Quieren hacernos creer que de tal palo tal astilla. Pero lo único que dejan los palos son heridas. Hoy, la única forma de que mi corazón alze el vuelo, es que se lo coma un pájaro. Y quiero empezar, diciéndoles que clavarse un alfiler en la pupila, justo en el centro, suena mucho menos doloroso que pronunciar su nombre. Son las cuatro y media de una madrugada cualquiera, y ha vuelto a aparecer hasta en mis peores pesadillas, y tengo los ojos abiertos.
Quiero confesar ahora que el morado de mis ojeras, es el mismo que el de sus labios cuando tiene frío, y el últimamente tiene frío siempre. Es por eso por lo que no tengo sueño, aunque su plural me sobra, y más sabiendo que él es el dueño de todas y cada una de mis ilusiones, que ahora, poco a poco, se ahogan en el mar de los recuerdos.
Y es que, aunque pueda a sonar raro, el era ese tipo de persona que si se fuera de putas pediría abrazos. Se le notaba en la mirada cada vez que lo tenía cerca, que se fijaba en mi sonrisa, en mis ojos y en mis metas. Créanme cuando digo que si lo conocieran, empezarían a creer en la perfección. Me encantaba verlo después de lavarse los dientes, porque los labios le quedaban más rojos de lo normal.
Se precipitaban mis dudas por sus pestañas y se deslizaban las ganas. Desde la comisura de sus labios hasta su cuello. Sonreía, me abrazaba y me acariciaba los sueños. Me mordía la nariz y yo le atacaba la mejilla, me apretaba fuerte las manos y me mordía la barbilla. A partir de ahí, dejábamos que el amor nos dibujara en los rincones.
También me gustaba pillarlo con las manos en las manos y preguntarle: "¿Que haces?", mirarle la mano derecha y verla manchada de tinta, hasta que me cogía en brazos y me sentaba en sus rodillas para empezar a susurrarme que gracias a mí había conocido la poesía. Y me leía cada verso que escribía todas las noches. Me llamaba musa, me acariciaba con su nariz fría y de repente, aparecía una ritmia que latía su nombre en código Morse y todo mi cuerpo se bañaba de él.
Había veces en que le hacía cosquillas y acababa tirado en el suelo, riendo a carcajadas, con la boca llena de te quieros. También cocinábamos juntos y no me dejaba picar la cebolla, porque decía que por nada del mundo quería verme llorar, si no era de alegría. Todos los días cuando se levantaba, abría la ventana y me decía que por fin su sol iba a salir de la cama.Él no era de los que regalan flores, era de los que te secuestran un día para ir a verlas al campo, observar las nubes, bañarte en cualquier charco y juntar las estrellas. Y es que él, era toda la magia sin truco que había en el mundo. Lo escribo en pasado porque hace tiempo, este ideal del que les hablo, se convirtió en realidad. En la realidad de que hay imposibles, posibles de realizar. Pero les juro que lo quiero, aunque no existe, y sin conocerlo ya le hecho de menos.