Solitario

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Capítulo 3: Solitario.

Draco se despertó con unos pocos rayos de sol que entraron por la ventana. Miró alrededor y se dio cuenta de que aún estaba en ese infernal apartamento, por lo que se dio la vuelta y se volvió a dormir.

Cuando se despertó de nuevo, su estómago rugió suficientemente fuerte como para saber que ya tenía que levantarse. Xavier había regresado durante la noche (o tal vez la mañana), y estaba dormido con la cabeza escondida bajo un ala. Caminó hasta la cocina, donde abrió algunos armarios. Descubrió una caja de fideos, de los cuales, no sin cierto reparo, se metió uno en la boca. Sin embargo, no era blando ni húmedo (como debían ser los fideos), sino crujiente y asqueroso, insípido. Suspiró. Lo que daría por un elfo doméstico.

Draco tomó alguna que otra caja más hasta que dio con la que Granger había designado como una especie de alimento para el desayuno. Abrió la caja, y hambriento como estaba, se metió un puñado en la boca. Sabían a serrín y frutos secos. Volvió a meterse otro puñado en la boca para, al menos, tener algo en el estómago.

Luego, examinó los botones de la cosa negra que se suponía que calentaba las cosas. Tocó un poco y pareció encenderlo. Cogió el hervidor de agua del armario y lo llenó de agua del grifo. Esperó y esperó. Se quedó mirando el hervidor, deseando que el agua calentara ya. Se paseó por la habitación, cogiendo a su paso una taza y colocando una bolsita de té en ella. Abrió la caja que echaba frío y descubrió que, ayer, Granger había puesto una bolsa de limones en el carrito sin que él se diera cuenta.

No había ninguna señal de que el agua hubiera calentado. Molesto, se acercó al hervidor y metió el dedo índice dentro, descubriendo de la manera más desagradable que, aunque no parecía caliente, realmente sí lo estaba. Y mucho. Se metió el dedo en la boca, haciendo un gesto de dolor.
Cuando dejó de dolerle tanto, cogió el hervidor por el mango y vertió agua en la taza con sumo cuidado. Merlín, ahora tenía que esperar a que el té reposara. Cortó un limón y puso una rodaja dentro. Sin saber qué hacer mientras esperaba, cogió la taza y la desplazó hasta la mesa de la cocina. Tomó un breve sorbo y se quemó la lengua. Con un suspiro, fue a investigar el aparato de la televisión. Se acuclilló frente a ella y toqueteó con los botones. Unos minutos más tarde, no sólo la había encendido, sino que había conseguido mantenerla en un volumen razonable. Sin nada más que hacer, vio la televisión. No quería pensar en su situación actual más de lo estrictamente necesario. Todavía no estaba preparado para deshacer la maleta. Además, su encuentro con el hervidor lo había dejado escaldado. Se comió unos cuantos puñados más de aquel serrín asqueroso y se preguntó por qué razón alguien querría comer eso.

Al principio, sólo miró la televisión para hacer tiempo, pero pronto descubrió que podía aprender algunas cosas de ella. Una cosa útil que aprendió fue sobre un interruptor de Lumos en la pared. La noche anterior no había tenido ni idea de cómo encender las luces en su casa, pero después de observar a la gente en la televisión durante un tiempo, se dio cuenta de que a menudo cuando los muggles entraban en una habitación, tocaban algo en la pared y las luces se encendían. Tras inspeccionar su casa, se dio cuenta de que todas las habitaciones tenían esa especie de interruptor. Eran tan pequeños que no se había dado cuenta ayer. Los movió arriba y abajo de forma experimental y descubrió que, al igual que en la televisión, aquella cosa era como un Lumos que proporcionaba luz a toda la habitación.

Siguió viendo la televisión, tratando de aprender todo lo que pudiera serle útil en ese mundo en el que iba a tener que navegar los próximos doce meses.
Algunas cosas de las que veía eran más útiles que otras. Por ejemplo, todo lo relacionado con coches y trenes bajo tierra parecían ser de utilidad. Otras cosas como gente vestida de piratas, no tanto. Sin embargo, no estaba del todo seguro de que esos trenes formaran parte de la vida real o fueran simple fantasía.

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