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Anteriormente, para Spencer, el domingo era sin duda su día favorito de la semana. Disfrutar de un día libre recuperándose de la resaca, sin hacer nada más, era un buen plan para él. Ahora representaba una tediosa sucesión de minutos y horas sin mí compañía.
La jornada le estaba resultando tan desesperante, que hasta las cuatro paredes de su apartamento parecían caérsele encima.

Entre semana, el mero hecho de cruzarse conmigo por los pasillos de la academia le despertaba un agradable cosquilleo en el estómago. Disfrutaba observándome mientras impartía clase.
Contemplar cómo intentaba acomodar mis largas piernas bajo el pupitre era todo un espectáculo para él. Además de sentir mis ojos sobre su cuerpo, y dejar que nuestras miradas se cruzasen, llameantes, e intentar adivinar lo que pensaba en cada momento. Estar cerca de mí era lo único que necesitaba.

Estaba enamorado de mí, hasta tal punto, que en sus ratos libres fantaseaba sobre cómo podría ser nuestra vida juntos.
Se repetía que incluso, si estuviesemos en otras circunstancias, nuestros caminos se hubieran cruzado en otro lugar y en otro momento.

Tan sólo eran las doce del mediodía y Spencer ya se había tomado un par de cervezas intentando alejarme de sus pensamientos.
Sobre la mesa que tenía enfrente, había multitud de papeles esparcidos. La información sobre mí madre y su muerte, el informe sobre la vida de mí padre y su suicidio,  y los datos sobre el asesinato del profesor Robbins y el hallazgo de su cadáver necesitaban de toda su atención. ¡Pero todo resultaba tan inconexo!

Sabía que la respuesta a sus preguntas estaba frente a él. Que la clave para resolver el caso estaba delante de sus narices y, con ella, la manera de alejarme del ojo del huracán.

Tratando de atar cabos, Spencer se reclinó en el sofá durmiéndose sin querer. Más tarde, unos fuertes golpes en la puerta de la vivienda y la irritante voz de la agente Kelley, le despertaron en le acto.

-¡Vaya pinta tienes!- exclamó la agente en cuanto le echó el primer vistazo.

-Kelley, ya se qué te resultará difícil pero... ¡olvídame! ¡Pasa de mí!- le replicó Spencer con prepotencia.

-¡Gilipollas!- blasfemó ella.

Sin ser invitada, la agente Bianca Kelley se acomodó en el sofá junto a Spencer. Con ese encuentro puntual tan solo pretendían poner en común sus ideas con la intención de encajar con más facilidad las piezas del complicado puzle que les ocupaba.

-Sabes... hay una cosa acerca de Cynthia Jensen que no entiendo- aseguró la agente Kelley- Una mujer que se había pasado la vida de acá para allá, hasta qué encontró un buen partido, y después disfrutó de una vida a lo grande hasta que le dio carpetazo a los Perkins y acabó abandonando a su hija; luego decide pasar un período rememorando su alocada juventud, para más tarde volver a centrarse de nuevo y consiguir un trabajo estable, se compra una casa y...¿ va y decide suicidarse? ¡No tiene ningún sentido!

Spencer se mantuvo pensativo durante unos instantes. Puede que la agente Kelley no fuese tan desencaminada en sus deducciones. ¿Por qué alguien con planes de futuro decidiría acabar con su vida?

En el informe del caso, constaban las declaraciones del jefe de mí madre, que estaba encantado con su rendimiento en el trabajo. Así cómo de vecinos y conocidos, que aseguraban que estaba muy ilusionada con el hecho de formar de nuevo un hogar, y que además solía mencionar su intención de llevarme de vuelta con ella.

Por otra parte, estaba el profesor Robbins. Ellos no tenían conexión aparente. Y parecía que nunca llegaron a conocerse. Porque para cuando el profesor de literatura empezó a impartir clases en la academia, mí madre ya hacía un par de años que había salido del círculo de los Perkins. ¡Y ni siquiera habían coincidido en lugares y fechas!

Entonces... ¿Por qué el profesor Robbins tendría toda esa información acerca de mí madre si no la conocía? ¿Acaso pretendía chantajearme a mí, o a mí tío, con el turbio pasado de mí progenitora?

A la par que avanzaba la investigación, todo se complicaba.
Parecía que el suelo que había bajo mis pies se había convertido en arenas movedizas, y que amenazaban con tragárseme, con engullirme.
Por suerte, Spencer estaba decidido a tenderme la mano para que eso no sucediera, aunque con ello se arriesgase a perderme.  

SEDUCIENDO A MI PROFESORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora