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Después de desayunar me dirigí hacía el sofá y me hize con las gafas de Spencer.

-¡Soy el profesor Lawson!- dije tras ponérmelas e intentar imitar su voz y su gesto serio. La verdad es que me sorprendió sobre manera no ver borroso a través de ellas.

 Alguna vez me había probado las gafas graduadas de alguna compañera y, cómo poco, había visto distorsionada la realidad. Sin embargo, con las gafas de Spencer, a penas distingía el llevarlas puestas de no llevarlas.

Spencer me observaba divertido hasta que, de repente, vino a toda prisa hacía mí y me las arrebató con un movimiento brusco.

-¡No te enfades! Sólo estaba bromeando... ¿No tienes mucha graduación, verdad?- le pregunté extrañada.

-Apenas tengo un grado de astigmatismo en el ojo izquierdo. Llevando las gafas evito que me aumente el problema- se justificó.

Spencer se maldecía interiormente por bajar la guardia. Y es que, sin yo ser consciente, le ponía en aprietos constantemente. Mí presencia no le permitía distraerse ni un sólo instante.

-Esto... creo que debería llevarte a casa- afirmó Spencer.

-A casa de Amber... - le recordé- Yo he pasado el fin de semana en casa de Amber...

-Pues pongámonos en marcha- insistió- se hace tarde y tengo trabajo que hacer...

Yo buscaba su mirada con mis ojos, que eran rechazados por los huidizos ojos de Spencer, que preferían refugiarse en el exterior a través de la ventana. Me acerqué a él contrariada. ¿A qué venían esas prisas?

-¿Puedo darme una ducha?- le pregunté.

-Puedes darte una ducha- consintió.

Spencer me guíó hasta el cuarto de baño y me facilitó una toalla. Por su suave tacto y su aroma parecía nueva a estrenar.

Activó el grifo de la ducha y dejó correr el agua unos instantes hasta que se templó. Spencer seguía dentro del baño. En un principio pretendía marcharse, pero parecía que mí cuerpo le atraía cómo un imán. Aproveché que le tenía cómo público y me desnudé lentamente contoneándome con sensualidad. El profesor me dedicó una tímida sonrisa.

Había observado en las películas el ritual de desnudarse provocativamente cientos de veces pero, con mis parejas habituales, siempre chicos de mi edad, nunca había intentado llevarlo a cabo. Ellos siempre buscaban sexo rápido, urgente y sin florituras.

El cuarto de baño del apartamento de Spencer constaba de una sencilla pica de lavabo y un mueble espejado, un inodoro y  una bañera delimitada con una cortina de ducha, prácticamente transparente, que hacía las veces de ducha.

Tras desnudarme me introducí en la bañera. Había encajado el teléfono de ducha en el soporte habilitado para ello y, mientras me decidía a situarme bajo el agua, deslizé lentamente mí melena por mi espalda. Quería seducir a Spencer. Quiería resultarle  sexy y, cómo no me quitaba el ojo de encima, creía que lo había logrado.

-¿Por qué no te duchas conmigo?- le propuse- ¿Sabías que aseguran que hay un punto en la espalda que uno sólo es incapaz de lavarse?

-¿De verdad?- me consultó sin ánimo de obtener respuesta.

-Vamos Spencer... acompáñame - le sugerí dejando que el agua caliente se deslizara sobre mis pechos haciendo así que mis pezones se pusieran erectos.

Spencer respiró entrecortadamente, tragó saliva tratando de contener sus impulsos, pero hizo el esfuerzo en vano. Tan sólo un instante después se estaba deshaciendo de su ropa para compartir la ducha conmigo.

Spencer puso un poco de gel en sus manos y frotó mi espalda con un suave masaje. El placer me invadió al instante. Sus manos calientes y voraces no se detuvieron ahí, se aventuraron a explorar mis pechos. Sus hábiles dedos se decidieron por estimular mis pezones retorciéndolos, tirando de ellos, pellizcándolos con delicadeza. Nunca había disfrutado de esas sensaciones. Nadie se había dedicado a explorar esa parte de mí anatomía. Nunca alguien había dedicado tanto tiempo a intentar complacerme.

Me apoyé en su pecho para disfrutar de sus atenciones. Sus caricias me provocaban jadeos de placer incontrolables. Y Spencer no se cansaba de escucharlos.

