14

954 45 4
                                    

Cuando me subí al coche para marcharme a casa, todavía era incapaz de controlar mí llanto. Tenía la nariz roja y los ojos vidriosos de tanto llorar. Y me sentía estúpida y desolada.

-Ningún chico merece que una preciosidad cómo tú derrame tantas lágrimas por él- aseguró Raymond.

Su comentario me hizo sonreír. Mi chofer habitual, el señor Hale, apenas había cruzado unas palabras conmigo en todos estos años. Sin embargo, Raymond, se había mostrado afable y conversador conmigo desde el primer momento.

Cuando llegamos al control de acceso del club de campo, había un pequeño atasco junto a las barreras de seguridad. Dos de los agentes pertenecientes a la seguridad privada del recinto discutían airadamente con un hombre. Aquel desconocido pretendía acceder al recinto sin ser socio y sin la invitación expresa de uno de los socios. Y el club de campo era un lugar muy exclusivo del que sólo disfrutaban unos pocos privilegiados.

A medida que nos fuimos acercando a la garita , pude observar cómo el responsable de tal escándalo me resultaba familiar. ¡Era Spencer!

De la perplejidad inicial pasé al enfado más absoluto, para instantes después, empezar de nuevo a llorar. Toda yo era una montaña rusa de emociones incontrolables.

-¡Necesito ver a Emily Perkins! ¡Sé qué está ahí dentro! ¡Déjeme pasar! ¡ Sólo será un minuto!- gritaba Spencer.

-¡Señor! Le repito que si no es socio o no tiene la invitación expresa de otro socio, no puede acceder al recinto- le explicaba el guardia de seguridad por décima vez. Y la paciencia de los dos ya estaba llegando a su límite. 

Tras cruzar la barrera y salir al exterior, indiqué a Raymond que detuviera el coche. Cuando accioné el botón que hacía descender la ventanilla tintada del asiento trasero, ambos se quedaron mirándome.

-¡Emily! ¡Emily!- exclamó Spencer.

Yo no sabía cómo reaccionar. Estaba enfadada con él pero ilusionada por haberle visto, a la par que furiosa por que me hubiese ocultado que tenía novia.
Sin más preámbulos, saqué la corbata de Spencer, que aun mantenía oculta en mi cuerpo y la arrojé por la ventanilla dejándo que cayera al suelo.

Los ojos de Spencer se cruzaron con los míos. Él buscaba esperanza en mí mirada, pero sólo encontró enojo y tristeza en ella.

-¡Emily, escúchame! ¡Esa chica no es mi novia! ¡No es nada mío! ¡Te quiero! ¡Te quiero, Emily!- gritó antes de encontrarse con que subía la ventanilla de nuevo.

Pero en mí corazón sólo había lugar para la confusión y la amargura. A la par que una lluvia de incógnitas caía sobre mi cabeza inundando mi mente.

¿Sería verdad que no tenía relación alguna con aquella chica? ¿Si fuese así, por qué la chica había asegurado lo contrario? Pero...¿Si la declaración de Spencer no se ajustase a la verdad, por qué se expondría a que lo relacionasen conmigo poniendo así en peligro su puesto de trabajo y su carrera cómo docente?

Al día siguiente, me las ingenié para ausentarme de las clases.
Por la mañana, le comuniqué a mi tío que me sentía enferma y, a pesar dé qué insistí en que tan sólo era un simple dolor de estómago, él acabó llamando al doctor de confianza de la familia. Y, tras una exploración rutinaria, el médico no pudo confirmar ni desmentir mi ficticio malestar, así que aseguró que era algo pasajero.
Eso me bastó para permanecer a salvo en la fortaleza de mí dormitorio. Esas cuatro paredes podían protegerme de cualquier cosa, salvo del dolor que albergaba en mi interior.

SEDUCIENDO A MI PROFESORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora