XXIV

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Hoy es treinta y uno de diciembre. La temperatura está por encima de los veinticinco grados... eso es bastante increíble y... agradable. 

Una de las cosas buenas que tiene que estemos en esta casa en una isla despoblada es que no tengo que usar zapatos nunca. Literalmente voy a llevar este vestido color vino sin zapatos. Un vestido muy bonito, por cierto. 

- ¿No te parece esto un poco demasiado exagerado?- pregunto mientras salgo de la habitación alisándome las arrugas invisibles del vestido. 

Levanto la vista cuando nadie responde. Edward está ahí, de pie, y como una estatua. 

- ¿Te pasa algo?- pregunto confundida. No se supone que le deba pasar nada. Es un vampiro... Niega con la cabeza y sigo hablando-. Podríamos ir en pijama, ¿a quién le importaría? No hay nadie para vernos. 

- ¿Quieres comenzar el año en pijama?- pregunta en broma-. Pero si no tienes pijamas... 

- ¡Auch!- finjo que me ha dado en el corazón y me llevo las manos al lugar-. Eso ha sido un golpe bajo... Pero si eso es lo que te preocupa... 

- Es solo que no me apetece que recibas el año en ropa interior... 

- Podría usar bikini si te hago sentir incómodo- digo entre risas. 

- No me haces sentir incomodo, solo... ansioso. 

- ¿Ansioso?- pregunto confundida-. ¡Oh! Lo siento, de verdad que no lo sabía- comienzo a decir nerviosamente disculpándome-. No me había dado cuenta... Qué tonta soy... Mestiza, mucha piel expuesta, vampiro... Mala idea... 

- No, no. No es eso, Karenina- dice Edward acercandose a mi. 

- Vaaale- digo lentamente-. Entonces creo que no te entiendo bien- susurro-. ¡Espera!- le pido poniendo mi mano sobre su boca-. Mejor dejamos pasar todo este tema, ¿vale? 

- Vale- entiendo que trata de decir. Retiro la mano lentamente. 

- Te has pasado ocho pueblos- digo cuando llegamos a la playa. Hay una especie de manta extendida sobre la arena de playa-. ¿Eso es champange?- pregunto mientras me siento encima de la manta. 

- Sí...- responde Edward sentándose junto a mi. 

- Vaya, gracias. Me gusta el champange- digo tomando una bolsa de malvaviscos. No hay fogata por lo que me tiro en la manta justo a Edward y comienzo a comerme algún que otro esponjoso malvavisco. Todas las luces de la isla están apagadas por lo que las estrella se ven perfectamente. Se ven mejor de lo que nunca las he visto en toda mi vida. 

Edward toma mi mano en la suya, pero sigo contemplando las estrellas mientras la temperatura de mi cuerpo se ajusta a la suya. 

- El amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece. No hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor. No se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser... Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres. Pero el mayor de ellos es el amor- murmuro hacia las estrellas. Giro la cabeza para encontrarme con la mirada de Edward-. Mi madre solía decir eso mucho. Ya sé que está en la Biblia... Puede que yo no sea muy religiosa, pero ese tipo de cosas se graban en tu mente. 

- Es realmente bonito- concuerda acercándome a él. 

- Lo es- susurro contra su pecho. 

- Tú corazón está siempre calmado- comenta-. No entiendo cómo es eso posible. ¿Cómo puede ir tan lento? 

- No tengo ni idea- respondo con una leve risa-. ¿Qué más da el ritmo de mi corazón? 

- A veces se acelera un poco... pero suele presentar tan poca diferencia que apenas es perceptible- explica. 

DULCE TENTACIÓN [EDWARD CULLEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora