Niñero de viejitos

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Yo tenía cinco años cuando fui por primera vez a un velorio y un entierro. Me sorprendió porque me pareció muy calmado. La gente incluso reía por momentos. Muchos se veían contentos de reencontrarse. A mi papá le sorprendió mucho que en un momento yo me acercara y le dijera:

-Papi, ¿por qué la gente espera que alguien se muera para volverse a ver con personas a las que quiere?

Él cuenta que quedó entre estupefacto y maravillado. No supo que responder. Yo no tengo conciencia de esa conversación, pero sí de haberme quedado con esa idea y no me sorprende que la persona a la que me acercara a consultar, fuera mi papá.

Me impresionó bastante el enorme tamaño de los adornos florales, esas inmensas coronas que rodeaban el ataúd. Habían algunos arreglos preciosos. Tengo el recuerdo de haber estado emocionada por la cantidad de flores que parecían no cesar de llegar. Para mi eran prueba de que mucha gente quería y recordaba a la persona que descansaba en medio de todo.

Mi bisabuelo había fallecido a los noventa y seis años. 

Hacía casi un año que su salud no había sido lo de antes. Había muerto durante la noche, en medio de algún sueño. En su momento yo no dejaba de preguntarme cuál habría sido su último pensamiento. En ese entonces sí recordaba varios detalles de mi bisabuelo. Lo visitábamos bastante seguido. Durante años me costaba entender por qué lado estaba emparentada con él ya que trataba con igual cariño tanto a mi papá como a mi mamá. Recordaba que le gustaba bromear sobre la mala memoria de San Pedro. Recordaba que nos daba a mi hermana y a mi golosinas y chocolates a escondidas de nuestros papás, guiñándonos un ojo mientras nos los daba discretamente. Recordaba que tenía muy marcados sus horarios de comidas. Recordaba su sonrisa traviesa, sus ojitos con chispa brillante, la sorprendente energía de su cuerpo a veces aparentemente enclenque, su voz y su olor. Con los años el recuerdo se había ido borrando. Ya no me acordaba de él diciendo las cosas sino que era consciente de que alguna vez lo había escuchado decir eso. Ya no me acordaba de su sonrisa y debía recurrir a fotos para mantenerla en mi mente. Prácticamente no me acordaba de él vivo, solo sabía que en algún momento sí lo había hecho y envidiaba a mi versión del pasado que aún poseía ese recuerdo y me preguntaba cuándo lo había perdido.

En el velorio, supuse que la gran tranquilidad general se debía a que había muerto -o eso me habían dicho mis papás- sin sufrimiento alguno y se trataba ya de una persona de edad. Nuevamente había tenido la impresión de que era imposible distinguir cuál de mis papás había sido el emparentado con el bisabuelo. Ambos se veían igualmente apenados, cada quien a su manera, pero igualmente apenados. Ambos se pusieron nostálgicos al intercambiar recuerdos.

Cuando el cura había hablado, mi mamá se había puesto de cuclillas y nos había abrazado a mi hermana y a mi con fuerza contra sí. Le pidieron que de algunas palabras, pero ella había balbuceado un poco, se había aferrado aún más a nosotras en busca de apoyo, dejó escapar un par de lagrimones y había mirado a mi papá en busca de ayuda o consejo. Mi papá había asentido en silencio. Se dirigió al frente y tomó la palabra.

-Quiero empezar agradeciéndoles a todos por estar aquí. Por si no me conocen, soy Castiel, esposo de Valerie... y si son parientes me deben conocer como el compañero de travesuras del abuelo -sonrió ligeramente.

Algunas personas dejaron escapar pequeñas risitas o algún quejido sin que fuera realmente en serio.

-Voy a hablar un poco de la maravillosa persona que nos hemos juntado a recordar. Porque sí, eso es lo que siento que hemos venido a hacer y lo que él habría querido, que nos reunamos a recordar con cariño y no ha llorar. Hablo en nombre de mi familia, creo y especialmente de parte de mi esposa quien probablemente no habría podido cumplir con eso.

The Real Good GirlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora