ONCE

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Desde el ataque al colegio no dormía bien, tenía pesadillas y no conseguía conciliar el sueño. Sufría de insomnio y no me gustaba cerrar los ojos porque solo veía la sangre de los cuerpos de mis compañeros de ese día.

Me levanté pronto y me preparé para bajar a desayunar. Quería ir corriendo, cuanto antes, al encuentro de los hermosos caballos de ayer: Trébol y Chispas.

No veía el momento de volver a subirme a sus lomos y sentirme libre y liberada por completo como aquella vez que monté. Sentir que únicamente estábamos nosotros dos: el caballo y yo. Nada importaba a excepción de nosotros.

Solo a lomos del caballo era cuando sentía que todo iba bien e incluso perfecto. Cuando algo, dentro de mí, me decía que las cosas eran mucho peor de lo que creía. De lo que llegaba a pesar e imaginar.

Mi alegría, al parecer, había durado mucho tiempo porque cuando entré en el establo toda mi felicidad desapareció. Gracias a no localizar a los caballos que tanta despreocupación habían producido en mí.

Ni rastro de ellos. ¿Dónde estarían?

En eso, vi a una chica joven a lo lejos, estaba en una de las cuadras limpiando. Me acerqué a ella con pasos firmes y con el pecho saliéndose de mí. Notaba cada latido de mi corazón por todo mi cuerpo, estaba nerviosa y preocupaba. Caminé frenética y precipitadamente hacia ella. Con pisadas fuertes y largas.

—Disculpa, solo venía a preguntarte por los caballos que había ayer aquí —señalé la cuadra donde les había dejado anoche—. ¿Sabes dónde pueden estar?

—Me asustaste, niña —sonrió recuperando la calma y llevando una mano a su pecho—. Les trasladaron, se les acaban de llevar hace nada.

—¿Por qué?

—Bueno, solo has venido tú a verlos. Para que estén mejor cuidados y atendidos supongo —dijo apoyando la escoba en la pared para hablar conmigo—. Eso sí, no me preguntes donde es porque ya me dirás donde pueden estar mejor que aquí. Es decir, no hay nadie en la ciudad, ¿no?

—Eso mismo pienso yo...

—Hoy estamos con camiones de un lado para otro, chica, no paramos.

—¿Cómo?

—¿No te has enterado? —se sorprendió—. Pues verás, han mandado ir a la ciudad a recoger comida no perecedera y además investigar cultivos por la zona, cercanos a nuestra finca. ¡Vamos a empezar a cultivar verduras y cuidar de los árboles con fruta para luego recogerla!

Oh —Me perdí en mis pensamientos.

—¡Ay! ¡Pero tendrías que haber visto al tipo! —dijo antes de marcharme—. ¡Qué papacito!

Mi mente empezó a divagar, en situaciones hipotéticas o cualquier otra cosa que me mantuviera distraída de mis preocupaciones. Lo malo es que empecé a pensar en lo peor. Di más de una vuelta a lo que me había dicho sobre los camiones y busqué a Dani.

Naturae «Lux» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora