Grito

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Escribo desde el sabor agrio después de que me hayan amargado un dulce, desde la esperanza abrazada del que cree que de la ceniza resurge el fuego, desde la ventana que se ha abierto cuando te han cerrado la puerta, en un quinto piso en el que mi número de la suerte ya no es más que un golpe seco contra el suelo. A estas alturas el puedo suena a miedo. Ese paladar férril que deja el morderse la lengua cuando no quieres escupir más dolor en palabras. Escribo mi mensaje de vete, con la mirada de quédate y la luz de una llamada perdida. Desde un buzón de voz en el que nadie lo vuelve a intentar a los tres tonos de llamada.

Con esa sensación que tiene una anoréxica muerta de hambre, un infiel echando de menos a su pareja mientras se tira a su amante. Escribo desde la rabia de un niño al que le prohíben pintar el cielo de rojo, desde la ignorancia del cojo al que pillamos después que al mentiroso. Lo hago derribando cada trozo de muro que construimos dentro de nosotros, creyendo que así, quizás, la angustia que precede al dolor desaparecerá.

Vivimos esperando trenes vacíos que no nos llevan a ninguna parte, en lugar de construir hogares en cada una de las columnas vertebrales que son capaces de sostener cuerpos, almas y mundos. Y por eso tambien escribo desde una vela derretida sobre una tarta de cumpleaños que nadie se ha comido, porque engorda. Desde la aceptación por educación, y los dos besos al encontrarte con el amor de tu vida después de años.

Encuentro la injusticia en cada baldosa rota de la calle, y entre las grietas de estos espejos que tengo por ojos, consigo escuchar a Macarni diciendole a Severitti: "Tanto buscar respuestas si ni siquiera nos hemos planteado las preguntas". Qué cojones estamos intentando averiguar? Qué queremos corregir en los demás si la primera mancha en la camisa somos nosotros mismos? Y como ese botón que se te cae del abrigo y nunca más vuelves a poseer, porque lo pierdes, creemos que nos echarán de menos cuando abandonemos sus vidas.

Nos obligamos a mirar al frente como si fuésemos a saber a donde vamos, pero si no sabemos cuál es el destino, nos puede dar igual el horizonte. "¡Levanta la cabeza!" le decían al soldado, que estúpido el que lo hace y no se da cuenta que también en los charcos se ve reflejado el cielo. Incendiamos los periódicos, gritamos a la televisión, enmudecemos a la radio, nos refugiamos en redes que dejaron de ser sociales hace mucho tiempo, para transformarse en trampas de cristal, pantallas que se convirtieron en máscaras en las que los niños juegan a ser adultos, los cobardes a valientes y los cabrones encuentran un sitio en el que galopar al trote de la maldad. Criticamos a los políticos, nos creemos honestos denunciando la corrupción y compartimos la foto de un niño muriendo abrazado por una playa griega, pero que hacemos? Nada, absolutamente nada.

Por eso escribo, porque al final las lecciones de moral sólo te las dan los más imbéciles, porque he visto ignorantes poniéndose en pizarras y escribiendo con la misma tiza con la que se dibuja la silueta de un muerto, que sumar es recopilar números, y no, se les olvida que uno más uno también es igual a nosotros. Que estoy HARTA de tanto escuchar el adjetivo joven para poder justificar mi rebeldía. Es muy pronto para ti, para que hagamos algo.

Que me vas a enseñar si fui yo quien inventó a los cuerdos para que me sacaran los ojos, para no ver un mundo tan cruel, tan odioso, tan gris, un mundo en el que ya no entrelazamos dedos sino cuchillos, no sabemos querer si no es deshuesando cada uno de los nudillos que se han negado a darnos la mano. Matamos sueños y esperanzas y lo llamamos defensa. A mí no me vengan con gilipolleces, a torear pueden irse a otros lugares, aquí hemos venido a sacar el toro a hombros, a bailar con los demonios, a posearnos en un cableado con olor a muerte y tacto a electricidad, sólo para batir las alas y alzar el vuelo, aunque sea por última vez.

Y aunque no suelo escribir con un fuego en las palmas, y mi madre me diría que la boca se me va a llenar de jabón, también sé que si hay tantas biografías de Kit Richards, es porque no la han visto cantando side cards en el coche, yendo a doscientos en cada puta curva y siempre, siempre sonriendo. Hoy no me importa, hoy lo digo, se pueden ir a la mierda todos los que vienen a morir, porque se dejan matar, y no hacen nada por luchar el cambio. Mientras, yo escribiré incendiando letras, únicamente para cambiarle el nombre a la revolución, y empezar a llamarla: Esperanza.

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