Página Once

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Querida Casie:

Los abuelos nos han echado de casa.

Sin motivos. Sin explicaciones o razones. Así. Sin más. Con caras de poker y malas palabras.

Han lanzado nuestras maletas a la escalera. Han roto mi portarretrato de mi cumpleaños de los seis.

No entiendo nada.

Mis abuelos han sido un pilar fundamental en mi vida, mi niñez. Han sido mi referente. Mis héroes. Mis salvadores.
Pensaba que me querían con todo su alma. Creía que siempre estarían ahí para nosotros.

Ahora también los he perdido.

Mamá y yo nos quedemos en el coche.

Llovía y hacía viento y frío. Los árboles silbaban enfurecidos y los toldos se levantaban.

Mamá volvía a repetir que todo estaría bien. Que encontraríamos la manera de salir adelante.
Me dijo que tenia una entrevista de trabajo en Savanna dentro de una semana.

Después se tomo sus dos relajantes musculares, y se durmió.
Sin problemas ni turbaciones. Como un bebé.

Yo en cambio mire por las ventanillas.
Estaban tapadas con ropa y cartones, pero conseguí ver la calle.

Mi culo estaba mojado por culpa de una botella de agua que se había roto, mi estómago rugía hambriento y un cinturón de seguridad se clavaba en mi cadera dolorosamente.

Y entonces vi una familia por la ventana.

Sus luces estaban encendidas, llenas de vida. En la tele ponían Modern Family. Sus caras estaban enrojecidas por el calor de la estufa. Servían comida en su larga mesa.
Pude ver a los hijos discutir, y luego sonreírse.

Eche de menos a papá. De golpe. Sin previo aviso.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Mi cabeza se agolpó con recuerdos.
Él haciéndome bromas, contestando cada pregunta mía con paciencia y devoción, velando mis fiebres hasta las claras del día, enseñándome a atarme los cordones, discutiendo con una profesora que me reñía.

Puede que tuviera errores. Muchos errores.
Pero era mi padre, y me quería como nadie en el mundo me querría.

Yo había sido muy dura con él en los últimos años.
Le hablaba con un filo cortante en cada palabra. Le miraba con odio, sin disimular. Replicaba cada cosa que me decía. No le dejaba ni preocuparse por mí cuando estaba enferma. Le había echado por cara ser un mal padre. Le había dicho que mis abuelos eran a quienes quería.

Y mirame ahora.

Durmiendo en un coche en pleno invierno por culpa de mis abuelos.

Estoy segura de que mi padre, en miles de años, teniendo el peor de los enfados, nunca me haría algo así. Incluso sabiendo que le odiaba, él me quería. A su manera, pero me quería. Aunque no fuera perfecto. Aunque a veces fuera demasiado duro. Aunque gritará mucho y discutiera con mamá. Aunque fuera un vago fumador.

No tenia que ser perfecto. Yo no era perfecta. Por Dios, ni muchísimo menos perfecta.

Lloré toda la noche. Llore por mi padre. Llore porque le quería, tantísimo. Le echaba de menos como a nada en mi vida.

Tenerle allí, viendo el televisor, y no dejarme ver lo que quería. Que no me diera dinero. Que me regañara cuando salía mucho.

Eche de menos sus defectos. A todo él.

Querida CasieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora