Chapter thirty-one; Like a feather; like a breath

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Hessa.

Nueve días.

Nueve infiernos de hielo y de frío en mi cuerpo.

Ya van 216 horas y 12960 minutos.

El primer día fue el peor de todos. Logré disimular lo mucho que me dolía todo esto pero el aire me faltaba en cuanto cerré la puerta de mi casa. Sentí desfallecer allí mismo. La realidad me golpeaba sin ningún tipo de delicadeza. Las sombras se cernían sobre mí y sentí miedo en el instante en el que mi antigua vida volvía a calar mis adentros, como cuando me sumí en la tragedia al Drew hacer lo que hizo.

Su presencia no ayudó y verlo cada mañana era una tortura, pero ¿cómo abandonar a un amnésico con cáncer?

Conforme las horas pasaban mientras yo permanecía con la mirada fija en algún punto de la pared del salón, mi imaginación creaba formas horribles y extrañas, a veces pensaba que así era el mecanismo de mi alma: sobrecogedor y siniestro.

El segundo día la comida hacía que me entrasen náuseas, y no probé bocado de nada. Me pasé las horas formando un ovillo en mi cama, lamentándome y pensando en todo. Temí que la cabeza me estallase como en los dibujos animados, y de mi boca solo salían sollozos y suspiros. A mi mente sólo recurren dos verbos que describan lo que de el segundo día fue de mí: llorar y dormir.

No recuerdo llorar durante mis pesadillas, como tampoco recuerdo en qué ocasión cerré los ojos, poniendo fin a mi tortura e iniciando las pesadillas de aquel día.

El tercer día de mi cuerpo sólo escapaban sollozos roncos a causa de los dos días enteros de lágrimas. Tenía el cuerpo entumecido de la postura adoptada, pero sentía que si no mantenía las manos abrazando mi pecho y mis mejillas rozando las rodillas, todo saldría de mi cuerpo. Todo abandonaría mi ser.

La cuarta noche tuve un precioso sueño que no recuerdo, pero sé que fue maravilloso ya que no me desperté atormentada por ninguna pesadilla. Simplemente una especie de mueca que simulaba una sonrisa recorría mi rostro. ¿Llorará él? Me repetía sin cesar. ¿Me echará de menos? No. Claro que no.

El cuarto día no pude evitar a Nat, que amenazó con romper la puerta a puñetazos si no abría.

— ¡Sé que estás ahí, Hessa Delevingne! — gritaba —. ¡Abre ahora mismo!

Obedecí. Como siempre hago. En lugar de imponerme, abrí la puerta. La impresión y lástima sacudió su cuerpo como una ola. Y me eché a llorar con ganas. Como nunca antes lo había hecho. Ningún llanto se parecía al de los días previos. Eran sollozos enormes, el aire no circulaba por mi sangre y aunque pensaba que no me quedaban lágrimas que soltar, mi cuerpo me demostró que contenía una fuente infinita de pena dentro de mí.

— Cariño... — se limitó a decir mientras yo dejaba que me estrechase entre sus brazos.

Pero no, las sombras no callaron. Mis demonios envalentonados rugieron más que nunca, mas el dolor que sentía era tan profundo que fueron suspiros en mitad de un caos; mi caos interior.

No pude prestar atención a lo que sus palabras decían, tan sólo asentía cuando su rostro mostraba firmeza, o negaba cuando el enfado recorría su expresión, y fue entonces, al verla llorar cuando hice algo bastante heroico tratándose de mí: la abracé. Le susurré que nada malo pasaría si estábamos juntas, y no me aparté de ella. Ni siquiera sentí la necesidad de hacerlo.

El quinto día abandoné la cama por voluntad propia pero permanecí la tarde entera sentada en el sofá jugando con la pequeña Torre Eiffel de mi pulsera, rememorando cada segundo de aquel viaje a París. Cuánto sufrimiento me recorría al pisar tierras parisinas, sin embargo, cuánta felicidad era notable en mí al despedir la Catedral de Notre Dame y todos los monumentos que París alberga.

Never▴H.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora