Capítulo 8

20 3 3
                                        

En época romana, los anfiteatros eran centro de espectáculos protagonizados por unos luchadores, llamados gladiadores, que competían entre ellos o contra feroces animales para deleite y diversión de los presentes.

Algo parecido ocurría en aquel instante en el anfiteatro de Aely.

La oscuridad era resquebrajaba por rápidos rayos de luz blanca que se desplazaban por la arena, silenciosos y suaves, pero letales. Parecían danzar alrededor de la enfurecida serpiente, que no sabía cómo repeler los mandobles lanzados desde cada ángulo del pequeño, pero valiente, ejército fantasmal.

Los chicos se encontraban fuera del círculo de ataque, lejos del alcance del monstruo, con la misma expresión de asombro e incredulidad que mostraban sus amigas. Vaint agudizaba la mirada para distinguir la forma, humana o no, de sus salvadores. Parecían verdaderos gladiadores romanos, tal era la fuerza y arrojo que mostraban, sin embargo, parecían tener una constitución más liviana y fina que los forzudos que vivieron siglos atrás.

Una vez salidos del asombro, las chicas corrieron a ayudar a sus amigos, que aún estaban en el suelo, bastante doloridos tras sus constantes esfuerzos de esquivar los golpes de la serpiente.

-¡¿Quiénes son estos?!- preguntó Ariadna a Vaint mientras le ayudaba a levantarse, muy nerviosa.

-No lo sé, pero humanos no son... Parecen espíritus.- le respondió su amigo, absorto en la lucha que se desarrollaba ante sus ojos.

De repente, algo en la otra punta del anfiteatro captó la atención de los seis amigos, tres personas cruzaban la arena y, por la rapidez con la que se dirigían hacia ellos, no parecían muy contentos.

Los chicos comenzaron a correr hacia la puerta de la sala de mantenimiento, pero esta se cerró inmediatamente, como empujada por un viento invisible, al que siguió una risa siniestra y burlona que resonó por todo el anfiteatro:

-¿Créeis que podéis escapar de mí? ¿Pensábais que estábais solos? Niños tontos...

Los chicos cayeron al suelo, tapándose los oídos.

Aquella voz...

Era como un verdadero cuchillo desgarrándoles el interior.

Lágrimas comenzaron a caer a la arena, no podían oír nada, ni los constantes chillidos de la serpiente a cada golpe que los espíritus infligían en su cuerpo, ni los pesados pasos de Smith y los Seguridad a menos de diez metros de ellos...

Vaint levantó la mirada nublada hacia ellos, parecían totalmente ajenos a la batalla, ¿cómo podía ser aquello posible...?

Lo último que vio Vaint antes de caer desmayado por el dolor fueron dos ojos azul pálido escrutando los suyos y una voz: "Perpetuo... Búscanos... Perpetuo..."

~~~~~

Hacía frío, Vaint sentía su cuerpo acalambrado y entumecido por la humedad que desprendían las paredes de piedra donde se encontraba. Abrió los ojos, parpadeando varias veces para que su vista se acostumbrara a la profunda oscuridad en la que estaban inmersos. Apoyó sus manos en el suelo y se incorporó con dificultad, mirando a su alrededor, observó que sus amigos se encontraban aún dormidos y, en la puerta de metal, sus ojos se encontraron con el horrible emblema de la Seguridad grabado en la puerta para recordar al preso de quién estaba cautivo, un par plateado de alas rotas que adquiría un cierto color rojizo cuando la luz incidía ligeramente sobre ella.

Vaint apartó la mirada de aquel escalofriante dibujo, ¿quién sería tan cruel como para cortarle las alas a un pájaro?, aunque tratándose de Smith, se podría esperar cualquier atrocidad.

PrisioneraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora