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Spencer se alejó del lugar lamentándose por sus formas. Y es que no había podido encontrar una manera mejor de hacer que me alejara de él. Su única neurona no había sido capaz de ingeniar una excusa que no le hiciese parecer tan capullo.

¡Mierda, mierda y más mierda!

Cuando estuvo de nuevo en su apartamento, necesitó un minuto para recomponerse. Mí recuerdo estaba por todas partes. Podía sentir mí presencia en su cama de sábanas revueltas, en los cabellos largos y rubios olvidados en la bañera, en los platos del desayuno que permanecían en el fregadero. Fijó su mirada en ellos, y apenas parpadeó hasta que el sonido estridente del timbre le sacó de su ensimismamiento.

-¡Abre la puerta, Meyer!- gritó la agente Kelley desde el rellano.

-¡Voy!- contestó Cody con desgana.

Al abrir la puerta, la agente Kelley se introdujo en el apartamento sin miramientos y echó un vistazo al interior sin perder detalle.

-¡Quieres hacer el favor de llamarme Spencer Lawson! Tengo vecinos, ¿sabes?- protestó el "profesor"- y podrías mostrar algo más de respeto, ¡esta es mí casa!

-Punto uno, esta no es tú casa, es nuestra tapadera. Punto dos, tengo que asegurarme dé qué todo esté en orden y... punto tres, el comisario necesita que le entregues un primer informe sobre el caso- puntualizó la agente Kelley.

-¿Qué? ¡Ya! ¡ Si sólo llevo unos días infiltrado! Ser profesor conlleva corregir multitud de tareas, puntuar otras tantas y preparar las clases. ¡Necesito más tiempo!- replicó Spencer.

-¿Tiempo? Veo que tienes tiempo para otras cosas... - aseguró con retintín la agente Kelley mientras se paseaba frente al fregadero- dos tazas, dos platos... ¡Joder Meyer! ¿Ya has traído aquí a una de tus amiguitas?

-¿Estás celosa?- preguntó Cody con ironía.

-¡Vete a la mierda, capullo!- exclamó la agente Kelley.

-Pásate por aquí en un par de días- le indicó Cody acompañándola hasta la puerta- ¡Ahora, largo de aquí!

La agente Kelley le enseñó el dedo de en medio antes de salir de la vivienda dando un portazo.

Cuando Spencer se quedó de nuevo a solas, se acercó a su escritorio y cogió la carpeta de tareas pendientes. Se planteó que tal vez leyendo los estúpidos deseos de unos adolescentes se distraería un poco. Aunque leía una redacción tras otra y no era capaz de recordar ni la última palabra que acababa de leer. Ansiaba leer mí redacción. Le intrigaba averiguar que sería lo que yo más deseaba.

Me había prometido que leería mí redacción en último lugar pero... ¡Que narices! Lo había mandado todo a hacer puñetas a la velocidad de la luz... ¡que más daba ya!

Con mis deseos plasmados en un papel, se acomodó en el sofá y se dispuso a leer.

                                                                                                                                                           Emily Perkins

                                                                         REDACCIÓN

                                                                            Mi deseo

Deseo desear desearte cómo nunca he deseado a nadie. Deseo descubrir los secretos que esconden tus labios. Anhelo probar el sabor de tu boca. Codicio tus besos. Deseo descubrir el tacto de la piel que hay bajo tu camisa. Deseo que tus manos recorran mi cuerpo ansiando conocerlo, ambicionando saborearlo. Quiero dejar tus dedos prendados de mi piel. Pretendo tentarte. Aspiro a tenerte. Quiero que prefieras poseerme a respirar. Te propongo que te encapriches de mis caricias. Que me pruebes para saber cuanto me necesitas. Que me retes a antojarme de tu pasión. Deseo que te enceles del aire que respiro, que aborrezcas el tiempo que pases sin mí. Deseo desvivirme porque me poseas. Deseo soñar que vivo entre tus sábanas. Pretendo que antepongas quererme a alimentarte. Sueño con brindarte mi intimidad y que la necesites. Te deseo.


Tras leer las últimas palabras Spencer sintió la necesidad de releer de nuevo la redacción.
Sabía que yo era una provocadora nata, y él podía dar fe de ello. Cada frase, cada intención, cada deseo, eran una prueba fehaciente de mí descaro. Que fuese así le hizo sonreír. Veía reflejados en mí multitud de los rasgos de su propio carácter.
Comprendió que yo era una de esas chicas. Una entre un millón. Había despertado algo en su interior. Había conseguido resultarle especial, ser especial para él.

Spencer tenía que hacer algo. Necesitaba hacerme saber que eso de no verse más era una estupidez. Que estaba arrepentido de haberlo dicho. Que no lo decía de veras.

Pensó que tal vez podría citarme en su despacho después de las clases, pero debía hacerlo delante del resto de los alumnos para que no pudiese negarme.
Sabía que era una chica con carácter, y además, estaba enfadada son él.
Puede que una nota al pie de la redacción le diese resultado, se repitió antes de escribirla sin animo de darle más vueltas.

 

SEDUCIENDO A MI PROFESORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora