XVIII

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Salimos de la casa. Cuando los rayos del sol nos alcanzan Edward brilla como si tuviese millones de diamantes incrustados. Camino a su lado por donde siempre corro. Perdemos de vista la casa y seguimos caminando. Cuando llevamos una media hora caminando se sienta a la sombra en un tronco caído. Me siento a su lado sin aún haber pronunciado palabra.

- Me preocupaste- admite.

- Lo sé- le contesto.

- Creía que te había hecho algo malo. Pensé que te habías enfadado conmigo y que por eso estabas así.

- Sabes que yo solo me enfadaría contigo por algo muy gordo- le advierto.

- Creía que llorabas por lo de las flores. Pensé que tal vez odiabas las flores- se detiene.

- Lo siento. No lloraba por las flores. Bueno las medio vi- hago una pausa- eran muy bonitas. No pude leer la nota.

- Quería saber si querías venir al baile conmigo. Es como un rito de iniciación en la familia. A todos nos gusta bailar- dice un poco con una risa, pero amarga.

- ¿Me lo estás preguntando? Es que no se si tomar eso como algo que querías hacer o como algo que quieres hacer- admito demasiado rápido.

- ¿Quieres venir al baile conmigo?- pregunta girándose hacia mí.

- Sí. La verdad es que sería una pena si no me pusiese ese traje que tan generosamente me habéis comprado.

Suelta una fuerte carcajada.

- Esperare ese momento con ansias.

- Puede que no más que yo.

- ¿Puedo hacerte una pregunta?- pregunta lentamente, con desconfianza cosa que pocas veces se ve en él- espero que no te afecte o te enfades.

- Claro, no me voy a enfadar por una pregunta- observo su cara detenidamente.

- ¿Qué es lo que más echas de menos de tus padres?- pregunta mirándome a los ojos. Yo lo miro fijamente mientras pronuncia las palabras delicadamente. Observo sus ojos dorados detenidamente como si alguien hubiese vertido oro líquido en ellos. Esto me recuerda a mis padres enormemente pero no me hace añorarlos.

- Su apoyo y su amor incondicional... - contesto rápidamente sin ninguna duda en mis palabras. Hago una pequeña pausa- Ellos siempre me alentaban a sacar lo mejor de mí, a dar el cien por cien, a no rendirme, ser más fuerte, más rápida, más constante, más tranquila o a veces más viva. Pasé muchas horas con mi padre entrenando y que tu padre te grite cosas alentadoras ayuda.

Edward se ríe ante ese último comentario y yo lo acompaño.

- Claro está cuando el lugar donde entrenas no está lleno de gente y todo el mundo se gira hacia ti con el ceño fruncido.

Vuelve a reírse abiertamente. Estamos muy relajados sentados en el tronco y espero que esto dure un buen rato.

- ¿Pasaba con frecuencia?- pregunta interesado.

- No, solo fue una vez. Me negué a volver a pisar ese lugar. Yo le decía entre dientes: "Por Dios que vergüenza. Me estas avergonzando" cuando el pasó de mis quejas me largue de allí, lo deje solo con todo el mundo mirando.

- ¿Por qué te fuiste?- pregunta entre carcajadas.

- Era una lucha que no podía ganar- admito con falsa seriedad- Aunque claro, no sé si eso era muy elegante. Era como abandono. Claro que esto solo duró hasta que hicieron el gimnasio en el sótano, entonces aceptaba sus gritos alentadores y a la misma vez atemorizantes con mucho gusto. Mi madre una vez grabo un video a escondidas y después se lo enseño, mi padre decía que el loco del video no era él- al recordar el momento no evito reírme. Mis padres me dieron los mejores momentos.

DULCE TENTACIÓN [EDWARD CULLEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora