Capítulo XIV

1.5K 98 9
                                    

Micaela se fue alrededor de las 20:30.  Me sentía muy bien por haberle contado lo de Gonzalo, de verdad necesitaba hablar con alguien y tomar algunos consejos. Ella era muy buena elaborando "estrategias" para las relaciones ya que había pasado por varias y  obviamente entendía a los hombres más que yo.

Me tiré en la cama con el celular a mi lado, como esperando que suene de una maldita vez y sea Gonzalo. No tenía hambre así que ignoré los llamados de mamá para que baje a comer y me preparé para tomar una ducha caliente.

Al salir me puse el pijama corto que me había regalado mi tía para mi cumpleaños, me iba demasiado corto para mi gusto ya que era dos tallas mas chico, creo que ella había olvidado que el año pasado cumplí 17, no 10.

Me acosté y me puse a mirar un poco de televisión hasta que algo me sacó de mi mundo. En la cocina se había oído un golpe fuerte contra la pared. Me quité las sábanas de encima lo más rápido que pude y bajé corriendo las escaleras.

-Mamá!- grité desesperadamente cuando aún solo me faltaba un escalón para llegar abajo

-Cariño, todo está bien, sólo se cayó el estante y golpeó la pared. Dijo con un tono tranquilizador, ella sabía lo que me provocaba escuchar golpes en las paredes o vasos rompiéndose. 

Subí arriba y me senté en la cama inmóvil, no sé cuando pueda olvidarme de esos sonidos, siempre vuelven a mi mente. Todo comenzó cuando tenía 8 o 9 años (probablemente también ocurrían antes pero no lo recuerdo debido a mi edad), todas las noches a la hora de la cena papá venía borracho a casa, y obviamente nervioso. Apenas cruzaba la puerta el miedo se apoderaba de mí, mi corazón latía cada vez más fuerte y se me quitaba por completo el apetito. Ludmila todavía no entendía mucho lo que pasaba ya que tenía sólo 6 años, pero yo podía ver que Emilse moría de miedo, sus ojos se ponían brillosos y no despegaba su vista de mamá. Él nunca nos golpeó a nosotras, pero..... a mamá si.

Él solía enojarse con ella por su vestimenta o porque había salido en la tarde a dar una vuelta. Nunca comía con nosotros, se podría decir que él nos trataba como si estuviese en un hotel, sólo venia a dormir. A veces se asomaba al comedor y empezaba a hacerle el cuestionario matutino a mamá, si obtenía una respuesta que no le gustaba simplemente la tomaba del cuello y la tiraba contra la pared. Emilse y yo solíamos ponernos en el medio. Millones de veces hemos ligado golpes que iban  dirigidos a mi madre. 

Cuando tenía 10, un cuchillo que iba directo al hombro de mamá rebanó mi dedo al querer frenar la mano de mi padre. La sangre seguía goteando en el piso, moría de dolor, pero sabía que no podía dejar de empujar a papá. Por dios, sólo tenía 10 años, no debía estar haciendo esto. 

Con el tiempo noté muchos cambios en mí, me puse más fuerte físicamente, solía ser violenta con otra niñas o con Emilse, dejé de llorar (simplemente porque me cansé) y empecé a sacar mi dolor de adentro reemplazándolo por dolor externo. Sí, por si se preguntan, a los 11 años ya era una niña suicida, tenía cicatrices en bazos y piernas, que aún se notan.

Esa es mi vida, a mi infancia la pasé defendiendo a mamá y deseando que algún día papá decidiera dejar el alcohol. Todavía no entiendo que lo hizo caer allí, éramos buenas niñas, él tenía un trabajo estable y una esposa. Y yo lo amaba, pero, cómo decirlo? Si en la noche se convertía en el peor monstruo que conocía. De día solía ser el mejor padre, era un hombre buenísimo, solía llenarnos de regalos y todas esas cosas, pero de noche todo cambiaba. Quería que cambie, siquiera por él.

Con el tiempo empecé a ser fría, ya ni siquiera hablaba con él y hasta dejé de decirle papá, sólo lo llamaba por su nombre. 

El sonido de mi teléfono me sacó de todos estos pensamientos, me sentía mareada y el corazón me latía fuerte. Eran las 1 am y yo seguía tirada en mi cama pensando en mi pasado. Necesitaba hacerlo, tenía que calmar este dolor de alguna manera así que me senté contra la puerta asegurándome de que no entrara nadie y saqué un pedazo de vidrio de mi cajón, lo tenía desde los 11, mamá siempre lo buscó para tirarlo pero nunca logró encontrarlo, por suerte todavía tenía filo. Dos o tres lágrimas corrieron por mis mejillas, pero sólo esas pocas. Cuando estaba a punto de pasarlo contra mi piel la ventana de mi cuartó se abrió. Tiré el vidrio lo mas lejos que pude y sequé mis lágrimas rápidamente al ver que quien estaba entrando a mi habitación era Gonzalo.

-Que hacés? estás loco?!. Grité

-Son las 1 am y la luz de tu cuarto sigue prendida. Es obvio que te pasa algo, sino estarías durmiendo ya que mañana tenemos clases.Sólo vine a ver si estabas bien, puedes contarme que te pasa si quieres- dijo acercándose con ternura.

Me paré sin dirigirle la mirada porque seguramente mis ojos estarían rojos y no quería que me vea llorar.

-Estabas llorando? Necesitas uno de mis abrazos tanquiliz...?

No lo dejé terminar, sólo corrí hacia él y lo abracé con fuerza. Su respiración en mi cuello hizo que mi corazón dejara de latir tan rápido y que se uniera con sus latidos tranquilos. Los pensamientos sobre papá se alejaban lentamente cada vez que Gonzalo hacía caricias en mi espalda. Realmente nadie, pero nadie, supo calmarme así en 17 años.



BIANZALO-Simplemente único.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora