Capítulo 27. Llega el 68 con sorpresas.

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Al finalizar la cena, Ringo condujo hasta casa de Michelle y estacionó la camioneta fuera de los límites que rodeaban la morada. Ambos miraron directo al hogar; las luces estaban apagadas salvo la de la entrada.

—Ángel debe estar dormido —dijo Michelle. —Ya es tarde.

Bajó del automóvil de Ringo y él le siguió los pasos. Cerraron las puertas al mismo tiempo.

—¿Tú crees? —le dijo el Beatle. —¿Y si verificamos juntos?

Las ganas por volver a ver a su amigo eran inmensas. Aunque también le causaba un poco confusión entre sí saltar de alegría o echarse a llorar.

—Será mejor que hagamos las cosas tal cual las marcamos en el plan —dijo Michelle muy serena. —¿De acuerdo?

Ringo asintió, llevándose una mano al rostro.

—Muy bien, Michelle. Te agradezco todo lo que hiciste hoy por mí. Esta noche jamás la olvidaré, lo juro.

Se acercó a la joven y le depositó un beso en la mejilla. Michelle hizo lo mismo y después sonrió. Pensaba en ese momento, "¡vaya, un Beatle me está besando!". ¿Y qué más pediría? ¡Ella cuidaba al Beatle más guapo y codiciado de los cuatro! Paul, el de la cara bonita, el de la voz encantadora, el de las nalgas redondas...

Cuando Ringo se fue, ella se metió a la casa. En efecto, Ángel se encontraba en su habitación, durmiendo. Al verlo ahí, tan tranquilo y sumido en un profundo sueño, Michelle sonrió. Sí tan solo hubiera sabido antes de quién se trataba, tal vez las cosas serían diferentes ahora.

—Ay amigo —dijo en voz baja desde la puerta de la habitación —, qué vida tan alocada la que solías llevar antes. Pobre de ti, pero te lo prometí una vez: nada malo te sucederá.

Cerró la puerta y se marchó a su habitación.

[...]

Al día siguiente Ángel no tenía sesión de ejercicios en el hospital, por lo que estuvo en su hogar. Michelle, por el contrario, había ido a trabajar. Como se estableció en su plan con el Beatle, Ringo pasó por ella a su salida del hospital, a eso de las seis de la tarde. Aquel día, Ringo conocería oficialmente a Ángel.

Cuando llegaron y bajaron, Michelle se aproximó a Ringo.

—Trata de no asustarlo o exaltarte demasiado. Recuerda que él desconoce la cercanía que tiene contigo, ¿entendido?

Ringo asintió afirmativo.

—Te prometo actuar lo más natural posible —dijo Ringo mientras sacaba una guitarra de la cajuela de su automóvil.

Michelle y él avanzaron hasta su casa. Apenas llegaba al umbral y ya se escuchaban dulces melodías desde la ventana. El inválido Paul estaba tocando el piano, otra vez. Llevaba casi todo el día haciéndolo. Le gustaba. Era como si se sintiera vivo, distinto, como si pudiera caminar cuando lo quisiese.

Ángel se detuvo al ver que se habría la puerta.

—Hola —le saludó la chica. —¿Qué tal, amigo?

Él sonrió y dejó sus manos sobre las teclas del piano.

—¡Michelle! Estoy bien, gracias. Me alegra que hayas llegado.
—Sí —masculló. —Adivina. ¿Recuerdas que ayer fui a cenar con un viejo amigo?

Eso molestó a Ángel que, rodeando los ojos, asintió muy seco.

—Pues le hablé de ti y quiere conocerte. Te va a encantar, Ángel. —se dirigió a la puerta. —Pasa.

Entonces Ringo ingresó a la casa y cruzó miradas con Ángel, que pareció sorprendido ante su presencia. A Ringo casi le da otro ataque de alegría, pero tuvo que contener las ganas de gritar su verdadero nombre y correr a abrazarlo. ¡Ahí estaba aquel amigo muerto! Ese por el que había llorado, al que le dejaba flores en una tumba falsa. ¿Qué debía hacer ahora? Ni siquiera lo sabía.

A day in the life (The Beatles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora