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Sonreí al notar cómo su pene se ponía erecto bajo mí cuerpo.

-Emily, no podemos... no podemos - me advirtió antes dé qué sellara su boca con un beso.

Él lo recibió con nerviosismo, pero no pudo ocultar que me deseaba tanto cómo yo a él.
Sé empapó del aroma de mí cuello antes de lanzarse a descubrir mí cuerpo con sus manos. Sus dedos saltaban ligeros de un botón a otro de la camisa de mí uniforme dejando al descubierto mis pechos. Todavía se mantenían presos por mí sujetador cuando él los acarició con la yema de sus dedos. Después los rodeó con sus grandes manos. Luego se aventuró a dibujar un camino en mi vientre sorteando los lunares que custodian mi ombligo.

-Eres preciosa- susurró.

- Te deseo. Tómame -le supliqué.
Y, a esas alturas, sus argumentos para rebatirme parecían haberse agotado.

- Esto no está bien, Emily...- dijo en mis labios antes de besarme con desesperación.

-¿Vas a enseñarme algo, profesor?- le pregunté jugando con el cierre de su bragueta.

¡Y es qué con mis travesuras había conseguido sacar al Cody Meyer que llevaba oculto bajo el profesor Spencer Lawson!

¡Ay Cody, Cody, Cody!, se repitió él para sí mismo, ¿Es qué no has aprendido nada? Por qué que su anterior jefe, el comisario Curtis, le hubiese echado de Phoenix de una patada por haberse acostado con su hija parecía que no le había servido de lección. 

Tomé la iniciativa pasando sensualmente mis dientes por la oreja de Spencer, acto seguido mordisqueé su lóbulo y tiré de él. Consiguí ponerle el bello de punta. El profesor no podía creer cuanto le conseguía excitar .

De repente, me alzé dejándole huérfano de mí piel. A tan sólo unos centímetros de su cuerpo, me quité la camisa que él me había desabrochado previamente. Luego me deshize de mí falda.

Cuando Spencer acercó los dedos a la cinturilla de mis braguitas, le aparté la mano de un manotazo. Quería imponer mis deseos, llevar las riendas, algo a lo que él no estaba acostumbrado. Expectante, decidió seguirme el juego.

Liberé mis pechos del exquisito sujetador que los retenía. Spencer no podía perder de vista lo sexys que resultaban los tirantes de la prenda deslizándose por mis brazos.
Le miraba con los ojos tan encendidos que parecían poder abrasarle. Y él se dejaba consumir por el fuego.
Después puse uno de mis pies entre las piernas de él, solté lo ligadura de la media y le invité a que me la quitara posando su mano sobre el delicado encaje que la remataba.
Spencer lo hizo encantado. Las yemas de sus dedos acariciaban mí suave piel, asegurándose de que la loba que había en mí interior se desprendía de su disfraz de cordero.
Mientras, sus ávidas manos descendían por mis largas piernas poniéndome la carne de gallina.

Ya no había marcha atrás. Si es que realmente existió alguna vez esa posibilidad. El profesor no podía pensar en otra cosa que no fuese hacerme suya. Su fuego interior le abrasaba. Me necesitaba.

Me di la vuelta mostrándole mí turgente trasero y le descubrí que, donde acababa mí espalda, sujetos por la goma de las braguitas, ocultaba un par de preservativos. Sabía a lo que había venido y no estaba dispuesta a aceptar un no por respuesta.

Spencer sonrió excitado y cogió los preservativos. Y, para cuando me di la vuelta, él me cargó en su cintura y yo le rodee posesivamente con mis piernas. Me llevó a su dormitorio. Cuando estuve sobre la cama me arrancó la ropa interior. Al instante se libró de sus pantalones y calzoncillos.

Momentos después ya estaba en mí interior. Y gemí al recibirle. Él jadeó al sentirse al fin dentro de mí cuerpo.

No necesité mucho más para demostrarle que era una amante exigente. Le buscaba con mis caderas midiendo mis fuezas con las suyas. Aferrándome con fuerza a sus brazos. Sus dedos recorrían mí espalda posesivamente. Spencer nunca había visto inocencia en mí, pero para nada se esperaba la mujer que se ocultaba bajo mí uniforme.

Cuanto más rudas eran sus penetraciones más dureza le pedía. Spencer me empalaba una y otra vez mientras yo le suplicaba más atenciones al oído.

Mí cuerpo era una delícia para él. Necesitaba poseerme, aunque no conseguía domarme del todo.
Con una mano se agarraba con ansia a uno de mis glúteos. Quería inmovilizarme, imponer su ritmo, pero yo me deslizaba al encuentro de sus embestidas arqueando la espalda. Nuestros cuerpos sudorosos deseaban con fervor apagar sus respectivas llamas.

Spencer se lanzaba en busca de mis carnosos labios y yo mordía los suyos reteniéndole. El silencio había sido acallado por los gemidos de placer, que teñían el ambiente de lujuria. La respiración acelerada de Spencer se refugiaba en mí cuello. Mis jadeos complacidos se perdían entre las cuatro paredes del dormitorio.

El orgasmo se acercaba para ambos, y  parecía que manteníamos una apasionada competición por encontrarlo. Ya con la meta a la vista, el placer más infinito nos invadió dejándonos extasiados y complacidos hasta el límite.

Tras unos instantes de calma, Spencer se movió delicadamente con la intención de salir de mí interior, pero  enrredé mis piernas en las de él tratando de detenerle. No quería dejarle escapar. Él sonrió con picardía. Entendió lo quería y, a quién pretendía engañar, él lo deseaba tanto cómo yo.

-Dame un minuto, preciosa...- susurró Spencer. Y como me sentía generosa, se lo concedí.

-Uno, dos, tres...- comencé a contar sin apartar mí mirada de la de él. No estaba dispuesta a darle más de los sesenta segundos que me había pedido.



SEDUCIENDO A MI PROFESORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora