Un chico joven, alto, de ojos azules cristalizados maldecía a sus padres por obligarle a acudir a aquel horrible espectáculo anunciado durante tanto tiempo en la ciudad de Aely. Miles de carteles clamaban la llegada de un místico ser, atrapado por Dante Smith.
Cómo odiaba Vaint a Smith.
"Sucio traficante de ilusiones" pensaba mientras se dirigía al gran anfiteatro donde se realizaría el espectáculo que cada noche atraía a más de mil curiosos.
Vaint no imaginaba que aquel ser místico era una sirena. Demasiado increíble para ser cierto. Pero cuando vio la luz en las escamas de su piel, la elegancia que desprendía en cada movimiento... La perfección de lo mágico.
Vaint quedó impresionado, no podía creer lo que estaba viendo. Sin embargo, sintió una sensación de tristeza y soledad, en la cara de la sirena reinaba una palidez mortal y sus labios morados estaban contraídos en un rictus serio. No era feliz aquel bello ser, aquella reina de los mares.
Los aplausos llenaron el anfiteatro, alrededor de Vaint, pero él sólo buscaba la figura de la sirena bajo las aguas de esa gran piscina. Creyó verla acurrucarse en un rincón, abrazándose, como si tuviera frío.
Cuando acabó el espectáculo, Vaint salió del anfiteatro junto a sus padres, en la gran marea humana de espectadores que comentaban con gran agitación lo que habían visto. Vaint se excusó alegando que había quedado con sus amigos cerca de allí y se separó de sus padres, dirigiéndose de nuevo al anfiteatro. Necesitaba verla una vez más.
Vaint rodeó todo el anfiteatro, buscando la manera de entrar en él, la puerta principal estaba cerrada a cal y canto.
Tras quince desesperantes minutos en los que Vaint rodeó dos veces la antigua construcción romana, encontró, al fin, una pequeña entrada circular.
El chico de diecesiete años cruzó aquella puerta natural y salió a las gradas, tras unas escaleras muy estrechas que tuvo que subir caminando de lado.
Los focos estaban apagados y la piscina estaba tan sólo iluminada por la bella luz lunar.
Observó que la sirena se movía en la superficie, nadando tranquilamente, parecía acariciar el agua. Se paró en el círculo de luz plata y su rostro apareció una vez más, para regocijo de Vaint.
El chico se sentó en la segunda grada, no quería que la criatura lo viera y se volviera a ocultar. De repente, la dulce voz de la sirena llenó el aire nocturno, dejando a Vaint sumergido instantáneamente en un sueño, donde todo era posible, donde la magia reinaba.
Cada nota era una suave caricia, un ápice de consuelo a sus problemas. Las lágrimas inundaron sus ojos, pero él estaba feliz y relajado.
La sirena era la bella dama del mar, la reina de las mareas y el encanto de los hombres.
Encanto que ya había atrapado a un humano, encanto que era la red en la que Vaint había caído.