Capítulo XLIV

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-No puede ser, es imposible. Murmuré haciendo memoria de la última vez que estuvimos juntos. -Se cuidaba, ella misma me lo dijo.

-En serio crees que sabía como tomarlas? Ni siquiera me había dicho que tenían relaciones aunque siempre lo supe por intuición, no olvides que estás hablando de Bianca, la chica más cerrada y vergonzosa que conocí en mi vida. Con sólo olvidar una era probable que pasara esto. 

-Vamos Micaela, no me juzgues, los hombres no somos de entender la anatomía femenina. Afirmé mientras miraba al techo con indignación, si me hubiera quedado nada de esto hubiese pasado y tal vez ese él o ella estaría cambiando mi vida por completo. Mientras estas cosas y miles más pasaban por mi cabeza yo seguía ahí, atónito, pensando que podría haber sido padre (en realidad soy, aunque ya no esté con nosotros en un tiempo estuvo allí y no significa que lo tenga que olvidar) ; era demasiado raro y difícil asumirlo para mi corta edad pero estaba seguro de que íbamos a poder, siempre fuimos yo y ella contra el mundo. En verdad no podía imaginarme a mí dejando de salir los sábados para cambiar pañales o levantarme a las tres de la mañana a causa de un llanto, ni siquiera sé como cargar un bebé, pero estoy seguro de que lo haría y amaría hacerlo. Sé que era demasiado pequeño pero era mío, era mi bebé y no podía dejar de pensar que hoy no está por mi culpa. -No debí dejarla sola-Susurré mientras bajaba la vista y colocaba mis manos atrás de la nuca para controlar de alguna manera mi impotencia. Me dijo que no lo haría, prometió que estaría bien! Grité

-Lo siento amigo. Interrumpió Nacho intentando sacarme de mi ira al darme una palmada en la espalda. -Vamos, te acompañaré hasta la puerta del quirófano, seguramente está por salir. Agregó mirando su reloj y marcando la hora.

Sin decir una sola palabra seguí a mi amigo por el pasillo, mi manos temblaban como nunca antes y mis ojos estaban tan cargados que hasta podía jurar que si alguien decía una sola palabra más, explotaría en llanto sin poder parar. En el camino la situación seguía angustiándome, bueno, en realidad los hospitales me angustian demasiado, todos tienen miradas de dolor allí y creo que tengo el magnífico y a la vez horrible don de darme cuenta de ello. También creo que aquí se escuchan muchas más oraciones sinceras que en las iglesias, y por esto lo convierte en terrorífico y a la vez esperanzador.

Al llegar al final del pasillo, Nacho se corrió de delante mío, dejándome a la vista de todas las personas que estaban allí esperando a mi Bian. Ludmila ni siquiera alzó la mirada, podía sentir que me odiaba por ésto y me destrozaba aún más, su madre levantó su cara del hombro de Emilse y con los ojos rojizos de tanto llorar me dirigió una sonrisa sincera y de posible agradecimiento; sin pensarlo me arroje a ella con un fuerte abrazo dejando caer mis lágrimas en su espalda -Sabía que vendrías, se pondrá muy feliz cuando te vea- susurró mientras acariciaba mi cabello, era increíble la fe de esta mujer. Al separarme de ella ví que allí estaban también sus abuelos, sus compañeras de danza, Sergio (quien corrió a abrazarme cuando se percató de mi presencia), Cande y Lara, Rama, y Paio el chico nuevo, aunque no creo que todavía lo llamen así ya ha pasado mucho tiempo desde que llegó al colegio. Me llamó la atención la mirada de éste, parecía un poco disgustado por verme pero a la vez mostró gratitud, tenía ojeras que se veían a kilómetros seguramente ni siquiera había dormido una hora, no entiendo, habrá entablado una buena amistad con Bian este tiempo? En realidad parecía muy dolido y nervioso. 

En fin, me hubiera gustado que viera todas las personas que están con ella en este momento, así se daría cuenta que nunca estuvo sola como pensaba y que en verdad extrañamos la locura de aquella niña de metro sesenta.

Después de unos minutos las puertas de la sala se abrieron bruscamente empujadas por una camilla de hierros plateados y mantas celestes. Todos se pararon bruscamente para mirarla pero sin resultado debido a la rapidez de los enfermeros para llevarla a la habitación, su madre que estaba delante mío alcanzó a darle un beso en la frente antes de que la cama siguiera camino hacia mí. Cuando pasó delante mío pude verla por primera vez después de todo este tiempo, (y como nunca hubiera querido verla) su cara estaba realmente pálida y ni siquiera se podían diferenciar sus labios, todavía seguía dormida y con un millón de tubos atados a su cuerpo. Nunca me dolió tanto algo como esto, observarla tan rendida y débil hacia que mis lágrimas caigan sin control, por dios, la amaba tanto. Quedé tan helado al verla que ni siquiera mis piernas respondían para correr a su lado.

-Gonzalo! Que haces? Haz algo! háblale! Gritó Bruno que venía caminando con rapidez hacia allí con Micaela. Su llamado de atención me sacó de mi nebulosa y sin pensarlo corrí hacia el grupo de enfermeros que ya habían hecho unos metros con ella. 

-Bian, mi amor, estoy aquí, he vuelto y no volveré a irme si te despiertas. Por favor, necesito que lo hagas. Afirmé sin dejar pausa entre palabras.

-Estará anestesiada por dos horas más, no te escuchará muchacho, vuelve allá. Ordenó uno de los profesionales mientras que ponía una mano en mi pecho para alejarme.

-Suéltame! Exclamé antes de quitar su brazo de encima y aferrarme a la mano fría de Bian que colgaba de la camilla. -Te amo tanto. Susurré en su oído antes de dejar un beso en su frente llena de vendas. Enseguida el brazo de uno de los enfermeros me corrió con más fuerza y me separó unos metros, dejándome parado en el medio del pasillo viéndola como se iba.


BIANZALO-Simplemente único.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora