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Observé mi reflejo en la pantalla apagada de mi teléfono móvil para asegurarme dé qué mis labios estuviesen perfectamente pintados.
A continuación, me atusé el pelo con los dedos y tiré hacia abajo de la falda de mi vestido. El atractivo de la prenda no radicaba en el largo de su bajo sino en qué quedaba tremendamente ceñida al cuerpo. Después de llamar a la puerta, esperé impaciente a qué Spencer me abriera.

Cuando Spencer me recibió, se quedó boquiabierto. Eso me complació. Había conseguido sorprenderle.

-Emily, no me hagas esto...- me suplicó tratando de mostrarse disgustado ante mí visita.

Pero yo me adentré en el apartamento y me situé frente a él. Sujeté su rostro entre mis manos e invadí su boca con mi dedo índice para, acto seguido, reseguir sus labios con él.

-Dime que ya no me deseas porqué ahora sabes que soy la sobrina del director- le exigí.

Su respuesta fueron sus manos rodeando mi cintura camino de mis glúteos. Sus labios retuvieron a los míos mientras meditaba las palabras que se disponía a decirme.

-Me vuelves loco, Emily...- aseguró antes de asediar mí boca.

-Sabes, sólo dispongo de un par de horas y... quiero jugar a algo- le propuse mientras desabrochaba los botones de su camisa.

Spencer apenas era capaz de prestar atención a lo que decía. Intentaba saciar su voraz apetito devorando mi cuello mientras sus manos me aferraban posesivamente a su cuerpo. Su excitación era tal, qué su erección ya presionaba mi entrepierna aun y estando presa por sus pantalones.

-¿Que quieres de mí?- susurró en mi oído.

-Hoy yo seré la profesora y tú mi alumno. Seguirás mis reglas. Haré lo que quiera contigo- le advertí.

Spencer sonrió divertido. Se sentía tan atraído por mí que estaba segura de que acataría cualquier estupidez que se me ocurriese.

-Vamos a la habitación, ¡ahora!- le ordené.

Spencer caminó delante de mí en dirección al dormitorio. Mientras andaba, se iba desabrochando los pantalones y, cuando se dispuso a deshacerse de su cinturón, se lo arrebaté de las manos.

-¡Dame eso!- exclamé.

Él frunció el ceño extrañado, pero me entregó el cinturón. Cuando se hubo quitado los calzoncillos se dio la vuelta y me levantó la falda del vestido con la intención de bajarme la ropa interior.

-¡Emily!- dijo con una sonrisa- ¿No llevas ropa interior?

-No llevo nada debajo del vestido- le aseguré- Y ahora, tiéndete sobre el colchón.

Después de desvestirme, rodeé la cama y me situé junto a su cabeza para exigierle que levantara los brazos. Con la ayuda del cinturón, se los até al cabezal de la cama.

Spencer estaba un poco nervioso por la situación en la que se encontraba, pero en el momento en el qué empecé a ascender por su cuerpo desde los pies de la cama, se relajó por completo.
No dejé de mirarle a los ojos ni un solo instante. Ansiaba ver su reacción cuando me detuviese frente a su miembro erecto. Cuando me sonrió, sujeté su pene entre mis manos y empecé a masajearlo de arriba a abajo.
Una vez Spencer liberó los primeros gemidos de placer, acerqué mis labios a su sexo. Lo lamí para, a continuación, introducirlo dentro de mi boca. Él jadeó complacido. Volví a hacerlo repetidas veces, y es que me excitaba escuchar cómo gozaba con lo que le estaba haciendo.

Y, aunque estaba impaciente por sentirle dentro de mí, tenía claro quería imponer mi ritmo, buscar mí placer.
Me subí a la cintura de Spencer y le acompañé a mi interior. Su gloriosa plenitud me hizo enloquecer. Esa sensación de sentirme completa era mi perdición. Cabalgué lentamente sobre él dibujando círculos con mis caderas. Yo decidía. Y repetía una y otra vez los movimientos con los que más gozaba y aumentaba o disminuía el ritmo a mí gusto. Disfrutaba poseyéndolo.

Spencer me observaba perdiéndose entre mis jadeos. Sus ojos no se perdían detalle de mis balanceos, de cómo mi cabello caía sobre mis pechos ocultándolos, de cómo mis dientes apresaban mi labio inferior, excitados.

-¡Por dios, Emily! ¡Permíteme tocarte!- me suplicó.

-Tendrás que esperar un poquito más... - jadeé con un hilo de voz.

En ese momento me levanté para darle la espalda mientras me deleitaba manteniéndole en mi interior.
Tras una serie de rápidos movimientos en los qué me deslizé arriba y abajo sobre su miembro, decidí que ya era hora dé qué Spencer me poseyera a su gusto.

En cuanto lo liberé, me puso de rodillas sobre el colchón y se introdujo desesperado en mí cuerpo. Me penetró sin descanso. Sus rudos empellones hacían que me fuera difícil mantener el equilibrio pero mis manos me sirvieron de anclaje para disfrutar del inmenso placer que me proporcionaba.
Cuando alcanzamos el orgasmo, grité su nombre extasiada. Y confieso que me gustaría que me deleitara con esa sensación una y otra vez.
Para mí, ya no existía lugar mejor en el mundo que junto a él. Viviría entre sus sábanas.

-Pequeña...te amo- me confesó mientras trataba de recuperar el aliento.

-Spencer... ¿por qué no nos fugamos? ¡Marchémonos a vivir en una cabaña en medio del bosque donde nadie pueda localizarnos!- le sugerí.

Él estaba tan cegado por lo que sentía por mí que no lo consideró una mala idea.

-¿Sabes una cosa? ¡Lo haría encantado!- afirmó Spencer.

-El jueves que viene cumplo dieciocho años. Vayámonos el viernes- dije.

-Emily, ¿renunciarías a tu herencia, a la academia, a la mansión, a todas las posesiones de tu familia por mí?- me preguntó asombrado.

-Lo dejaría todo por ti- le confirmé.

Spencer se mostró pensativo durante unos instantes. Durante toda su vida, no se había encontrado con nadie qué apostara por él de esa manera. Nadie había estado dispuesto a darlo todo por él sin esperar nada a cambio.
Se cercioró de que mis sentimientos eran puros y sinceros. El problema era que yo me había enamorado de Spencer Lawson, el profesor de literatura y él realmente era Cody Meyer, el policía indisciplinado e incapacitado para las relaciones sociales.
En realidad, él era el típico tipo al que le costaba tanto seguir las reglas cómo comprometerse.



SEDUCIENDO A MI PROFESORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora