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Esa tarde, cuando Spencer ya descansaba en su apartamento, recibió la llamada de uno de los agentes de la brigada policial de informática y nuevas tecnologías.
Él le confirmó que, cómo Spencer  había comprobado con anterioridad, dentro de la memoria del ordenador del fallecido profesor Robbins había un archivo encriptado protegido con una clave.

El ordenador permanecía en el que fue su despacho en la academia y, aunque su contenido había sido borrado recientemente, ese archivo se había mantenido oculto en la memoria interna del aparato.
¿Por qué tendría un profesor de literatura un archivo protegido con una medida de seguridad tan sofisticada?, se preguntó.

Spencer se acomodó en el sofá con una cerveza en la mano. Tenía exámenes pendientes de corregir. Y debía preparar la clase del día siguente, pero era incapaz de concentrarse. Yo era lo único qué ocupaba sus pensamientos. No podía quitarse de la cabeza el tórrido encuentro qué habíamos mantenido.
Lo ocurrido en el baño era lo único  que contemplaba cuando cerraba los ojos. El sabor de mis labios, mí suave piel, cómo le acogía en mí cuerpo... Esos eran unos recuerdos que no podía dejar de rememorar.

La melodía de su teléfono le alertó de una llamada entrante exigiendo toda su atención.

-Lawson- contestó Spencer.

-Agente Meyer... tenemos novedades acerca del archivo. Un nuevo programa informático a conseguido empezar a descifrar su contenido, y en él aparece repetidas veces un nombre- le comunicó el policía.

-¿Un nombre? ¿Cuál?- preguntó él.

-Cynthia Jensen- le indicó.

-Cynthia Jensen... -repitió Spencer a la vez que escribía el nombre en un trozo de papel- ¿Y que sabemos sobre ella?

-En los archivos policiales consta que falleció hace diez años. Parece ser que se suicidó tirándose, con su coche, por un acantilado.

-Necesitaré una copia del informe del suceso- aseguró Spencer- ¿Hay algún dato destacable en su ficha? ¿Algo que nos pueda servir de pista?

-La señorita Jensen fue una mujer soltera que cambió repetidas veces de domicilio, hasta qué sé asentó en Charleston, donde tuvo una hija. La niña se llamó Emily, Emily Perkins, pero Cynthia renunció a su tutela.

-¿Emily Perkins?- le cuestionó Spencer con sorpresa mientras un desagradable escalofrío recorría todo su cuerpo.

-¿Conoce a Emily Perkins, agente Meyer?- le preguntó el policía tras advertir su reacción.

-¡No! Sólo me ha sorprendido el apellido. Es Perkins, cómo el que da nombre a la academia dónde estoy infiltrado. Pero se trata de un apellido muy común... - apuntó.

-Así es- afirmó el policía.

-¿Se sabe quién fue el padre de la niña?- preguntó Spencer.

-Un tal Francis Perkins. También consta cómo fallecido. Él y Cynthia Jensen coinciden en la causa de su muerte, ambos se suicidaron- le informó el policía.

Tras un breve silencio, Spencer prosiguió con la conversación.

-Mándame un mail con las fichas de Cynthia Jensen y Francis Perkins. Trataré de atar cabos. De todos modos, lo que más nos interesa en este momento, es averiguar que relación mantenían el profesor Robbins y la señorita Jensen- afirmó Spencer tratando de alejarme del foco de la investigación.

-¿Quiere qué tratemos de localizar a Emily Perkins?- le preguntó el policía.

-No creo que ella sea relevante para el caso- aseguró Spencer.

-Esta bien, agente Meyer. Le llamaré cuando consigamos descifrar por completo el contenido del archivo.

-De acuerdo- dijo Spencer tajante. Acto seguido, colgó el teléfono.

¡Mierda!, pensó Spencer. ¿Qué diablos hacía yo metida en medio de todo ese asunto? Y, lo que era más importante, ¿Qué podía hacer él para mantenerme alejada de la investigación el mayor tiempo posible?

Los interrogantes sobre que podría pasar cuando me enterase dé qué en realidad Spencer no era profesor,  y dé qué nada era lo que parecía ser, le asaltaban sin descanso.
Cuando todo se destapase, tendría que alejarse de mí ,y el mero hecho de pensar en ello parecía dejarle sin aliento.
Tuvo que desabrochar varios botones de su camisa intentando liberarse de la presión que oprimía su pecho, que estaba dejándole sin respiración.

Yo me había convertido en su prioridad y, aunque toda nuestra relación estuviese basada en mentiras, el amor que sentía por mí era muy real. 

SEDUCIENDO A MI PROFESORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora