Epilogue.

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Hessa

Recuerdo con exactitud lo que sentí, y aunque de eso hace ya casi cinco años, aún puedo sentir en mi cuerpo el dolor que se me clavó al oír que había perdido mucha sangre. Y es que Harry era de perderlo todo. Las llaves, el móvil, la memoria, la sangre, a mí. No sabes la distancia real de los lugares hasta que te encuentras de camino. Llorando, angustiada, rezando sin creer en ningún dios y pidiéndole a quien sea a quien te aferras que se quede.

Tres kilómetros y dieciocho metros, apenas unos diez minutos que se hicieron dolorosamente eternos.

—Tiene que quedarse aquí.

Es todo cuanto me dijeron mientras metían a la persona a la que amaba en una sala fría, iluminada pobremente y con personas que no sentían el más mínimo afecto por quien yo me sentía morir.

—Por favor, es mi novio —lloraba.

Y entonces un médico me sujetaba.

—¡No me toques!

Recuerdo nítidamente que lo veía todo a cámara rápida, a cámara lenta, borroso. La única figura que lograba vislumbrar con claridad era la de Harry a través del ventanuco que me mostraba cómo intentaban reanimarle a cada minuto que pasaba. Y yo lloraba sin dejar que nadie me tocase, que pestañease si quiera a mi lado: si no me vuelve a tocar él nadie lo hará nunca más, sentencié.

Oigo murmullos procedentes de la calle, alzo un poco la vista y encuentro a varias personas charlando en torno a la plaza. Sin embargo, y aunque son muchos, me fijo en la cara de un niño rubio con el pelo desaliñado. Su expresión es impasible, pero yo, que he vivido tantos años tras un velo de ausencia, sé que la rabia y el dolor juegan a ser protagonistas dentro de sus ojos.

—No tienes que hacer esto.

Suspiró Dustin cuando repliqué por enésima vez que le acompañaría a reconocer el cuerpo de Drew. Y es que necesitaba asegurarme de que a ese cabrón le habían abatido, que por fin no respiraba el mismo aire que yo. Porque, por si no lo sabíais, el muy imbécil salió por la puerta delantera, esperando ¿qué? ¿Que no le cosiesen a balazos?

—Ponga las manos en alto y tírese al suelo.

Drew no movió un centímetro de su cuerpo, me miró y puso aquella sonrisa suya que decía: me he salido con la mía. Incluso si no lo crees; he ganado y tú has perdido. Acercó su mano al bolsillo y al segundo la mitad de balas que él usó con Harry impactaban en su cuerpo. Hundiéndose en la ropa y atravesándole la piel. Murió al instante.

No lloré, las lágrimas se me secaron. No había nada, es como si el pozo por fin se hubiese vaciado. Ya no quedaba más agua potable, y ahora no sabía cómo desahogaría el dolor que me corroía las entrañas si no era con llantos.

Por eso, quizá, el día que fui a comprobar si de verdad se trataba de su cadáver no derramé una lágrima. Ni una sola emoción escapó de mi ser. Quise escupirle, pero no serviría de nada. Así que me contuve y le miré largo rato, tatuando en mi cabeza la imagen de ese ser sin alma, para asegurarme de no tolerar ni uno solo más como él en mi vida.

Mi hermano me apartó del cadáver, del hombre que dijo haber amado alguna vez en su miserable existencia. Y mirándome fijamente, intentando encontrar algún atisbo de cordura en mis ojos me otorgó la posibilidad de elegir.

—¿Querrás que lo incineren?

Fui concisa, nada de explicaciones, solo instrucciones.

—No.

Siempre he pensado que las personas que son incineradas, son liberadas de la vida mortal. Su alma ha de volar, pero si su cuerpo es enterrado seguirán atados a esta vida que ya no les pertenece. Esa es la razón que me llevó a rechazar la incineración. Yo quería que Drew siguiese aquí. Él no merecía ningún tipo de libertad.

Never▴H.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora