XXIII

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Me llevo las manos a los ojos para evitar que toda la luminosidad de la mañana me deje ciega. 

- Buenos días- oigo decir a Edward. Muevo mi mano y me doy cuenta. ¡Genial! Estoy utilizándolo de almohada una vez más. Bien, Karenina, bien. 

- Buenos días- digo de forma muy lenta. Levanto la cabeza todavía sin moverme y lo miro a los ojos. Puede que no sea capaz de leerme la mente, pero de verdad, hace que sienta como si realmente me la estuviese leyendo. No mola nada. 

- ¿Has dormido bien?- pregunta esbozando una sonrisa. Bajo la mirada hasta mi brazo izquierdo envuelto por encima de su pecho... 

- Muy bien...Siento haberte usado de almohada- respondo avergonzada y retirando el brazo lentamente-. Podrías haberte ido cuando quisieras... 

- ¿Estás avergonzada?- pregunta con una leve risa. Le lanzo una mirada de odio mientras me incorporo hasta sentarme en la cama. 

- ¿Un poco?- propongo insegura. Hasta que me doy cuenta de que la camiseta que Edward me dejó anoche para dormir ha desaparecido. Miro mi ropa interior anonadada-. ¿Por qué...- comienzo a preguntar mientras me señalo el cuerpo, alzo la mirada hasta Edward y él levanta las manos en señal de rendición. 

- A mi no me mires. Fuiste tú la que te la quitaste- dice señalando hacia la camiseta tirada en el suelo cerca de la puerta. 

- Genia. Simplemente, genial- digo derrotada, dejándome caer sobra la cama de nuevo al lado de Edward-. ¡Soy una exhibicionista!- exclamo riendo. 

- No creo que cuente si solo lo haces delante de una persona- apunta Edward. Doy un suspiro exasperada. 

- Me voy a desayunar- digo levantándome de la cama y saliendo de la habitación en ropa interior. 

¿A quién le importa cómo vaya por ahí? La ropa interior solo es comparable a un bikini, y todo el mundo (o casi todo el mundo) lleva bikinis delante de los demás. No es nada nuevo... 

Edward pasa corriendo por mi lado y aparece al otro lado de la isla de la cocina. Lo miro con los ojos entrecerrados. 

- Eso no vale- digo colocando las manos en mi cintura. 

- ¿Por qué no vale?- pregunta sacando cosas del frigorífico. 

- Porque... porque yo no tengo supervelocidad- respondo-. Y no es justo que tú hagas de comer siempre. Puedo hacerme el desayuno sola. 

- Me gusta hacerte el desayuno, ¿me vas a privar de ese placer?- se gira de vuelta hacia la isla de la cocina y levanta una ceja mientras me mira. 

- No- digo rindiéndome facilmente y sentándome en uno de los taburetes de la cocina. Espero mientras Edward me hace el desayuno, sonriendo como una tonta. Cuando me doy cuenta quito la sonrisa de mi cara y me aclaro la garganta-. ¿Tienes algo planeado para hoy? Es Navidad. 

- Lo sé. ¿Te apetece ir a bucear?- pregunta colocando delante de mi todo mi desayuno. 

- ¡Claro! Si logro terminar este desayuno antes del año que viene...- respondo señalando toda la comida. 

Una hora más tarde después, estoy lista con el bikini puesto para ir a bucear. Me encuentro con Edward en la playa delante de la casa. Hoy hay un poco de bruma y hace que el cielo esté un poco grisáceo, pero no va a impedirnos que vayamos a bucear. Lo tomo de la mano y me quedo parada a su lado mientras busco su mirada. 

Ahora soy yo la que quiere saber en qué está pensando. 

El agua está tan calmada que es muy fácil entrar. No tienes que esquivar ola, ni dar saltos... ninguna de esas cosas. 

DULCE TENTACIÓN [EDWARD CULLEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora