La chica de las cuerdas flojas.
Y de la vida, también.
Lo que ella quería era a un chico
que le escuchase de la misma forma
en que escucha su canción favorita.
Es triste, deprimente y corta-venas,
pero es un puente precioso para cualquier suicida.
Quería que la mirase como quien mira las estrellas
cuando ha perdido la fe en todo,
hasta en sí misma.
Que creyera en ella como lo hace la magia
con las estrellas fugaces.
Siempre fue un cero a la izquierda,
pero quería que alguien la pusiese
como
la número
uno
en su vida,
en sus insomnios,
en sus mejores planes,
en sus peores pesadillas
y en sus más oscuras fantasías.
También buscaba que la sacaran de sus casillas
y que la pusiesen en las suyas.
Odiaba la soledad,
pero amaba estar sola.
Se contradecía siempre,
amaba lo que odiaba
y odiaba lo que amaba.
Complicada, pero preciosa.
Soñaba con ir a Francia,
con una cena en una habitación con vista a la Torre Eiffel,
con un paseo en Venecia,
con pasear por el mundo,
con una noche desenfrenada en Las Vegas,
con un atardecer en el rascacielos más alto de Manhattan
y Los Ángeles soñaba con que pisase suelo americano
algún día.
Cómo dejar de escribir sobre ella,
si tiene unas ojeras preciosas.
Las más preciosas de la ciudad
y hay muchas chicas por acá,
pero ninguna como ella.
Tendrías que verla
para dejar de pensar en la perfección
y concentrarte en el punto infinito
que es quererla.
Rompe las rutinas
y el vidrio de las ventanas
y baila sobre ellos.
Y le sangran los pies
y ella ríe fuerte
tanto que rompe tímpanos.
Por la que estuve ciego
y cuando abrí los ojos
la primera luz que miré
fue
su sonrisa.
ESTÁS LEYENDO
Cartas de un corazón roto.
RandomSi perteneces al club de los que aman tanto que rompen su propio corazón, eres bienvenido, disfruta tu estadía.