Capítulo 20

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Las pisadas sobre las hojas secas era lo único que descubría la presencia de los caminantes a través de la espesura esmeralda. Gadia los conducía al centro del Hexágono, era lo único que sabían sobre su destino. Su palo de bronce había sorprendido a las chicas, que habían tocado la pequeña bola cristalina bajo las camisetas, con un recuerdo compartido, gesto que no pasó desapercibido a la anciana, quien les sonrió con discreción.

¿Sabría lo que había ocurrido en el riachuelo?

Así lo parecía al menos, porque antes de comenzar a caminar, Gadia comentó que, aunque aquel Bosque estaba protegido de los secuaces de Smith, unos seres descomunales llamados Minotauros, cuyo hábitat eran las montañas y sus corredores laberínticos, siempre habían podido entrar en él por su condición de seres fantásticos. Al principio, todos convivían en armonía, pero desde que Smith los convirtió también en sus aliados, le servían de espías para encontrar los Vértices y, como última instancia, secuestradores de seres Irreales como Sylane.

Lo único que podía derrotarlos era el bronce, material con el que un héroe había combatido al primero de ellos.

Yumi, Ariadna y Zira comprendieron al fin lo que había ocurrido en el río y se sintieron una vez más agradecidas a las bellas mujeres.

El centro del Hexágono estaba constuido por enorme roca colocada en posición vertical cubierta de musgo, escondida entre árboles. Contaba con más de seis metros de altura y estaba rodeada de un silencio reverencial, como si la propia Naturaleza comprendiera la importancia del lugar y no quisiera romper la majestuosidad del monumento con sus mundanos sonidos.

Gadia se arrodilló frente a ella y colocó las manos sobre su corazón, inclinando su cabeza y cerrando los ojos. Los chicos no comprendían muy bien qué debían hacer, mirándose unos a otros, hasta que Iat decidió imitar a Gadia e incluso Ajahar agachó su cabeza. Tras esto, "El Cambio" tocó el suelo con sus rodillas y mostraron el respeto que la piedra merecía.

El viento meció las hojas de los árboles y agitó los cabellos de los presentes, una nube ocultó el Sol y Gadia se levantó, parecía muy agitada. Rápidamente, sacó de su bolsa un puñado de arena gris y pintó en el suelo, con el megalito en el centro, un hexágono. Más tarde, los chicos entraron en él y apoyaron las manos en la piedra, se sentían atrapados por un hechizo indescifrable que hacía aquel monumento un imán para sus sentidos. Algo muy anciano, legendario, los unía a aquel lugar.

-Id y ved, queridos míos.

Y ellos hicieron algo más que ver.

~~

Ariadna sumergía su cuerpo, encogida en sí misma, en un estado de semiinconsciencia que le reconfortaba. Se sentía protegida, segura, cálida. No abrió los ojos, porque intuía que no encontraría más que oscuridad a su alrededor.

-Ariadna...

Una voz dulce la llamaba, unas manos que la acariciaban sin tocarla.

-Ya queda menos, mi amor...

Ella sonrió, y acercó su mano a aquella voz, sin ver si más allá habría otra que coger.

Pero sólo encontró vacío.

Abrió los ojos.

La voz susurrada se convirtió en un camino luminoso, y Ariadna quería recorrerlo, lo quería de veras, pero algo tiraba de ella hacia atrás.

De repente, el camino y la voz se rompieron en mil pedazos afilados que arañaron su piel y dejó de flotar.

Cayendo a las profundidades.

~~

Las risas llenaban el cielo y parecían ser, que no el aire, el motor de una cometa que lo surcaba graciosamente. En un extremo, un pájaro de papel azul, en el otro, Gabriel, quien corría por el prado feliz aprovechando la brisa.

El chico sentía que no estaba solo, alguien más reía con él, pero no podía girar su cabeza del cielo, de su cometa.

Su preciosa cometa que se soltó cuando el viento arreció, rompiendo la cuerda.

Llevándosela para siempre, y con ella, las risas.

Y Gabriel se quedó solo.

~~

Un cervatillo estaba agachado sobre la hierba, observaba a Zira con los mismos ojos que ella lo miraba a él. Curiosidad.

La chica sentía también miedo ante el animal, ¿sería peligroso? ¿huiría si ella lo tocaba?

-Vamos, no pasa nada...

La valentía que le transmitía aquella voz hizo que Zira decidiera acariciar al cervatillo. Acercó su mano despacio con el corazón latiéndole desbocado y el animal recorrió el resto del camino, tocando con su morro la mano de la chica.

Zira sonrió emocionada, quiso girarse hacia la voz para compartir su alegría cuando un sonido corto pero estridente la sobresaltó.

La sangre cubrió el pelaje del animal, que cayó a los pies de Zira, quien lloró lágrimas que nadie secó.

~~

El calor llenaba la estancia decorada de brillantes colores que relucían al clamor de la hoguera. El fuego danzaba hipnótico ante los ojos de Vaint que se acercaba cada vez más a él, hasta que un par de manos lo agarraron suavemente de los hombros, impidiendo que aquella curiosidad terminase en accidente.

-Ten cuidado con el fuego, es peligroso.- le recomendó la voz que se escondía tras aquellas manos.- ¿Abrimos los regalos?

Vaint sintió en aquel momento una gran alegría, aunque él no recordara exactamente qué era un regalo. Las manos que antes reposaban sobre sus hombros, ahora le entregaban un paquete cuadrado recubierto de un papel plateado que Vaint abrió rapidamente.

Un objeto aplastado, con la cubierta dura y hojas en blanco.

El fuego de la chimenea ahora estaba por todas partes, consumiendo aquellas manos, consumiendo el papel plateado.

Consumiéndolo todo, salvo el libro.

~~

Para ellos, no existía nada más que aquel momento, ni siquiera parecieron apreciar una figura que caminaba lentamente hacia el Hexágono, con la cara llena de heridas, la ropa hecha jirones y el pelo rubio enmarañado.

La expresión de Eric los hubiera atemorizado.

Pero ellos no lo veían, porque aquello no era Eric, sino algo más oscuro que él, algo corrupto por un deseo de venganza.

Gadia lo vio y corrió hacia él lo más rápido que le permitieron sus piernas, pero no pudo impedir que él colocara sus manos en el megalito.

Rompiendo sueños y arrasándolo todo a su paso.

Pero Yumi aún veía más allá del Hexágono.


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