Chapter thirteen; Too much is never enough

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Hessa

Abro los ojos lentamente, tratando de que se acostumbren a la cegadora luz del día, que a pesar de todo permanece oculta tras una densa sábana de nubes. Contemplando la pared color perla del dormitorio recuerdo un magnífico sueño en el que Harry me besaba.

Un momento...

¡Harry! Me giro y en lugar de encontrar un niño ya adulto durmiendo con expresión tranquila, lo único que hallo es su ausencia. Me siento como esas chicas a las que han abandonado tras una noche de desenfrenado sexo. Frunzo el ceño. ¿Dónde está? Missi, el gato colgado en la pared me dice que apenas son las seis de la mañana. No creo que haya madrugado tantísimo, sobre todo un sábado. Me levanto y cruzo el pasillo, sintiendo el frío del parqué en mis pies. Llego al salón, donde Blaire duerme a pierna suelta. Detrás de la barra de la cocina tampoco hay nadie. El baño libre. ¿Conclusión? Harry se ha ido, pero, ¿adónde?

 ¿Conclusión? Harry se ha ido, pero, ¿adónde?

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– Vamos, Hess, cambia la cara.

– Que no, Blaire, que no me veo yo en otra fiesta. ¿Para qué?

– Joder, aunque te quedes fuera dándote el fresquito muerta del asco. Pero al menos sales, que falta te hace.

– Pero, en serio – me quejo –. ¿Tanta falta hace todo esto? – continúo, tirando del borde del vestido hacia abajo.

– ¿Si te pones lo que te de la gana, vienes sin rechistar? – asiento enérgicamente. Ya que la opción de quedarme no existe, al menos me pondré lo que quiera –. Intenta no parecer una monja de clausura, ¿vale? – le saco el dedo corazón y una burlona sonrisa aparece en su cara mientras me dirijo al dormitorio.

Abro el armario y lo contemplo indecisa. Finalmente saco unos vaqueros ajustados negros, rajados en las rodillas, una camisa roja de cuadros, y no me decanto entre las Bens negras o los zapatos de tacón del mismo tono que los vaqueros.

– ¡Blaire!

– ¿Sí?

– ¿Bens o...?

– ¡Tacones! – me interrumpe ella mientras oigo sus zapatos repiquetear sobre el parqué –. ¿Te hace feliz hacerme sentir un puto yeti a tu lado? – me río.

Blaire es algo más alta que yo sin tacones, con ellos... Me pongo unas medias y calzo los zapatos. De la cómoda saco un bolso cuadrado de mano y metiendo un par de cosas en él me miro al espejo.

– Bien, ¿no? – le pregunto para que me de el visto bueno.

– Quizá con algo de maquillaje...

– No – la corto rotunda. No pienso pintarme como una puerta. Nunca lo he hecho.

– Ponte al menos algún complemento – resoplo y del joyerito saco una pulsera de cuero trenzada –. Eso no sirve – reprende. Resoplo nuevamente y quitándomela le pongo los ojos en blanco –. Y esa pulsera tampoco – dice señalando la pulsera naranja y rosa de la que pende la H y la Torre Eiffel.

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