3- John
El inspector John Langdon observó cómo el azúcar de sobre se iba disolviendo en la negrura del café amargo que estaba a punto de tomarse. Había sido una noche dura. Un intento de suicidio en la zona oeste del pueblo, una estampida de vacas que habían bloqueado una de las vías de acceso al pueblo, al parecer tras escapar de alguna granja, y por último unos vagabundos drogadictos en el parque Serenity que habían construido una pequeña hoguera para asarse unos filetes de cerdo.
Estornudó. A pesar de que el otoño apenas había comenzado, estaba haciendo mucho frío en Covenwood, más de lo normal. No es que tuviera temperaturas tropicales en verano, pero el clima era soportable y no te helaba los huesos.
Miró el reloj. Eran casi las dos de la madrugada y le quedaba una larga noche por delante, casi tanto como lo que llevaba pasado. Rezó para que no hubiera más incidentes y pudiera regresar a casa para estar con Wes. Wes era su hijo adolescente, un chico muy bueno y, por qué no decirlo, inteligente, que había criado él solo después de la huida de su esposa con un motero llamado Carl. Por supuesto Wes no conocía esta versión, para él su madre había muerto en un incendio, aunque de haber querido contarle la verdad, su padre no hubiera tenido mucho más que contar. Él mismo sabía lo que sabía por una furtiva nota de Joyce.
Su versión de lo ocurrido pudo sostenerse cuando se mudaron a Covenwood hace más de siete años. Los padres de John habían muerto hace años y la familia de Joyce ni siquiera se había manifestado desde el incidente. Nunca les preocupó si Wes crecía sano, ni se ofrecían a cuidarlo. No, John había estado solo, pero tenía que ser fuerte. Por su hijo.
Introdujo la mano en el primer cajón de su escritorio y sacó una carpeta marrón con una etiqueta que rezaba "Caso Palmer". Protegería a su hijo pasase lo que pasase.
Dos golpes secos a su puerta precedieron a una cara gorda y sudorosa. Era el detective Babeux, al que todo el mundo apodaba "Babe, el cerdito valiente" por su grosor inusual y su actitud ultraheróica, que a veces resultaba un tanto ridícula. Los tirantes de sus pantalones estaban tan tensos como las cuerdas de una guitarra y parecía que iban a ceder en cualquier momento sobre esa masa de carne que rodeaban. Su bigote parecía contener restos de la cena, y en su frente con entradas incipientes sobresalía una gran vena púrpura que tampoco parecía querer resistir bajo la piel.
-Inspector, tenemos un problema.- dijo jadeando.
John le indicó que se sentara y al ver la dificultad con la que respiraba el agente agradeció una vez más haber comenzado una dieta sana y una rutina de ejercicios cuando cumplió los cuarenta.
-Alguien ha denunciado que una figura sospechosa le está intentando... Matar. -dio una pausa dramática innecesaria que el inspector aguardó con impaciencia.- E instantes después han confirmado un asesinato. Nuestros hombres iban todavía de camino.
-¿Quién es el denunciante? - preguntó con voz cansada John.
Le dolían los ojos. No quería otro caso de violencia de género, llevaban más de un año sin sufrir ninguno y daba gracias a Dios por convertir a Covenwood en la pacífica población que era.
-No lo sabemos con certeza, pero creemos que Rebecca Simmons, señor.
-¿Simmons? -John conocía demasiado bien ese apellido. El alcalde. La chica era su hija menor, tenía la edad de Wes.
-Bueno, la llamada se entrecortaba, la chiquilla parecía nerviosa. Decía cosas sin sentido.
-¡Joder, Jim! - El detective se sobresaltó, no esperaba tal grito de alguien tan tranquilo como Langdon. - ¡Esa chica podría estar en peligro, o peor, muerta y tú aquí con tu gordo culo sentado en la silla en vez de ir y hacer algo al respecto!
-Pero... Pero señor...
John apoyó ambas manos en la mesa. Estaba oficialmente cabreado. Miró fijamente a los estrechos ojos al detective y comenzó a hablar.
-Como, por tu negligencia, esa chica haya muerto, prepárate para saber lo que es pasarlo mal, Babeux.
Dicho esto, agarró su gabardina y salió dando un portazo, mientras el detective Babeux entre unas prematuras lágrimas, se preguntaba qué había hecho mal.
Trece minutos más tarde, John se encontraba en el portal de los Apartamentos Moore, donde residía la denunciante. Todo estaba lleno de policía, pero consiguió que le dejaran pasar adentro. Era un edificio antiguo y elegante, y al no querer reformarlo el casero, uno de los pocos edificios sin ascensor. Subió las dos plantas de escaleras con facilidad relativa (menos mal que había dejado a Babeux en la comisaría).
Llegó al segundo rellano y se colocó frente a la puerta entrecerrada. El pasillo estaba en penumbra, y la única luz provenía del interior del apartamento. Dio un paso adelante y pisó algo viscoso. Era sangre.
Joder.
Preparó mentalmente unas palabras de apoyo y dolor para quienquiera que hubiera sobrevivido allí dentro, pero al abrir la puerta, la visión del interior le dejó sin palabras, y muy a su pesar, se inclinó a su derecha mientras las náuseas le ahogaban la garganta.
ESTÁS LEYENDO
Tras la máscara
TerrorLa pequeña población de Covenwood siempre ha estado envuelta en el misterio y en el anonimato. Incluso cuando un maniaco enmascarado empieza a sembrar el terror con acertijos macabros y asesinatos al más puro estilo de una película de terror, los jó...