-En mi cama no -lo señalé cuando se recostó en ella.
-Bien, entonces dormiré aquí en la esquina, hay un árbol muy lindo...
Estaba utilizando su amenaza de dormir en la calle para poder tener lo que quería, y aceptaría, sí, pero ya tendría oportunidad de vengarme.
-Está bien, puedes dormir en mi cama -vi como salía esa sonrisa burlona de sus labios, tomó mi almohada para abrazarla y cerró sus ojos.
-No te duermas -reí.- no cenamos todavía.
Odiaba tener que susurrar, odiaba tener que subir la comida a escondidas como si estuviera robando un supermarcado, y odiaba con toda mi alma sentir que le mentía a mi madre.
-Estoy bien, no tengo hambre -parecía un niño, solo faltaba leerle un cuentito.
-¿Tienes sueño después de esa siesta? -parecía desmayado de lo profundamente dormido que había quedado en ese muro.
-Esa fue la siesta más corta de mi vida -no pude evitar reír.
Lo miré unos segundos, apreciando la vista por supuesto, y me di cuenta de un pequeño detalle.
-¿Quieres un pijama? -sabía que me respondería que no, pero había que preguntar, tal vez hasta le gustaban los pijamas rosas y con dibujitos. Debía ser incómodo seguir con esa ropa.
Abrió los ojos y me miró como si no pudiera creer que siquiera se me hubiese ocurrido decirlo, y sonrió.
-Sólo si tiene princesas -susurró sarcásticamente.
Bueno... Mejor no decirle que sí tenía uno.
-Es que, no sé, ¿no quieres cambiarte esa ropa? -me imaginaba tener que usar por días la misma ropa y no me gustaba para nada la idea.
-Si quieres que me la quite sólo dímelo, no le des tantas vueltas -me guiñó el ojo y negué con la cabeza riendo.
Siempre tan idiota.
No tenía dinero, pero tal vez...
-Podemos robarle ropa a alguien, debe ser fácil -increíble que esas palabras hayan salido de mis labios, pero a veces había que buscar las soluciones más extremas.
Rió.
-No me importa estar sucio y tener siempre esta hermosa y olorosa ropa -volvió a reír y no pude creer que se burlara de mí aún cuando había dicho que robaría para ayudarlo.
-Ja, ja, mañana iremos a buscar algo -sonreí y comencé a sacar la cama de abajo de la mía. Él tan cómodo y yo luchando contra el colchón.
No podía sacarlo y él simplemente me miraba mientras abrazaba la almohada rosa, y que seguramente la maldita cama no salía por su peso sobre ella. Lo miré alzando las cejas, y respiré hondo, cansada.
-¿Siempre tan caballero? -puse mis brazos en jarra.
-Sí, siempre me han dicho que soy una persona muy respetuosa -esa sonrisa de burla ya empezaba a ser mi enemiga. Y su sarcasmo también.
-Levántate -tiré de la almohada que abrazaba y frunció el ceño como todo un niño.
-¡Dámela! -tiró de ella.
-Levántate y luego te la regalo -ni loca, pero había que intentar.
Dejó la almohada en la cama y se levantó, tomó la madera desde abajo y empujó hasta sacar la segunda cama, así como si nada, mientras yo había sentido prácticamente todo un parto.
-Gracias, igual yo podía -el orgullo siempre presente, claro.
-Sí, podías desgarrarte -se rió de mí a carcajadas y lo empujé para que se callara.
Increíble, uno le da su cama, lo mas preciado, y él se burla.
-Voy abajo, ¿traigo algo de comer?
-No, voy a dormir -volvió a acostarse y obviamente a tomar la almohada.
Lo miré con una sonrisa en el rostro y odié lo lindo que era. Salí de allí sintiendo el esquisito aroma a tomate y me imaginé que sería el paraíso de tallarines.
-Qué rico -suspiré maravillada mientras me sentaba en el taburete y veía a mamá cortar cebolla con una toalla en la cabeza.
-Sabía que te gustaría -dijo y noté que le lloraban los ojos.- pero odio cortar cebolla.- reí.
-La belleza tiene sus sacrificios -dije mientras robaba un trozo de tomate y lo comía.
Mamá siempre dijo que habría sido chef si no fuera por la cebolla. Por lo cual hizo un curso, en el que aprendió muchas cosas deliciosas, y me hizo la persona más feliz del mundo con sus comidas.
Comimos tallarines, hablamos de su trabajo, de la casa, de mis amigas y finalmente de su amiguito Fernando, que claramente sabemos todos que no era tan amiguito.
Lavamos todo y nos sentamos a mirar televisión en el sofá, algo que hace mucho no hacíamos. Me gustó volver a compartir un buen tiempo con ella y conversar de todo lo que nos faltaba.
Justamente mirar una película de suspenso no era la mejor opción, porque terminamos tapándonos la cara prácticamente las dos horas, y cuando terminó, la miré y se estaba tapando con el almohadon.
Me reí de ella y subimos las escaleras juntas para luego separarnos en la puerta de mi habitación. Me comenzó a latir el corazón a mil por hora de saber que Theo estaba a solo unos metros de nosotras.-Que descanses -besó mi frente y sonreí.
-Hasta mañana -tomé el picaporte pero no lo abrí hasta ver como caminaba a su habitación.
Estaba todo oscuro e imaginé que Theo había apagado la luz para dormir, así que la prendí, para ver por lo menos por donde caminaba, y lo vi durmiendo.
Parecía un angelito con los ojos cerrados, tapado y con la almohada en sus brazos. ¿Ese hombre no dormía con la almohada en la cabeza acaso, como cualquier persona normal haría?Tomé mi pijama y me dirigí al baño a cambiarme y cepillar mis dientes.
No podía creer que le había dejado mi preciada cama.
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El chico del futuro
Roman pour AdolescentsUna persona normal, que a simple vista parece un chico, un estudiante despreocupado; termina siendo alguien enviado desde el futuro.