CUARENTA Y CINCO

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En pocos minutos estaría en los brazos de mis padres

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En pocos minutos estaría en los brazos de mis padres. Quería resguardarme en ellos como cuando era una niña y corría a abrazarles después de una caída, lastimada y llorando. Me sentía igual que esa chiquilla, que la pequeña que fui hace tiempo.

Solo deseaba llorar, refugiada entre sus brazos, y ser consolada por ellos. No tenía fuerzas para más.

Fui una niña en un mundo de adultos.


—En breves minutos tocaremos tierra —anunciaron en alto—. A continuación, iremos a un hotel a cinco minutos andando.

—Como dijo vuestro capitán, en cuanto atraquemos y toquemos tierra, iremos andando hasta el hotel, donde nos encontramos con nuestros progenitores —explicaron—. Desde allí nos despediremos.

Más salir, Tobías me recibió en tierra junto con el resto. Movió la colita feliz al verme y saltó a mis brazos.

En ese instante fue cuando nos despedimos de aquel barco para siempre, junto con todas las armas que habíamos traído, las provisiones, objetos... que esperaba ya no volverlos a tener que necesitar.

Lo único que llevé conmigo fue la poca ropa que conservé, a mi amigo peludo y los golpes y las cicatrices que sufrí. De recuerdo, cargué con las marcas de aquella batalla en la que participé.

Llegamos al hotel, el más próximo de la zona, donde nos encontraríamos con todos nuestras madres y padres. Más entrar, un recepcionista, no muy joven, que vigilaba la entrada, nos recibió con una sonrisa en cuanto ingresamos.

—Buenos días, todos os están esperando en la sala —nos recibió muy amable—, ¿quieren ir ya? ¿Deseáis comer primero?

—Guíanos hasta ellos, por favor.

Le seguimos hasta la zona del restaurante, donde servían las comidas a sus huéspedes. Estaban sentados, como si estuvieran esperando a su pedido. La imagen me pareció una ilusión, un sueño, y en el peor de los casos una trampa, pero no lo era.

Cuando ingresamos, se levantaron con emoción, tirando sus sillas en el proceso.

Busqué, con Tobías en mis brazos, a mis dos padres, a mamá y papá. Igual que cuando era pequeña, en la salida del colegio, buscando sus cabezas para volver a casa.

Cierta calma me inundó al encontrarlos, también estaban de pie, buscándome.

Sentí una paz incuestionable. Me abrazó con seguridad.

Había acabado con una de mis primeras pesadillas, con el hombre que un día me atacó y con el asesino que mató a mi amigo, y aunque la tristeza por lo último no se iría, pude volver a sentir el bienestar con ellos y con mi amigo peludo.

—Mi niña. —Mi madre me envolvió en un confortable y cálido abrazo—. Te hemos echado mucho de menos.

—Yo también los extrañé —dije cerrando los ojos—. A todos.

Naturae «Lux» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora