1- La primera victima (5)

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5- Wes

La lúgubre habitación de Wes era su más segura guarida. Simple Plan sonaba a todo volumen en sus auriculares mientras terminaba de dar los últimos retoques a su nueva armadura digital. Todo el mundo tenía un hobby, el de Wes eran los juegos de rol de ordenador. Su única conexión con el mundo exterior.
Tecleó unos cuantos dígitos más, pensando que no siempre había que jugar limpio. Se aseguraba de ganar, no dejaba nada al azar.
Se quitó los cascos y se frotó los ojos, intranquilo. Estaba solo en casa una vez más. Su padre tenía responsabilidades en el cuerpo esa noche y no podría llegar hasta el alba. A veces odiaba el trabajo de su padre, incluso un poco más de lo que lo odiaba a él.
"Chico perfecto", iba diciendo por ahí. Bah, menudo pánfilo. Desde que la puta de su madre los había dejado tirados, dato que Wes sabía por mucho que su padre siguiera con la cantinela del incendio, había aprendido a mostrar dos caras, una hacia su padre y una hacia sí mismo.
Siguió tecleando. No había nadie que le ganara en eso. En la escuela podía ser callado y poco popular (algo que poco le importaba) pero todos necesitaban amigos. Él tenía a Skye.
Skye era una chica bajita y delgada que siempre llevaba unas gruesas gafas de pasta violeta y un mechón de pelo lila que volvía loco a Wes cada vez que se lo recogía tras la oreja. Sacudió la cabeza, no podía permitirse pensar así. Nunca sería correspondido y no necesitaba serlo.
Se quitó los cascos y se levantó de la mesa. Hasta sus ojos de búho necesitaban un descanso de la pantalla. Miró a su alrededor, pensando que podía hacer para pasar el rato. Recorriendo la vista por su habitación, llegó a su móvil. Normalmente su gruta de baladas melancólicas, pocas veces le servía de vía de comunicación. Pero una excepción la tenía cualquiera. Lo cogió y pensó con quién contactar. Definitivamente su padre no, jamás se atrevería a hablarle a Skye... ¿Quizás a Axel Blake? Wes no lo conocía de mucho, pero lo había observado lo suficiente para saber que no era un descerebrado quarterback que empinaba el codo todos los viernes o sábados. Sí, le daría una oportunidad.
"Hey, ¿qué tal?" - Apenas eran las diez de la noche, y Axel le respondió inmediatamente.
"Lol, ¿quién eres?"
¿Y si no había sido tan buena idea? ¿Tanta falta le hacía un amigo? Apagó el móvil. La respuesta era obvia. Wes por y para Wes. Esa era la única forma de sobrevivir en el instituto Covenwood. Se volvió a poner los cascos y se hundió en un mundo medieval digital.
                              * * *
Para cuando hubo acabado, eran más de las doce. Pronto empezó a notar una sensación familiar. Oh no. Wes sufría de unas jaquecas muy intensas que incluso lo dejaban inconsciente durante horas. Su padre siempre estaba junto a él y cuando se despertaba veía su cara sonriente a su lado.
Las paredes se arqueaban a su alrededor. Los mareos cada vez eran peores, sentía como si hubiera dado muchas vueltas y ahora le llegara el turno al mundo de girar más rápido que él. Tumbarse era peor, pero no tenía el peligro de abrirse la cabeza contra un mueble, así que aguantó el tirón.
Los mareos y desmayos habían comenzado cuando fue informado de que su madre había muerto y que no volvería jamás. Con solo ocho años, el mundo del pequeño Wes se desmoronó como un castillo de naipes, y esto le causó serios traumas, desde pesadillas hiperrealistas que lo hacían levantarse con palpitaciones y sudores fríos, hasta periodos de depresión donde no comía, no bebía y no se movía. Sólo miraba al frente, inexpresivo. Con el tiempo su padre decidió que lo mejor era poner tierra de por medio y mudarse a Covenwood. Los pocos amigos de Wes nunca volverían a verlo, ni él a ellos. Los síntomas fueron desapareciendo, menos estos desvanecimientos casi cruelmente periódicos que sufría; esos persistieron y empeoraron. Una mente complicada la suya.
Antes de poder evitarlo su vista se nubló, otra vez a la inconsciencia. El negro se fue extendiendo por sus pupilas hasta cegarlo, y perderse en un abismo de oscuridad.
Cuando despertó, estaba en su cama, donde se había tumbado y su padre lo zarandeaba con sangre en las manos.
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Tras la máscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora