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A la mañana siguiente, Spencer se despertó y no me encontró en la cama junto a él. En su boca todavía persistía el sabor de mis labios,  en su cabeza aún podía oír mis gemidos y su cuerpo se estremecía con cada recuerdo de mí piel.

Excitado, se levantó de la cama, desperezándose, y fue en mí busca. Pensó que tal vez estaría en el baño o en la cocina. Y cuando se adentró en el salón del apartamento, me avistó delante de su escritorio.
Me había vestido con su camiseta y, cómo estaba inclinada hacía adelante, mí ropa interior estaba al descubierto. La visión de la seda y el encaje negro acariciando mí cuerpo atrajo los recuerdos de momentos vividos la noche anterior, cuando eran sus manos, su boca y su lengua las que estaban sobre mí piel.

El deseo de Spencer por mí estaba nublando su mente... ¡Yo estaba junto a su escritorio! ¡El expediente del caso estaba sobre él! ¡Además de multitud de pruebas que revelarían su doble identidad! 

-¿Que estás haciendo, Emily?- me preguntó de malos modos.

Di un bote sobresaltada. Ni siquiera le había escuchado acercarse. Con el gesto hice que la carpeta que contenía las redacciones sin corregir cayera esparciendo todos los escritos por el suelo.
Spencer se acercó a mí enfurecido. Al leer el gesto de enfado en su rostro me apresuré a arrodillarme para recoger el desastre que había provocado. No obstante, tuve el suficiente tiempo y la astucia para localizar mí redacción y ocultarla detrás de la espalda.

Cuando Spencer estuvo junto a mí golpeó mis manos para apartarlas de los folios. Al buscar mis ojos con desaprobación, descubrió miedo en ellos y eso ablandó su gesto.

-¿Que és lo que escondes ahí?- me preguntó Spencer tratando de arrebatármelo.

-¡Nada! ¡No es nada!- contesté intentando escabullirme de sus manos.

Mí actitud era la de estar jugando, bromeando, y eso liberó a Spencer de toda sospecha sobre que hubiese descubierto algo sobre la misión, su verdadera identidad o su tapadera.

Reí y lancé mí redacción a un metro de distancia con la intención de alcanzarla de nuevo reptando por la moqueta. Spencer me sujetó por los pies para acabar deslizándose sobre mí cuerpo tratando así de retenerme. Para cuando su cuerpo estaba sobre el mío, elevé mí trasero rozando intencionadamente su miembro . A continuación froté sensualmente mis nalgas contra la zona erógena de él y su cuerpo respondió en el acto a la estimulación.

Tras deshacerme de su camiseta, me acomodé en la moqueta. Spencer tan sólo llevaba puesta su ropa interior y no tubo tiempo ni tan siquiera de pensar que estaba haciendo antes de despojarse de ella. Instantes después tiró de mis braguitas, con tanto ímpetu, que acabo rompiéndolas. Sin más demora se abrió paso entre sus nalgas.

Tras introducirse en mí interior, Spencer me sujetó por los hombros embistiéndome sin descanso. Algo poseía su mente cuando tenía delante mí cuerpo desnudo, algo que le transformaba en un animal, que despertaba sus instintos más primarios. Yo, fuera cómo fuese, jadeaba complacida.

Spencer recorrió mí preciosa espalda con su lengua guiándose por la columna vertebral. Ansiaba mí boca y me exigió que se la entregara.
Traté de acercar mis labios, inflamados por la excitación, a los de Spencer, pero mis continuos jadeos extasiados, no me permitían juntarlos.

Spencer situó su brazo junto al mío cubriendo mis hombros con su cuerpo, y entrelazó sus dedos con los mios. Acto seguido, acarició mí cuello con la mano que tenía libre, besó mí hombro e introdujo uno de sus dedos dentro de mí boca. Spencer dejó que su dedo se humedeciera con mí saliva caliente y resiguió sus labios con él. No dejaba de invadirme, una y otra vez, descargando toda su fuerza contra mí cuerpo, que disfrutaba extasiado con la manera tan ruda de poseerme que me regalaba. Y notó cómo mí vagina se contraía alrededor de su pene a la vez que la humedad se apoderaba de mí entrepierna.
Extasiada, gritaba su nombre en una agónica vorágine de placer. Tras un tremendo empellón que le dejó exhausto, Spencer alcanzó un avasallador orgasmo.

A mí me temblaban las rodillas y fuí incapaz de mantener esa postura ni un minuto más. Me dejé vencer por el peso de mí cuerpo, y el de Spencer, que se apoyaba en mí.
Agotada, me deslizé hasta que mí vientre reposó sobre la moqueta. Spencer pasó su brazo bajo mí rostro  para que reposara mí cabeza sobre él hasta que recuperara el aliento. Yo besé su mano antes de acomodarme sobre él.

-¿Que tratas de ocultarme, pequeñaja?- me susurró Spencer al oído.  Yo sonreí por el apelativo con el que se refirió a mí.

-Es mí redacción... sólo trataba de  ponerla la última de la carpeta... ¿Me prometes que la leerás en último lugar?- le supliqué ocultando mí mirada. Él trató de encontrar pistas en mí rostro sobre el porqué de tan singular petición, pero no encontró respuestas en él.

-Está bien. Te lo prometo- me aseguró tranquilizándome.

Las palabras que Spencer depositó junto a mí oído me hicieron cosquillas. Y eso me provocó un escalofrío que recorrió todo mí cuerpo.

-Levántate, preciosa, vas a coger frío...- dijo Spencer tirando con sutileza de mí para ayudarme a levantarme. Acto seguido me vistió de nuevo con su camiseta, y me dió un casto beso en la frente.
Me colgué de su cuello y, de puntillas, busqué sus labios poniendo unos morritos exageradamente prominentes. Spencer sonrió, a veces, mis gestos, delataban la edad que tenía.

Tras besarme, Spencer asintió con la cabeza dándome así permiso para que recogiera mí redacción y la colocara en último lugar dentro de su carpeta de tareas pendientes.
Él me siguió con la mirada, no tanto por asegurarse de que no husmearía en sus papeles, cómo por qué no podía apartar sus ojos de mí.

Después de realizar la acción, seguí a Spencer hasta la zona de la cocina. Se disponía a preparar el desayuno y me preguntó por mis preferencias.

-¿Que te apetece comer?- me cuestionó con dulzura.

Le miré fijamente y me mordí el labio tratando de provocarle. Spencer pareció poder leer mis intenciones.

-¡Emily!- exclamó respondiendo a mí descaro- Hablo de comida...comer...alimentarse ¡alimentos!- afirmó.

Fingiendo disgusto, hize un mohín y cruzé las piernas en un acto reflejo.

-Cereales... huevos... tortitas..., me da igual- aseguré antes de sentarme en uno de los dos taburetes que había junto a la isleta de la cocina.

SEDUCIENDO A MI PROFESORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora