8. Quédate aquí

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-Tal vez no fue una creación, tal vez es una piedra natural que está en alguna parte del mundo -opiné cerrando el agua y ahora secando mis manos. Cabía una pequeña posibilidad de que su abuelo solamente haya encontrado la piedra en algún lado.

-Es muy extraño su color casi transparente, no parece natural.

-Qué raro -susurré recostándome en la mesada.

-De lo que sí estoy seguro es que todo esto tiene unos cuantos años, todo estaba demasiado deteriorado -lo noté esperanzado.- hay posibilidades de que en este año la piedra ya esté en su casa.

Sentí un poco de alivio de saber que tal vez no sería tan difícil encontrarla, pero no podía siquiera imaginarme entrando a una casa como si estuviera robando, no quería hacerlo.

-¿Y si no estuviese?

No quería ser aguafiestas pero siempre estaba la posibilidad, y también quería saber qué haríamos en caso de que la piedra no estuviera en la casa del Señor Hundson.

-Si no llegara a estar nos tomará más tiempo, meses o incluso años.

No pude creer que en serio pensara en esa posibilidad de esperar el tiempo que fuese para tenerla.
Nos quedamos ambos en silencio, seguramente pensando en las mil posibilidades que teníamos y luego de unos segundos se me ocurrió algo.

-Ven -le dije y comencé a salir de la cocina.

Sentí sus pasos detrás de mí mientras cruzábamos la sala y luego mientras subíamos las escaleras al segundo piso.

Entré a mi habitación y fui directo a la ventana.

-¿Ves esa casa de la esquina enfrente? -le dije señalándola y se puso junto a mí.

-¿Ahí vive?

La casa parecía grande, había pasado unas cuantas veces por la puerta y lo que siempre había llamado mi atención fueron las hermosas flores violetas de la entrada. El vecino Hundson era conocido por cuidar su jardín como a su vida, siempre salía con su perro o hasta con su familia a regar las plantas y cortar el césped.
Los colores resaltaban mucho con el color beige de la casa y la puerta blanca que parecía recién comprada de lo reluciente que estaba.

-Sale muy seguido al jardín, tal vez un día podemos verlo para que veas si es o no es tu abuelo -le dije recordando que en realidad no estábamos seguros.

-Bien -susurró dirigiéndose a mi cama.

Se sentó en ella y comenzó a mirar toda mi habitación con mucha atención.

-¿Qué tiene? -le pregunté.

-Es muy... -lo pensó.- rosa -rió.

Le di una mirada a las paredes rosa, las mantas rosas, la alfombra rosa y la lámpara rosa que tenía en mi mesa de luz; sí, tal vez era algo excesivo.

-Amo el rosa -me encogí de hombros y rió.

Volvió a levantarse y esta vez se acercó a la repisa donde tenía adornos, cuadernos y fotos. Fue específicamente a ver las fotos.
Tomó una y la miró con el ceño fruncido, sabía qué pasaría y que me preguntaría lo que todo el mundo hace.

-¿Tienes solo a tu mamá?

Bajé la mirada porque el tema era algo que me irritaba, me entristecía que todo el mundo sintiera lástima por mí todo el tiempo.

-Sí -susurré e intenté mantener mi cara normal.

Un pequeño silencio apareció unos segundos.

-No quería meterme -se dio cuenta de mi cambio de humor porque dejó las fotografías y se quedó parado mirándome.

-Está bien -le sonreí como pude.

-Bueno, me voy si no tienes más preguntas de la maldita piedra.

Iba a asentir pero en seguida me lo imaginé durmiendo en la calle, muerto de frío, de hambre. No podía dejarlo sin casa, ¿y si llovía?

-No -le dije de repente y me acerqué un paso más hacia él.- no puedes dormir en la calle.

Frunció en ceño.

-Emily... -mi nombre se oía lindo de sus labios.- no tengo problema en eso, en serio.

Se oía tan seguro, pero sabía que lo decía para no darme lástima.

-Tengo un colchón bajo mi cama -le dije.

Sí.

Definitivamente estaba loca.

O sea, era un extraño, un desconocido, alguien que podría querer asesinarme, robarme, o lo que sea. ¿Cómo podía estarle diciendo que durmiera en mi casa?

-No te preocupes, de verdad -me sonrió.

-Claro que sí, hace frío afuera.

-¿Y tu mamá? -preguntó y tuve que detenerme a pensar. Mamá llegaría del trabajo y no podía decirle que invitaría a dormir a un tipo que había conocido en el supermercado.

-No le diré, mamá no entra casi nunca a mi habitación, sólo cuando me despierta.

-Estás loca, no puedo esconderme -rió.

Sí que estaba loca pero qué más daba. Era una noche, dormiría, yo me iría al colegio y listo, nadie tendría que pasar una noche asquerosa en la calle.

-No pasa nada, mira -me acerqué a la cama y comencé a sacar el colchón que había debajo.

-Me quedo con esta -se tiró en mi cama y no pude evitar reír.

-Oh no, tampoco abuses -reí y su hoyuelo desapareció cuando se tapó el rostro con mi almohada.

-Es cómoda -su voz se sintió bajita contra la almohada.

Me dio gracia verlo acostado allí, como si fuera su habitación rosa, y no pude evitar mi gran sonrisa de burla que notó al quitar su rostro de allí abajo.

-Pondré una alarma media hora antes de que mamá venga a despertarme, guardamos tu cama, te escondes y listo -sonreí orgullosa de mi plan.

-Gracias, estas loca, pero gracias -rió.

El chico del futuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora