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Amber entró en una de las tiendas de moda y yo la seguí sin apartar la vista del reloj. Mientras ella se dedicaba a recopilar todo tipo de prendas, que resultaban de su agrado, yo contaba los minutos que faltaban para mí cita con Spencer.

Ya había pensado cual sería mí excusa para ausentarme durante un rato, y me dispuse a poner en marcha mí plan.

Cuando Amber se encaminó hacía el probador, con tal cantidad de prendas que sorprendió hasta la empleada que se encargaba de los probadores, yo me aclaré la garganta antes de mentir descaradamente a mí mejor amiga.

-Amber, necesito ir al baño...

-¿Justo ahora? ¡Voy a probarme toda esta ropa y necesito tu opinión para saber que tal me sienta!- protestó ella.

-¡No puedo esperar más! ¡Tengo una urgencia!- aseguré.

-De acuerdo... -consintió finalmente- Pero no tardes... ¡Te necesito!

Nada más salir de la tienda, me dirigí a toda prisa hacía la planta baja. Ya en ella, traté de localizar la salida de emergencia y, cuando encontré su ubicación exacta, me dispuse a adentrarme en ella.

Tras empujar con todas mis fuerzas el mecanismo que hacía que se abriera la puerta, accedí a un pasillo donde habían un par de cuartos de baño,  que estaban a disposición de los clientes del centro comercial. Uno era para mujeres y el otro para hombres. A su lado había una puerta de un llamativo color de la qué colgaba un cartel en el qué se podía leer: "Privado. Acceso exclusivo para personal".
El hecho de qué estuviese entreabierta parecía invitarme a que la cruzara.

La puerta daba acceso a un distribuidor en el que habían otras cinco puertas. El lugar tan sólo estaba iluminado por las luces de emergencia y la situación empezaba a asustarme.
Me encontraba en un lugar de acceso restringido, sin permiso y prácticamente a oscuras. Inquieta, decidí darme la vuelta con la intención de marcharme de allí pero, en ese preciso instante, escuché cómo Spencer me nombraba. Su voz provenía de una pequeña estancia que se utilizaba para almacenar productos de limpieza.

-¿Emily?- me nombró de nuevo.

-¡Si! ¡Estoy aquí!- dije tras abrir la puerta metálica del habitáculo.

-¡Nena! ¿Estás bien?- me preguntó con un gesto de preocupación en su rostro.

-¡Si estoy contigo, siempre estoy bien!- aseguré colgándome de su cuello para acto seguido asaltar sus labios con desesperación.

Spencer era incapaz de ocultar lo inquieto que estaba respecto a mí seguridad. Y aunque todavía no tenía pruebas suficientes cómo para formalizar una acusación, sabía que mí tío, que en realidad era mí verdadero padre, y su equipo de seguridad, estaban involucrados de algún modo en el asesinato del profesor Robbins y en el de mí madre, de la cual yo desconocía su fallecimiento.
Pero yo, ajena a todo eso, sólo deseaba que Spencer me prestase atención.

-¿Donde está mí regalo?- pregunté situando mi mano sobre la entrepierna de Spencer. Su miembro reaccionó en el acto poniéndose erecto.

Spencer sonrió en mis labios antes de recibir mí lengua con ansia. Nuestras bocas se deleitaron la una a la otra haciendo que se elevara la temperatura de nuestros cuerpos. Spencer deslizó sus manos bajo la falda de mi vestido y agarró mis glúteos con posesión.
Después desplazó una de sus manos hasta situarla sobre mí sexo e introdujo dos de sus dedos dentro de mi ropa interior. Curiosos, exploraron mi clítoris y jugaron con la humedad que lo empapaba todo.

-Pequeña... -susurró en mí oído después de morderse el labio inferior.

-Spencer... tómame- le supliqué. Y él no se hizo de rogar.

Tras desabrochar su bragueta, Spencer se deshizo de mis braguitas y me alzó para que rodeara su cintura con mis piernas. Acto seguido, apoyó mi espalda en la fría pared de hormigón y subió mi vestido abriéndose así paso entre mis muslos.
Sin más demora, se introdujo en mí interior. Su miembro, duro y rígido, se acomodó dentro de mí provocándome varios gemidos de placer. Complacida, me aferré a su cuerpo exigiendo que me penetrase con mayor ímpetu y Spencer sonrió por mi impaciencia.
Acto seguido, me ofreció lo que anhelaba. Bombeó con fuerza contra mí cuerpo. Su pene entraba y salía de mi interior mientras yo trataba de retenerlo entre  mis piernas. Necesitaba cada uno de los roces de nuestra piel. Disfrutaba de cada contacto, de los besos calientes que depositaba en mí cuello, de cómo jadeaba excitado en mi oído.

Alcé mis ojos y me encontré con los de Spencer. Y los dos mantuvimos la mirada. Leímos el placer en el rostro del otro. Nos robábamos los gemidos que liberábamos para intentar retenerlos en nuestros bocas.

-Te amo, te amo tanto... - afirmó Spencer con un hilo de voz.

Yo le sonreí satisfecha. Me resultaban tan gratificantes sus caricias cómo sus palabras. ¡Estaba tan enamorada de aquel solitario profesor de literatura! Amaba su estúpido pelo engominado, sus gafas de pasta, y su ropa recatada y pasada de moda. Amaba su carácter cambiante e irascible, el secreto de su cuerpo perfecto y su pasión escondida. Le amaba.

Spencer no cesaba de penetrarme. Sus rudos empellones me hacían temblar de placer. Me poseía, me asediaba sin piedad. Yo le pertenecía. Era tan suya cómo él mío. Nunca me había sentido así con nadie. Nunca nadie me había demostrado un amor tan sincero e irracional.

-Pase lo que pase, no te olvides de qué te quiero- me aseguró entre jadeos.

Y aunque sus palabras me confundieron, sólo me centré en las que más tocaban mi corazón.
Le respondí de igual modo.

-Te quiero- afirmé mientras acariciaba su nuca para acabar aferrándome a los torneados músculos de su espalda.

Mordí el lóbulo de su oreja a sabiendas de cómo le excitaba ese acto, y él hundió su rostro en mí pelo buscando mí perfume, hurtando mí esencia, apoderándose de mí aroma. Pasé mi lengua por los excitados labios de Spencer. Él mordió mi labio inferior reteniéndolo entre sus dientes. Mis caderas acudían a su encuentro, las suyas me embestían con fuerza. La lujuria guiaba nuestros cuerpos con la firme intención de llegar a la meta del orgasmo.

El miembro de Spencer se sintió preso por mi palpitante y húmeda vagina. Estaba llegando a su límite, y el intenso placer que sintió al liberarse en mi interior le llevó a un incomparable éxtasis. Yo gemí y le nombré sin cesar.
Y es qué, lo que Spencer me hacía sentir me dejaba tan extasiada y aturdida que no podía imaginarme nada mejor.

SEDUCIENDO A MI PROFESORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora