2DOS2

436 62 95
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Nos encontrábamos reunidos en aquel lugar por mi grupo, exclusivamente. Llevábamos ya un rato, solos, no había ningún profesor y la situación de por sí era un poco incómoda y angustiosa.

¿A qué estaban esperando para venir y decirnos qué narices pasaba? Estábamos hartos de esperar, la paciencia se nos agotaba y no sabíamos que hacíamos allí, de primeras. Todos teníamos obligaciones que cumplir después de clases, estábamos perdiendo el tiempo y para colmo, aún no habíamos comido.

—¿A qué esperan para dejarnos marchar? —Llegué a escuchar.

Mis esperanzas de coger el bus a tiempo se fueron hace rato, y el hambre empezaba a hacer estragos en mi estómago, además de, seguramente, una futura bronca de mi madre por llegar tarde por culpa de mis profesores.

—¡No aguanto más! —gritó alguien, poniéndose de pie junto con otros que le siguieron.

Estábamos por irnos, dándonos igual las consecuencias, porque parecía una broma. Que aún no fuéramos consideramos adultos no significaba que no tuviéramos cosas que hacer, y parecían no tenerlo en cuenta. La mayoría habíamos dejado las mochilas en el aula, porque dijeron que volveríamos y no nos harían falta, y tendríamos que volver a por ellas.

Fue, entonces, cuando se oyeron unos gritos dolorosos de fondo y, a continuación, un disparo. Ese inconfundible sonido a lo lejos de distancia, pero, aun así, cercano. Rápido y ensordecedor, dejo a todos en silencio.

No sé volvió a oír más.

Confusión. Angustia. Caos.

Algunos salieron huyendo, corriendo, por la puerta para salvarse. Histeria era lo único que se respiraba desde entonces. Solo unos pocos permanecimos, quedándonos por alguna razón, llevados por la lógica, el miedo o nuestro instinto, por el mismo motivo por los que ellos se fueron.

Los que se marcharon no volvieron y, aunque los disparos cedieron, no parecía seguro salir. Todos los que aún estábamos allí pensábamos igual. Hacía rato que no se oía nada... ¿Pero era seguro salir?

La salida daba al patio, abierto, y sin nada que se interpusiera entre tu cuerpo y una bala. Ningún objeto, superficie, que lo impidiera. Era un desierto de cemento, canastas y porterías.

Por suerte, ellas no lo hicieron, no siguieron a los otros. Se quedaron. Y lo agradecí, permanecer juntas ayudaba un poco. No quería pensar en la doble sensación de angustia e inquietud que tendría constantemente si lo hubieran hecho.

Llevábamos varias horas ya, después de los disparos, allí, sin hacer nada. Empezaba a resultar cansado permanecer quietos. No teníamos nada que hacer, y había más espacio disponible. Hacía más frío. En el suelo, sentada, me abracé a mis piernas, para retener algo de calor.

Noelia, una de mis amigas, es una chica alta, más que la mayoría, estaba de la mano de otra amiga, Eulissa, aun aterrorizadas por la situación. Recuerdo la primera vez que nos conocimos con cariño, la conocí el primer día de clases en mi colegio nuevo, aquí, en la salida del centro. Se acercó con otra chica, muy simpáticas, para darme la bienvenida. Desde entonces, no sé cómo, nos convertimos en muy buenas amigas. Ella fue quién me presento a la chica con quien estaba: Eulissa, que ese año también vino nueva como yo.

Naturae «Lux» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora