TRECE

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Era de noche. La oscuridad inundaba todo el paisaje, dejándolo como una fotografía en blanco y negro. No había nadie, en absoluto... o eso me querían hacer creer.

Parecía sacado de una película de terror en la que, en cualquier instante, alguien saltaría y me mataría. Tampoco estaba tan lejos de la realidad en la que me encontraba.

El silencio era tentador de romper, los únicos valientes que se atrevían eran los animales nocturnos y el viento suave y cálido del verano.

Decidí que ya era el momento.

Me bajé con cuidado del carro, procurando hacer el mínimo ruido posible. Me quité las pajitas que se me habían quedado por el pelo, las que se encontraban pegadas a la ropa y a mi piel, mientras analizaba el terreno a mi alrededor.

A lo lejos, vi un pequeño bebedero cercano, donde antes venía el ganado a calmar su sed. Dentro estaría cubierto por agua. Me acerqué con cautela y cogí lo que pude con mis manos. Limpié y desinfecté la herida mojándolo con el agua. También la pasé por mis muñecas calmando la rojez.

Luego, de terminar de sanear mis heridas, hice el esfuerzo por intentar correr lo más deprisa que me permitían mis piernas, pero estaba débil.

Entonces percibí a unas personas cerca de donde estaba. Reaccioné tirándome al suelo en cuanto las vi. Todo estaba muy oscuro, la única luz, por la que aún no me había caído, era de la Luna.

Mis ojos se acostumbraron bien a la oscuridad. Y para no perder más tiempo me fui arrastrando por el suelo hasta llegar a los establos donde antes se encontraban los caballos. Mis rodillas acabaron llenas de barro y rayadas.

Entré y permanecí unos minutos en las cuadras, limpiando las rodillas sucias por el barro y descansando un rato, estaba exhausta. Correr agachada era algo agotador y dificultoso, sin añadir que estaba literalmente hecha una porquería en todos los sentidos.

Al cabo de un rato, mientras estaba sentada, oí voces a lo lejos. Estaban cerca de las caballerizas. Pude distinguir que se estaban acercando y corrí hasta una de las cuadras para esconderme en ella, en la esquina más oculta a la puerta, esperando que no se asomaran.

—¿Dónde diablos se habrá metido? —maldijeron.

Justo cuando llegaron a mi lado pasaron de largo. Solté todo el aire que había retenido sin darme cuenta, después observé como subían por unas escaleras. Aproveché para salir con cautela: abrí la puerta y salí a hurtadillas de allí. Afuera, en el exterior, hui acelerada, lo más rápido que pude hasta la casa principal.

Tarde más de lo que esperé. En cuanto llegué a la mansión de la finca, donde la mayor parte de nosotros estábamos alojados, me acomodé la capucha a la cabeza. No quería relevar mi rostro, quería pasar desapercibida e ir directamente a la habitación de Dani.

Naturae «Lux» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora