TREINTA

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Marco estaba en compañía de Ryan, quienes vinieron a juntarse y se sentaron con nosotros en la acera

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Marco estaba en compañía de Ryan, quienes vinieron a juntarse y se sentaron con nosotros en la acera. Mi amigo se acomodó a mi izquierda y me sonrió.

—Juntos hasta el final —alentó, Marco, mientras me dio la mano y me transmitió ánimos, sentado en el bordillo a mi lado.

Llegamos al campamento a la madrugada, aún sin los rayos del sol presentes que tardarían en aparecer.

El camino hacia la finca lo hice dormida todo el trayecto y al llegar, caminé medio zombi hasta la habitación para seguir durmiendo.

Cuando me desperté, producto de una sensación de que me estaban observando y los murmullos que no cesaban, me encontré con los ojos cansados de Dani, visualizándome. Me ojeaba mientras estaba hablando con Marco y otros chicos que se marcharon casi cuando me levanté.

—Cuídense —dijo alguien detrás de la puerta.

—También vosotros —respondió, más alto, antes de que se marcharan.

Cuando se fueron el ambiente se volvió más vacío. No había ruidos de mudanzas, ni de gente hablando y moviéndose de un lado para otro, solo canciones de pájaros y el silbido del viento al atravesar las grietas.

—Levántate —pidió con suavidad—, nos vamos.

—Cinco minutos más —supliqué.

—Como quieras —cedió, tranquilo—. Solo estaba por cumplir con mi parte del trato.

Se sentó, noté el colchón hundirse a mi lado, y me acarició la espalda con dulces caricias mientras babeaba la almohada y gruñía por sus trampas, disfrazadas de mimos.

Me incorporé y él permitió que me subiera a su espalda para llevarme a caballito hasta el lugar al que quería ir. Rodeé su pecho con mis brazos y mis piernas se envolvieron en su cintura y él se aferró a ellas. Apoyé mi cabeza entre su cuello y espalda y aspiré su aroma natural, aprovechando la situación.

La primera parada que hizo fue en la cocina para qué tomará mi primer alimento del día. Cuando terminé de desayunar siguió el camino conmigo encima de él hasta que se detuvo enfrente de una sala ubicada en la azotea. Unas grandes puertas blancas nos dieron la bienvenida y cuando las abrió, entró sin bajarme aún, una acogedora y enorme habitación quedó a la vista.

El cuarto ocupaba toda la planta. Había una cama de matrimonio en medio y dos mesillas a cada lado. En la esquina oculta había un armario empotrado y enfrente de la cama una librería que llegaba de un extremo de la pared hasta el final. Contaba con grandes ventanales que daban acceso al exterior de la azotea acomodada con sofás y cojines y un toldo blanco que resguardaba del sol. Además, el dormitorio y la terraza estaban decorados con plantas, flores y enredaderas que treparon al azar.

Dani caminó hacia una cómoda, que le llegaba por la cintura, y me dejó acomodada allí. Me senté, con las piernas colgando, y le miré a la espera de que hablará.

Naturae «Lux» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora