Brian, quien fue más que un amigo para mí, fue un padre. Uno verdadero.
—¡Yo te apoyo, John! —dije en tono decidido, con sed de venganza.John alargó su mano derecha en esperar de coger la mía. Cedí la mano en cuestión de segundos y ambos sonreímos con malicia. Ringo no actuó de la misma manera en la que esperábamos, o al menos yo. Le miramos por un momento; él permanecía sentado en una pose pensativa, dudosa.
Carraspeé la garganta en busca de su respuesta. Le miré con más decisión y parpadeo rápido.
—¡Al igual que yo! —exclamó Ringo finalmente, uniendo su mano con la de nosotros para formar una.
Éramos uno. Como nuestro lema. Nadie podría vencer a Los Beatles.
Lennon nos sonrió con malicia y, por primera vez, en un lapso de segundos, logré tenerle miedo y admiración al mismo tiempo.
—Sí Maxwell quiere guerra, la va a tener... —se expresó fríamente. —Haremos que su mentira caiga rigurosamente, mientras que se retuerza como gusano por el daño que nos ha causado, ¡y sé cómo llevar el plan acabo!
Sin un padre que nos previniese de las consecuencias o nos ayudase en problemas, ahora éramos unos hombres, para bien o para mal. Habíamos dejado atrás los recuerdos, así como dejamos las chaquetas de cuero y los trajes negros que cambiamos por ropa liviana y colorida. Los Beatles temerosos se irían, ya se habían ido con los otros dos miembros, dando la bienvenida a otros Beatles más maduros y sin temor a las consecuencias. Unos que impartirían la justicia con sus propias manos en honor a los que ya no estaban.
—Acabaremos con él y sus hombres —continuó diciendo. —Lo juro.
Entonces John se apresuró a sacar de su bolsillo una pequeña navaja e hizo una pequeña cortada en nuestras palmas con delicadeza. La sangre de las manos comenzó a surgir, espesa, lenta y placenteramente. Fue un dolor espasmódico. Los dientes me calaron pero me aguante al igual que mis compañeros. ¿Qué más dolor podía sentir del que ya me habían causado?
Sin advertir nada, Ringo, John y yo unimos las sangres como significado del juramento que hacíamos. Nuestro pacto de hermanos.
Faul fue el único que no se movió de su lugar, temeroso de lo que estaba por venir de aquí en adelante. Él no era un Beatle, así que no nos importaba.
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A day in the life (The Beatles)
FanfictionCuenta la leyenda que el Beatle, Paul McCartney, falleció el nueve de noviembre del año mil novecientos sesenta y seis tras un accidente automovilístico, mismo que Los Beatles restantes se encargaron de contar mediante una serie de pistas. Muchos di...