Desapareciéndose

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Capítulo 20: Desapareciéndose.

Draco estaba sentado en el sofá de su piso. Aquel día había decidido observar con detenimiento la televisión y ahora estaba alucinando. Era asombroso lo mucho que los muggles ansiaban la magia. Aparecía de muchas formas diferentes: personas con capas que podían volar, programas de televisión donde la gente viajaba en el tiempo, bastantes nociones equivocadas cuando hablaban de cómo eran los magos o brujas, una especie de superpoder que tenía cualquier ciudadano con el que podía pedir ayuda desde cualquier lugar y ser escuchado... No parecía importar qué forma adoptara, los muggles querían que la magia fuera real en su mundo.

Era sorprendente que no se dieran cuenta de que la tenían bastante cerca, frente a sus narices.

Había visto lo mismo en sus visitas a la biblioteca. Tenían un montón de libros sobre vampiros, dragones y espadas mágicas. Él mismo pensó que podría escribir algo tan convincente como cualquiera de ellos y nadie sabría que se estaba basando en las criaturas y cosas mágicas reales.

A medida que pasaba los canales, aquella idea le atraía aún más. Podría escribir un libro sobre magia, tomando prestadas algunas cosas que conocía, e intentar venderlo. Los muggles no tendrían ninguna razón para pensar que era real, pero sería genial porque sería totalmente realista.

Además, con Hermione comenzando su aprendizaje con Belby y trabajando en la tienda de Weasley, sabía que tendría que buscar alguna actividad para matar el tiempo. Ella había llamado a su puerta tan pronto como terminó de informar a George, y le había contado todo lo que habían hablado. Trabajaría con Belby, principalmente por las mañanas, y por la tarde estaría en la tienda, con George. Draco no tardó en caer en la cuenta de que, con su propio horario de trabajo en el restaurante, sobre todo los fines de semana y noches, parecía que no podría verla en absoluto. La idea le hizo sentir un tanto incómodo. Por eso tuvo que recordarse a sí mismo que su... alianza, probablemente sería sólo temporal. Después de todo, Potter había vuelto, ella podía ver una cabellera pelirroja sin echarse a llorar y él podía arreglárselas por su cuenta.

Maldita sea, tal vez incluso pintaría el dormitorio la próxima semana. Era capaz de casi cualquier cosa en esos días. Viviendo como un muggle no era difícil; desagradable tal vez, pero no difícil. Él era más que capaz. Noviembre llegaba a su fin; sólo tenía que aguantar otros ocho meses.

Ocho meses era mucho tiempo.

Tratando de distraerse, se levantó y buscó algo sobre lo que escribir. Frunció el ceño un momento y comenzó a escribir durante la siguiente media hora. Luego, leyó sus palabras.

El Pixie peligroso y el terrible profesor.

Dan estaba en la clase, esperando que empezara la lección. Ya había leído el libro, y sabía que era más listo que el profesor. Había una gran jaula cubierta en la mesa del profesor. Cuando apareció, el profesor Pringle dijo:

—¡Atención! Hoy traigo criaturas terriblemente peligrosas. Para obtener una buena calificación en esta clase, deberéis luchar contra ellos y volver a meterlos en la jaula —dijo el profesor Pringle, descubriendo la jaula. En el interior había duendecillos. Los Pixies eran como de 6 pulgadas de alto, azules, con las alas brillantes y dientes sorprendentemente blancos.

El profesor Pringle abrió la jaula y rápidamente se escondió debajo de la mesa. Luego, gritó:

—¡Voy a estar observando quién captura más duendecillos!

Mientras que los otros estudiantes se protegían ante las terroríficas criaturas, Dan sacó su varita y dijo unas palabras que sorprendieron a todos los duendecillos que volaban por la habitación. Él los agarró, uno por uno, y los puso de nuevo en su jaula. Después, bajó la mirada hacia el profesor, todavía acurrucado debajo de la mesa.

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