Tras unos minutos de intensas caricias, su mano descendió ansiosa por mi vientre en busca de mi sexo. El vapor de agua había invadido el cuarto de baño y la neblina que flotaba en el ambiente me invitaba a relajarme y disfrutar de tan excitante momento.

Los dedos de Spencer asaltaban mi clítoris con delicadeza. Él sabía dónde debía estimularme y a ese punto dedicó todas sus atenciones. La experiencia es un grado y mis gemidos, que se perdían en forma de eco por la estancia, lo corroboraban. Para cuando Spencer introdujo dos de sus dedos en mi interior, la humedad hacía rato que lo había invadido. Él conseguía estimular tanto la parte interior cómo la exterior de mi sexo. Presionaba mi punto g desde dentro a la vez que lo hacía por fuera. Cada uno de sus movimientos conseguía repartir por mí cuerpo un intenso hormigueo. Ni yo misma explorandome a mí misma había conseguido disfrutar de un placer tan intenso, de una sensación tan sublime.

Mi cuerpo estaba preso entre la poderosa erección de Spencer y sus musculosos brazos. Me sujeté en estos últimos, no con la intención de detener sus movimientos, sino más bien tratando de encontrar un punto de apoyo para estabilizar mi tembloroso e inestable cuerpo, que estaba entregado a los placeres que él le ofrecía. 

-¿Te gusta?- susurró excitado en mí oído.

-Sí... sí... sí... -jadeé con un hilo de voz.

-¿Quieres que pare?- me preguntó ralentizando sus movimientos.

-No... por favor... no- le supliqué tratando de respirar con normalidad. Él sonrió complacido.

Sin más demora, Spencer me llevó al éxtasis con sus caricias. Sus estímulos llevaron a mi cuerpo al límite y sucumbió preso por el orgasmo más intenso que nunca había disfrutado. Varios espasmos sacudieron mí anatomía dejándome extenuada mientras Spencer me retenía entre sus brazos.

Cuando hube recuperado el aliento Spencer me dió la vuelta, me alzó y apoyó mi espalda en las humedecidas baldosas del baño. Yo rodeé su cintura con mis piernas y me preparé para acogerle en mi interior. Él estaba muy excitado y sólo trataba de encontrar su orgasmo entre mis piernas. Me penetraba con fuerza y sin pausa. Su tan ansiado final feliz estaba muy cerca.

La fricción con su cuerpo, y la plenitud que me daba, me excitaron de nuevo. Spencer estaba descubriéndome sensaciones que no conocía, me desvelaba placeres que ignoraba que podía sentir. Instantes después pronunció mi nombre repetidas veces, sobre mis labios, antes de silenciarlos con los suyos. Yo me aferré a su cuerpo con ímpetu mientras el placer me poseía de nuevo, a su vez, Spencer, se liberó en mí interior.

Sus dedos todavía estaban hundidos en mis glúteos mientras nuestros pechos trataban de encontrar el aliento que los calmara. Nuestras miradas se encontraron atrayéndose sin poder evitarlo. Sonreí complacida dentro de mi aturdimiento. Él me acompañó hasta que mis pies se posaron delicadamente sobre el suelo de la bañera.

-¿Cómo te sientes, preciosa?- me preguntó antes de besarme la punta de la nariz.

-Bien, muy bien- repetí repartiendo besos por su cuello antes de colgar mis brazos de él- es la primera vez que siento algo... algo tan intenso- confesé con las mejillas ruborizadas.

-Ahora soy dueño de una de tus primeras veces- aseguró para, a continuación, morder mí labio inferior.

Después de, esta vez sí, darnos una ducha, nos dispusimos a abandonar el apartamento.

Me vestí con le vestido negro, corto y ajustado que había elegido para, supuestamente, salir la noche anterior. Quería evitar que Amber dudara sobre mí versión de dónde había pasado la noche.
Inventarme que había acudido a una discoteca y después había acabado la noche en la cama de un ligue ocasional iba a resultar una historia muy creíble si acudía con este atuendo.

Camino del parking dónde Spencer tenía aparcado su coche no podía parar de dar saltitos a su alrededor. Sabía que no podía cogerle de la mano aunque fuese lo que más me apetecía en ese momento. ¡Nadie antes me había hecho sentirme así!

SEDUCIENDO A MI PROFESORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora