Capítulo 52. George.

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Desperté justo cuando una luz filtro en la oscura habitación, yendo directamente a mis ojos. Me lastimó el simple contacto, ya que apenas podía mantener abierta la cuenca izquierda. El corazón me palpitaba acelerado y un profundo dolor se hizo presente en mi mejilla derecha. Olía a sangre pero no podía saber con seguridad si estaba fresca o medio seca; tenía los brazos atados a una silla en la cual me vi sentado.

—¿Dónde estoy? —balbuceé.

Una mano me golpeó ligeramente en la frente. Su piel era fría y no tarde en darme cuenta de que se trataba de Maxwell. Su silueta dibujaba aquel horrible atuendo de oficial y su placa del MI5 relucía con la vislumbre de luz.

—En el mismo infierno, Harrison —recalcó con seriedad.

—¿Dónde están los niños? —dije mientras trataba de moverme, pero me habían atado muy bien. Las aletas de la nariz de Maxwell se movían tentativamente.

—Oh, ellos están bien. No te preocupes. Ahora, querido George, ¡habla! —me jaló el cabello con fuerza —. ¡Dime todo lo que sabes!

—Pues..., dos más dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho die...

—¡No te quieras hacer el gracioso, imbécil! —gruñó Maxwell jalándome el cabello —. ¡Así que más vale que me hables con la verdad! Por tu propio bien, Harrison.

Solté un suspiro. Por favor, por favor, Krishna, pedí, no me dejes a la suerte con éste loco.

Pensé en Pattie; ella por suerte se encontraba en Gales, modelando, a salvo de las garras de Maxwell y sus hombres. Él volvió a jalarme el cabello con más fuerza.

—Ah —me quejé —. No sé de qué me hablas...

—No seas mentiroso —prosiguió Maxwell —. ¿Qué hacías en esa casa entonces? En la casa de Paul...

Sus manos eran muy duras al momento de ejecutar su trabajo. Eran las perfectas manos de un maldito asesino.

—Fui a casa de William porque así me citaron ahí...

—¿William? —terció Maxwell brusco —. ¿No se supone que nunca le volverían a llamar así, George? ¿Acaso él no se llama Paul?

—Fui a su casa —continúe —. Me dijeron que John no estaba aquí, pero después Ringo y Wil..., digo, Paul, atendieron a un llamado y se fueron, dejándome con los niños y sus mujeres, pero supongo que todo esto fue un complot tuyo, Maxwell —lo miré rabioso. Por primera vez sentí la impotencia de no poder romperle el cuello —. ¡Tú secuestraste a los niños!, ¡y no dudo que hayas hecho lo mismo con John!

El ambiente era el más tenso y frío, como las sombras que avanzan en un día nublado; una parte de mí tenía miedo, como aquel día en el que supe sobre la muerte de Paul y vi su cuerpo desfigurado, sabiendo que nunca más le volvería a ver. Otra parte de mí pedía a gritos que mostrase valentía y me comportará como el hombre justo y maduro que era.

Maxwell empezó a carcajear cínicamente. Me soltó del cabello para darme una torpe caricia en la mejilla derecha, la cual me habían lastimado. Su rocé fue asqueroso y vil. Las palmas de ambas manos se convirtieron en puños.

—¿Eso es todo lo qué sabes, Harrison?

—¿Dónde tienes a John? —escupí —. ¿Qué has hecho con los niños? ¡No puedes retenerlos aquí!

—¡Así como ustedes nunca debieron hablar! —gritó Maxwell —. ¡Les exigí silencio de muchas maneras y me lo prometieron! Pero no, ustedes quisieron irse por el camino difícil, quisieron jugar a los santos Beatles y miren las consecuencias —sacó de su abrigo una página de periódico y me la arrojó al rostro. En la portada aparecía una fotografía de Paul tomada en el set de grabación de las Bahamas en el sesenta y cinco, junto con un apartado que decía "¿Por qué tuvo que morir?" —. ¡Ahora todo el mundo lo sabe! ¡Han traicionado mi palabra, a Inglaterra, al MI5, a sus fanáticos y al imperio de su majestad!

A day in the life (The Beatles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora