Los habitantes de la Tribu Libre eran personas pacíficas y hospitalarias, acogieron a los chicos con alegría y algunos les abrazaban con cariño verdadero. Toda aquella muestra de felicidad y acogida llenó el corazón de "El Cambio" de positividad, incluso Eric, que había estado todo el viaje sumido en una especie de burbuja aislada, pareció despertarse un poco.
Cuando cayó la noche por completo, se encendió la hoguera en la placita natural que formaba la disposición de las casas de madera y se sentaron todos en la hierba a comer una deliciosa sopa de bayas. Más tarde, una mujer de cabellos largos y morenos comenzó a tocar un pequeño tambor, al que se unió una flauta, y los niños comenzaron a danzar en pequeños saltitos alrededor de la hoguera, mientras el resto daba palmas al son de la música.
La euforia cundió y todos comenzaron a cantar en un idioma diferente y extraño que los chicos no entendían, pero tenía una sonoridad especial y pegadiza, por lo que casi al instante sabían perfectamente seguir la letra.
La noche brillaba con una pulcritud exquisita y, tras horas de diversión y risas, la plaza comenzó a silenciarse, hasta que sólo quedaron "El Cambio", Iat, Ajahar y Daiv.
Los ojos de algunos de los chicos comenzaban a cerrarse, sus cuerpos se relajaban tras la adrenalina de sentimientos que habían experimentado aquel día. Sin embargo, sabían que no podían permitirse el lujo de dormirse, pues presentían que esa noche sería importante para ellos.
-Una magnífica fiesta, Daiv- dijo Iat mientras se limpiaba los dientes con un palillo y los músculos de su azulada piel se estiraban para sentarse en el aire, donde levitaba.- Pero creo que no podemos pasar otro día más sin explicaciones.
El hombre pálido lo miró serio y asintió. Entonces, se levantó y se dirigió a una de las casas más alejadas de la plaza, casi sumida en la oscuridad. De ella, salió sosteniendo una figura pequeña que se sujetaba a su brazo:
-Os presento a Gadia, chicos, la columna vertebral de nuestra Tribu, y la persona que posee las respuestas que necesitáis- sonrió Daiv.
-Ay, hijo mío, me echas más flores de las que merezco.- la voz de la anciana de cabellos plata y rostro ajado por las arrugas sonaba dulce como una caricia, pero también segura y firme, propia de quien ha superado obstáculos inconcebibles.
Los chicos se miraron entre ellos, con una mirada que mostraba sorpresa y algo de desilusión. Ellos pensaban que la persona que les ayudaría a derrotar a Smith, la "columna vertebral de la Tribu", aquellos que habían desafiado a Smith, sería un guerrero fuerte y poderoso con una legión de caballeros a su servicio.
-No menospreciéis mi apariencia, queridos niños. En la fuerza no siempre está el poder, pero en el sabio siempre está el saber, y el saber es poder. Con el tiempo lo comprenderéis.- dijo la anciana mientras se sentaba con la ayuda de Daiv. La piel de su torso, aunque estaba arrugada por los años, brillaba a la luz de la hoguera con la fuerza de la juventud, al igual que sus claros ojos, que parecían contener todo el conocimiento del mundo.
Los chicos se quedaron impresionados ante aquellas palabras, ¿leería la mente también aquella extraña mujer? Quizás era cierto aquello que decía, no les convenía menospreciar su fuerza.
-Bienvenidos seáis a nuestra casa, "El Cambio". Os estábamos esperando.
Iat sonrió a la anciana y Ajahar abandonó a Zira un instante para acercarse a acariciar el rostro de Gadia con el morro, quien le susurró algo al oído que pareció gustar a la tigresa, pues ronroneó y rápidamente volvió junto a la chica de piel de ébano.
-Sé que habéis sido habitantes de Aely, esa ciudad de la que yo misma me vi obligada a escapar cuando tan sólo contaba con dieciséis años de edad- comenzó Gadia.- ¿Cómo siguen las cosas por allí?
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