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Cuando nos subimos al coche, Spencer puso la música demasiado alta para mí gusto. Y no es qué quisiera que mantuviésemos una conversación, pero le noté algo distante.

Estacionó el coche dos casas antes de la de Amber. Para evitar así que nadie pudiese verle con una alumna fuera del recinto escolar.
Yo era consciente dé qué lo ocurrido entre nosotros sería nuestro secreto, pero no esperaba lo que sucedería a continuación.

-Emily... sabes tan bien cómo yo que esto no está bien y... no puede volver a repetirse- me advirtió.

-¿A qué te refieres?- le pregunté contrariada.

-A qué no podemos volver a vernos fuera de la academia, ¿Me entiendes?

Tras escuchar esas palabras, una mezcla de enfado y dolor invadió mí corazón. La verdad es qué yo me lo había buscado. Le incité, le seduje y obtuve lo que quería de él, aunque ahora no podía evitar sentirme utilizada.  Respiré hondo y me tragué las lágrimas, que amenazaban con hacer acto de presencia, antes de dibujar una línea recta en mis labios tratando de aparentar indiferencia.

-Lo sé - afirmé fijando la mirada en mis pies.

-Emily... -susurró Spencer antes de acercar su mano a mi rostro con la intención de acariciarlo. Pero yo le aparté la mano de un manotazo, me desabroché el cinturón de seguridad y salí del coche a toda prisa.

Spencer sujetó la maneta de su puerta con fuerza y la mantuvo accionada durante unos instantes. Se debatía interiormente entre salir detrás de mí o cumplir con su deber. 
Sus obligaciones cómo policía le hicieron recapacitar. Contempló cómo me alejaba contoneando mí cuerpo envuelto en aquel escueto vestido negro, que se ceñía a mis curvas con posesión, maldiciendo por no pensar las cosas dos veces antes de hacerlas.

Me mantuve altiva mientras me alejaba. Y mí orgullo herido me impidió mirar hacía atrás ni un sólo instante. Tan sólo dos del aluvión de lágrimas que me acechaban consiguieron humedecer mí rostro.

¿Cómo podía ser tan idiota el profesor Lawson?

¡Ese gilipollas me las iba a pagar!

No podemos volver a vernos, Emily...- me repetía interiormente imitando su tono de voz.

¡Pues veremos que tal te sienta verme con otro!

Ya frente a la puerta de la casa, llamé al timbre de la residencia de los Fuller.

Para cuando Amber abrió la puerta, entré en la casa con los zapatos en la mano. Quería simular un terrible dolor de pies provocado por mí ficticia noche de baile y desenfreno.

-¿Cómo te ha ido la noche?- me preguntó Amber.

Yo le respondí con una sonrisa pícara, más que forzada, y puse los ojos en blanco. Amber me imitó.

-Para la resaca...- empezó Amber.

-¡Pizza!- respondí terminando así una de nuestras frases cómplices. Tras la misma, ambas estallamos en una sonora carcajada.

SEDUCIENDO A MI PROFESORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora