Sola en una cárcel líquida.
Ella, que había sido siempre un espíritu libre.
Ella, la flecha de los mares.
Ella, simplemente, ella.
Ahora se veía prisionera en su propio elemento, que estaba también en una cárcel de hormigón, poniendo límites a su esplendor.
La oscuridad y el desasosiego estaban por todos lados, hiriendo a esa criatura agazapada en una esquina de aquella enorme piscina, que no lo era tanto como su hogar, su lugar de procedencia; el mar.
La bella dama del océano temblaba ¿rabia? ¿odio? ¿tristeza? ¿frío? Quizás era un cúmulo de todas esas sensaciones. Estaba cansada de que cada noche fuera motivo de burla de esos horripilantes seres con piernas, y de aquella voz áspera que pretendía ser graciosa, grotesca, que cada noche pronunciaba la misma frase que ahora sonaba fuera del agua, distorsionada:
-¡Damas y caballeros! Hoy, los cuentos cobran vida, la mitología rejuvenece y sus corazones encenderán al contemplar a esta hermosa criatura, atrapada por el que os habla, Dante Smith...
A partir de ese momento, comenzaba a relatar la historia de la captura del ser sumergido bajo las aguas de aquella piscina, cuyas paredes se calentaban debido al sistema de calefacción situado detrás de ellas. Por lo que Sylane, la sirena, no podía quedarse apoyada en ellas y tenía que nadar para ser vista por los espectadores.
El agua se ilumina de mil colores, la luz de los focos se confunden sobre la piel escamada de Sylane y cuando su hermoso rostro de ojos de gata sale a la superficie, un gran murmullo se extiende en las gradas de aquel antiguo anfiteatro romano.
La noche está clara y hay luna llena. Sylane cierra los ojos y alza los brazos, como cada noche desde hace dos años, dejando que las pocas escamas de sus brazos reflejen la luz.
Su piel ya no es lo que era, el agua de esa piscina es dulce. Ella necesita la sal marina.
Los aplausos llenaron el anfiteatro y Sylane miró a Smith, un hombre calvo y con unos ojos negros, muy negros, su mirada era fría, violenta. El hombre hizo un movimiento de urgencia con la cabeza y Sylane, sintiéndose una esclava, nadó hasta el fondo de la piscina, sin tocarlo. Bastante tenía ya con las quemaduras en su espalda.
Miró hacia la superficie, sus ojos grises y su largo pelo blanco brillante, desteñido por la tristeza y el agobio, fueron iluminados por el foco azul. Sylane comenzó a batir su cola, rápido, dirigiéndose hacia la superficie del agua. Como en un sueño, la sirena rompió el agua en mil pedazos y se quedó suspendida en el aire, a la vista de todos. En su cuerpo convergieron todos los focos, junto con la luz de la luna y una gran exclamación maravillada recorrió las filas de humanos.
La cola de la sirena se batió en el aire y cayó hacia atrás, entrando limpiamente en el agua. Los focos se apagaron y Sylane cayó como un fardo sobre el fondo de la piscina, escuchando los apagados aplausos de los espectadores, quienes no eran conscientes de las lágrimas perladas de la cautiva.
Nadie era consciente.
Salvo uno...