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Spencer llegó a su edificio malhumorado. Nada más cruzar la puerta principal, maldijo y despotricó interiormente sin descanso.
Estaba convencido de qué yo no había conseguido zafarme de las clases de equitación y, renunciar a estar a solas conmigo, un día más, estaba resultando ser un suplicio para él.

Al llegar a la puerta de su apartamento, se encontró con que la agente Kelley le esperaba junto a la puerta.

-¿Que haces tú aquí?- le recriminó.

-Hoy es martes, ¿recuerdas? Dame el informe para el comisario y me largaré- contestó ella.

Tras abrir la puerta, Spencer le hizo un gesto para que pasase. Ya en el interior, se acercó a su escritorio, cogió el lápiz de memoria dónde había copiado la información de los ordenadores de los profesores de la academia, el día anterior, y se lo entregó a la agente.

-¡Aquí lo tienes!- le aseguró Spencer mientras lo depositaba en la palma de su mano.

-¿Esto es todo?- le preguntó ella con prepotencia.

-Ahí hay mucha información. Entretente separando el grano de la paja y así te ganarás el sueldo- le recriminó el "profesor".

Spencer había empezado la investigación por su cuenta y no estaba dispuesto a facilitarle el trabajo a la compañera que le habían impuesto.
No concebía que el mérito de algo en lo que estaba trabajando, con tanta implicación, se tuviera que repartir entre dos. Era él el que estaba poniendo su vida en peligro.

La agente Kelley puso los ojos en blanco y se dirigió a la puerta. Antes de marcharse, se giró, deteniendo su marcha, y le comentó a Cody lo que había sucedido a su llegada.

-¡Eh, Meyer!... Cuando he llegado, una chica rubia de piernas largas vestida con el uniforme de ese instituto pijo dónde estás infiltrado, te esperaba junto a la puerta.

-¡Emily! ¿Emily ha estado aquí?- le preguntó tratando de disimular la ilusión que le provocaba tal echo.

-Sí... Emily... ,dijo algo sobre que tenía que entregarte un trabajo, pero en cuanto le dije que era tú novia, se largó echando chispas- afirmó.

-¿Le has dicho a Emily que eres mí novia? ¡Serás hija de puta!- exclamó Spencer enfurecido.

-¡Cálmate, tío! ¡Cualquiera diría que te he jodido un ligue! Tenía que inventarme algo que resultara convincente o... ¿pretendías que le dijera que era la agente de policía con la que llevas el caso?- concluyó.

-¡Joder! - maldijo Cody antes de tumbar de una patada una de las sillas del comedor.

-Cuidado con lo que haces, Meyer...- le advirtió la agente Kelley- ¿Pretendes tirarte a esa cría? ¡Me das asco!- dijo negando con la cabeza.

-¡Vete a la mierda!- exclamó el agente Meyer lleno de rabia.

Tras la discusión, la agente kelley salió del apartamento sin despedirse.

A Spencer la ira le nublaba el juicio. ¡Estaba seguro de que en esos momentos yo le odiaba con todas mis fuerzas! ¿Qué iba a hacer ahora?

Nunca había sentido que unos lazos le unieran tan fuertemente a alguien cómo lo hacían conmigo, pero era consciente de que, en ese preciso instante, esos lazos le estaban rodeando el cuello para tratar de asfixiarle.
¡Spencer no podía respirar pensando en qué yo ya no le permitiría acercarse a mí!
Él sólo deseaba besarme, abrazarme, acariciarme, poseerme... y ahora yo sólo trataría de evitarle, de alejarme de él.

Aunque dentro de su confusión mental, tenía clara una cosa. Saldría en mí busca. Prefería que yo le abofeteara hasta desahogarme si así conseguía hablar conmigo para poder darme una explicación.

Spencer corrió en busca de su coche. Encontrar el club de campo no podía resultar muy complicado y necesitaba verme con urgencia.


Llegué al club de campo con media hora de retraso. Raymond conducía, a gran velocidad, uno de los lujosos coches de los Perkins por el camino de tierra que llevaba a la hípica. El vehículo levantaba una nube de polvo a su paso. Mientras tanto, yo lloraba desconsolada en el asiento de atrás.

El coche se detuvo en el recinto de las caballerizas privadas de la familia Perkins. En las rejas decorativas de la puerta había forjada una enorme letra P en honor al socio mayoritario del club de campo, mi tío, Howard Perkins.

Después de cambiar mi atuendo por el de amazona, me adentré en nuestra cuadra.

Mí preferida entre las yeguas, era Canela. Mi tío me la regaló cuando cumplí quince años. Su inconfundible pelaje brillante, en tono castaño claro, haría que la reconociese entre un millón. De los cinco purasangres propiedad de mi familia, elegí a Relámpago, un caballo negro azabache, noble y atlético.

Los caballos habían pastado durante toda la mañana y ahora disponían de heno y sal en cantidad. Tommy, el mozo de nuestra cuadra, estaba abrevando a los equinos cuando se percató de mi presencia.

-¡Hola Emily!- me saludó.

-Hola Tommy- le contesté por educación.

La verdad es qué no me apetecía hablar con nadie. Prefería estar sola para llorar hasta que se me acabasen las lágrimas.

-Tommy, ¿podrías poner la montura a Relámpago?- le consulté.

-Ya había ensillado a Canela, pero si lo prefieres, no hay ningún problema- me aseguró.

-Hoy no asistiré a las lecciones del señor Elliott, cabalgaré por mi cuenta- le informé.

Tommy hizo un gesto de aprobación con la cabeza y se dispuso a preparar a Relámpago.

A mí tío Howard, cuando era joven, le encantaba montar a caballo. Por esa razón insistió en qué tomase clases de equitación desde la niñez.
Ahora, mí tío era un hombre solitario y recluido en si mismo y, si tenía aficiones, las desconocía. La única cosa por la que demostraba un especial interés, era por el coleccionismo.
En las caballerizas, junto a las sillas más ligeras que se usaban en las competiciones de polo y las exhibiciones de salto y adiestramiento, contaba con una gran colección de sillas vaqueras de distintos países.

Una vez hube ajustado mi casco, monté a Relámpago.
Ya sobre mi cómoda y exclusiva silla inglesa de montar, introduje mis pies en los estribos. Tommy los había cambiado por unos nuevos, más seguros, que evitaban que te quedaras estribado en caso de caída, disminuyendo así el riesgo dé qué el caballo llegara a arrastrarte.

Cabalgué con Relámpago hasta los límites de la extensa finca del club de campo.
Mientras galopaba, el viento se llevaba mis lágrimas. Sentía por Spencer algo que no había sentido antes por nadie. Le amaba. Pero amar conllevaba experimentar multitud de sentimientos para los que no sabía si estaba preparada.

Me sentí humillada cuando, después de hacer el amor conmigo, insinuó que no nos volveríamos a ver. Y ahora, me sentía traicionada, después de enterarme de que mantenía una relación sentimental.

Agotada, volví a las caballerizas y me dispuse a regresar a casa.

SEDUCIENDO A MI PROFESORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora