30. BLACK-BAG JOB

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30. BLACK-BAG JOB


Me miré una última vez en el espejo. No parecía yo. Vanessa insistió en cambiar nuestras apariencias por si acaso y por eso me había maquillado de forma que parecía una persona de mínimo 25 años. A ella casi tampoco la reconocía. Vanessa era muy buena con el maquillaje. La noche anterior pagamos nuestra habitación de hotel y bajamos el equipaje al coche por si teníamos que marchar con prisas.

- ¿Te acuerdas de la palabra para definir lo que haremos ahora? - preguntó Vanessa atando su pelo en una cola. Me giré para mirarla.

- Black-bag job. - respondí. - Entrar secretamente en un recinto con el fin de descubrir información.

- Eres consciente de los peligros, ¿verdad?

- Este es mi caso, Armstrong. Sé que es peligroso ya que no tenemos jurisdicción ni permiso de nuestro jefe. Sé que es muy probable que nos pillen y que nos expulsen del programa. La pregunta es, ¿eres consciente de los peligros?

- Los riesgos son nuestro elemento. - sonrió para ella misma. - Allez y. - dijo en francés que quiere decir "Vamos." Pero antes de que pudiera salir de la habitación, la cogí del brazo.

- Si esto sale mal, yo cojo toda la responsabilidad. - Vanessa sonrió y me guiñó un ojo.

- Si insistes.

Sabía que si algo pasaba, ella también cogería parte de responsabilidad pero no iba a dejar que eso pasara. Este era mi caso, y era mi responsabilidad, de la misma forma en que el caso de Vanessa era su responsabilidad y nunca me dejaría asumir la responsabilidad para su caso.

No solo nos habían enseñado a ser espías y todo eso. También nos habían enseñado a ser leales. Leales al gobierno, leales a los demás y leales a nosotros.

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Había más cámaras de vigilancia de las que me esperaba. Pero todas estaban apuntando en la dirección de la entrada, donde había los guardias esa mañana. Sólo había una que mirara en la dirección por donde queríamos entrar. Para "desactivarla" (porque no la desactivé), Vanessa me ayudó a subir a un árbol y desde una rama observé con cuidado el tipo de cámara que era. Mi plan original era girarla (vigilando que no quedaran mis huellas) y hacer que apuntara hacia otra dirección. Pero no podría girarla sin romperla, y si hacía eso, sabrían que algo iba mal. Así que finalmente, cogí una de las grandes hojas con (con mis guantes puestos) del árbol y la coloqué delante de la cámara. De esa forma, podrían sospechar que el viento la había llevado ahí. Salté del árbol y asentí hacia Vanessa. Ahora podíamos entrar por el hueco en la valla que habíamos visto esa mañana.

La puerta de la casita de madera estaba cerrada. Así que cogí una de las horquillas que estaba usando para mi pelo e intenté abrirla. Vanessa se estaba impacientando a mi lado. Las dos estábamos ansiosas por hacer un trabajo de espía de verdad pero ninguna de las dos enseñaba su entusiasmo en su rostro. Éramos profesionales. No podíamos dejar que cualquiera pudiera leer nuestras emociones. Tardé unos tres minutos a abrir la puerta y resultó que, por suerte, no había ninguna alarma. Al menos ninguna que nosotras pudiéramos oír.

La trampilla pesaba más de lo que me esperaba y cayó hacia atrás haciendo un fuerte bum contra el suelo. Vanessa y yo nos quedamos petrificadas esperando alguna señal de que alguien lo había oído. Al cabo de unos pocos minutos de no oír nada, decidimos bajar las escaleras que nos llevaron a un pasillo estrecho de metal. Si extendía los brazos, tocaba la pared con las dos manos. Las luces estaban apagadas pero las señales de salida de emergencia nos permitían ver nuestro entorno. Me fijé que la salida de emergencia no era la trampilla por donde habíamos bajado, eso quería decir que había otra salida en alguna otra parte.

Agente LewisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora