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La muerte nos iguala a todos. 

Es la misma para un hombre rico que para un animal salvaje. 

Dalai Lama. 

Ahora que se supone que estamos de vacaciones de verano, ya no tengo muchas excusas para evitar a Alice y sus planes de boda. Cualquier excusa que se me ocurra es bastante buena... incluso si tengo que ducharme dos veces el mismo día solo para contar con más minutos sin pensar en todas las cosas que hay que hacer. 

- ¿Dónde se ha ido todo el mundo?- pregunto cuando llego al salón y encuentro solo a Edward viendo la CNN. 

- Todos se han ido a... algo sobre las mesas y las sillas- explica. 

- Vale... Esas cosas sobre la boda- digo rodando los ojos. 

- Por cierto, ¿adónde vas?- me pregunta señalándome. 

Me miro de arriba a abajo. Voy con unas mallas puestas, los deportes y una sudadera... 

- A correr- respondo encogiéndome de hombros y sonriendo abiertamente-. Sabes que hace casi una semana que no salgo a correr. 

- Está bien, pero no tardes mucho- advierte en broma. 

- No te prometo nada. 

- ¿Por qué llevas sudadera?- pregunta extrañado antes de que logre salir del salón. 

- Porque no me queda ningún sujetador deportivo limpio- respondo guiñando un ojo por encima de mi hombro. 

Por su mirada sé que eso es "demasiada información". 

Coloco los cascos en mi orejas y pongo la música del móvil al máximo. O lo que es lo mismo, apago el mundo. 

Corro lo más rápido que puedo esquivando ramas caídas y baches en el suelo.Hace varios días que no llueve y el suelo está muy seco. En el aire se respira un poco de ese olor cálido del verano... aunque en este pueblo no parece que sea verano todavía, de todas formas. Mi pelo va de arriba hacia abajo flotando por el aire mientras troto. Es como una estela dorada. 

Me quedo paralizada cuando, incluso llevando cascos, un sonido fuerte corta el aire. Como si de pronto todo el bosque se silenciase como si la música se silenciase y solo se escuchase como la bala danza por el aire en un baile mortal.

Ya es tarde cuando el aire sale por mi boca, como cuando alguien recibe un puñetazo en el estomago. Primero miro el bosque en busca del lugar del que ha provenido el sonido, pero todo son plantas verdes, troncos grandes y marrones... Después bajo mis ojos a mi cuerpo. Una mancha color escarlata muy fea está comenzando a extenderse por encima de mi preciosa sudadera turquesa. Por instinto mis manos salen disparadas al lugar en el que la bala me ha dado, de lleno en el centro de mi estómago. Siento en mis manos la sangre emanar de la herida. Caliente y suave. Levanto mis manos para verlas y me horrorizo cuando veo que estas están completamente impregnadas de sangre, de mi propia sangre.

Lo siguiente que sé es que he caído de rodillas al suelo. Justo unos segundos después estoy tumbada bocarriba sobre la tierra. Ni siquiera puedo ver el cielo porque todos los árboles crean una especie de techo verde. 

Oigo fuertes pisadas que se acercan a mi. Y poco después unas tres caras de hombres aparecen por encima de mi. 

- Chuck, hemos disparado a una chica- dice el más joven de ellos. Aunque tiene bastante barba. Bueno, todos tienen barbas y visten con ropa de camuflaje de manchas verdes. Cazadores. 

- Hey, chica. ¿Puedes oírme?- creo que el que está chasqueando sus dedos frente a mi cara es el tal Chuck. 

- Tenemos que llevarla al hospital- sugiere apremiante el más joven-. Tenemos que llamar a una ambulancia. Se está desangrando. 

DULCE TENTACIÓN [EDWARD CULLEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora