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Me quedé mirando hacia la puerta

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Me quedé mirando hacia la puerta. Con la sensación de que, cuando salí corriendo, alguien debió verme. Esperé a que apareciera y me dijera algo.

En toda la noche no llegó a aparecer nadie. Y me convencí de que había sido producto de mi perversa e inquieta imaginación.

Aun así no conseguí dormir bien. Pude descansar mejor cuando metí debajo de mi almohada la navaja que me dio Dani, pero aún con las medidas seguía con mi inquietud. Incluso cuando me levanté continuaba intranquila con ese mal presentimiento.

Cansada de la situación, salí a ver si lo que había escuchado anoche era verdad. Cuando salí pude comprobar los coches y camiones abastecidos de comida, repletos de ella. Y en otros, separados, los cargaban de armas en el maletero.

Lo que oí ayer era cierto, nos íbamos hoy.

Pero, ¿a qué se refería cuando dijo que estaban llamando la atención con nosotros? ¿Para qué no estábamos aún preparados?

Volví adentro para desayunar antes de irnos, porque como auténticos nómadas estábamos en continuo movimiento. En el comedor tomé la comida sola, las chicas estaban preparadas en los vehículos, listas para partir en minutos. Las habían asignado un grupo distinto al que estaba yo y eran los primeros en salir.

Mientras tomaba mis tostadas alguien me robó una. Miré a la persona responsable y vi a Dani darle un mordisco con sus bonitos ojos miel clavados en mí. En los últimos meses acabamos siendo buenos amigos, incluso se unió a mi grupo y pasamos agradables ratos juntos.

—Gracias por compartir —dijo con una sonrisa burlona.

Después de la pelea que tuvimos, estuvimos menos de una semana sin hablarnos. Aún recuerdo el día de las paces con cariño. Estábamos con las lecciones, y por la tarde me gustaba ir sola a un rincón del pinar para practicar. Iba todos los días, era una rutina que me mantenía en forma y cuerda...

—¿Qué haces aquí? —le reproché cuando apareció a mi lado.

—No puedes estar enfadada conmigo toda la vida. Vengo a hacer las paces de una vez por todas.

—Sí puedo.

—Para que puedas confiar en mí y yo pueda darte motivos, razones y hechos para hacerlo, tú tienes que darme una oportunidad por lo menos.

Le miré, pensándolo más tiempo de lo previsto. Le analicé, considerando las posibilidades de aceptar.

—Entonces, ¿podemos empezar desde cero? —consultó.

—La última oportunidad —le advertí—. Aunque sea por hacer la convivencia más amena.

Sonrió encantado. Se le iluminaron los ojos de alegría y se dibujó en su rostro una sincera sonrisa. Esa imagen estaba grabada en mis retinas, hechizándome, se había quedado guardada en mi memoria.

Naturae «Lux» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora