13. Puedes dormir en mi cama

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-En mi cama no -lo señalé cuando se recostó en ella.

-Bien, entonces dormiré aquí en la esquina, hay un árbol muy lindo...

Estaba utilizando su amenaza de dormir en la calle para poder tener lo que quería, y aceptaría, sí, pero ya tendría oportunidad de vengarme.

-Está bien, puedes dormir en mi cama -vi como salía esa sonrisa burlona de sus labios, tomó mi almohada para abrazarla y cerró sus ojos.

-No te duermas -reí.- no cenamos todavía.

Odiaba tener que susurrar, odiaba tener que subir la comida a escondidas como si estuviera robando un supermarcado, y odiaba con toda mi alma sentir que le mentía a mi madre.

-Estoy bien, no tengo hambre -parecía un niño, solo faltaba leerle un cuentito.

-¿Tienes sueño después de esa siesta? -parecía desmayado de lo profundamente dormido que había quedado en ese muro.

-Esa fue la siesta más corta de mi vida -no pude evitar reír.

Lo miré unos segundos, apreciando la vista por supuesto, y me di cuenta de un pequeño detalle.

-¿Quieres un pijama? -sabía que me respondería que no, pero había que preguntar, tal vez hasta le gustaban los pijamas rosas y con dibujitos. Debía ser incómodo seguir con esa ropa.

Abrió los ojos y me miró como si no pudiera creer que siquiera se me hubiese ocurrido decirlo, y sonrió.

-Sólo si tiene princesas -susurró sarcásticamente.

Bueno... Mejor no decirle que sí tenía uno.

-Es que, no sé, ¿no quieres cambiarte esa ropa? -me imaginaba tener que usar por días la misma ropa y no me gustaba para nada la idea.

-Si quieres que me la quite sólo dímelo, no le des tantas vueltas -me guiñó el ojo y negué con la cabeza riendo.

Siempre tan idiota.

 No tenía dinero, pero tal vez...

-Podemos robarle ropa a alguien, debe ser fácil -increíble que esas palabras hayan salido de mis labios, pero a veces había que buscar las soluciones más extremas.

Rió.

-No me importa estar sucio y tener siempre esta hermosa y olorosa ropa -volvió a reír y no pude creer que se burlara de mí aún cuando había dicho que robaría para ayudarlo.

-Ja, ja, mañana iremos a buscar algo -sonreí y comencé a sacar la cama de abajo de la mía. Él tan cómodo y yo luchando contra el colchón.

No podía sacarlo y él simplemente me miraba mientras abrazaba la almohada rosa, y que seguramente la maldita cama no salía por su peso sobre ella. Lo miré alzando las cejas, y respiré hondo, cansada.

-¿Siempre tan caballero? -puse mis brazos en jarra.

-Sí, siempre me han dicho que soy una persona muy respetuosa -esa sonrisa de burla ya empezaba a ser mi enemiga. Y su sarcasmo también.

-Levántate -tiré de la almohada que abrazaba y frunció el ceño como todo un niño.

-¡Dámela! -tiró de ella.

-Levántate y luego te la regalo -ni loca, pero había que intentar.

Dejó la almohada en la cama y se levantó, tomó la madera desde abajo y empujó hasta sacar la segunda cama, así como si nada, mientras yo había sentido prácticamente todo un parto.

-Gracias, igual yo podía -el orgullo siempre presente, claro.

-Sí, podías desgarrarte -se rió de mí a carcajadas y lo empujé para que se callara.

Increíble, uno le da su cama, lo mas preciado, y él se burla.

-Voy abajo, ¿traigo algo de comer?

-No, voy a dormir -volvió a acostarse y obviamente a tomar la almohada.

Lo miré con una sonrisa en el rostro y odié lo lindo que era. Salí de allí sintiendo el esquisito aroma a tomate y me imaginé que sería el paraíso de tallarines.

-Qué rico -suspiré maravillada mientras me sentaba en el taburete y veía a mamá cortar cebolla con una toalla en la cabeza.

-Sabía que te gustaría -dijo y noté que le lloraban los ojos.- pero odio cortar cebolla.- reí.

-La belleza tiene sus sacrificios -dije mientras robaba un trozo de tomate y lo comía.

Mamá siempre dijo que habría sido chef si no fuera por la cebolla. Por lo cual hizo un curso, en el que aprendió muchas cosas deliciosas, y me hizo la persona más feliz del mundo con sus comidas.

Comimos tallarines, hablamos de su trabajo, de la casa, de mis amigas y finalmente de su amiguito Fernando, que claramente sabemos todos que no era tan amiguito.

Lavamos todo y nos sentamos a mirar televisión en el sofá, algo que hace mucho no hacíamos. Me gustó volver a compartir un buen tiempo con ella y conversar de todo lo que nos faltaba.
Justamente mirar una película de suspenso no era la mejor opción, porque terminamos tapándonos la cara prácticamente las dos horas, y cuando terminó, la miré y se estaba tapando con el almohadon.
Me reí de ella y subimos las escaleras juntas para luego separarnos en la puerta de mi habitación. Me comenzó a latir el corazón a mil por hora de saber que Theo estaba a solo unos metros de nosotras.

-Que descanses -besó mi frente y sonreí.

-Hasta mañana -tomé el picaporte pero no lo abrí hasta ver como caminaba a su habitación.

Estaba todo oscuro e imaginé que Theo había apagado la luz para dormir, así que la prendí, para ver por lo menos por donde caminaba, y lo vi durmiendo.
Parecía un angelito con los ojos cerrados, tapado y con la almohada en sus brazos. ¿Ese hombre no dormía con la almohada en la cabeza acaso, como cualquier persona normal haría?

Tomé mi pijama y me dirigí al baño a cambiarme y cepillar mis dientes.

No podía creer que le había dejado mi preciada cama.

El chico del futuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora