36.

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Querido diario:

Debo confesar que me he estado sintiendo un poco solo y se debe a que no he bajado a ver a Samanta en dos días. He decidido castigarla por sus insoportables e incesantes gritos, porque a pesar de pedirle que guarde silencio ella no me ha hecho caso. Sin embargo, recientemente sus gritos no duran más de diez minutos o, por alguna razón cambia sus gritos por una corta melodía que tararea. Eso me hace pensar que quizás ha entrado en razón, ya que no la he escuchado gritar desde el atardecer.

Como sea, al no escuchar sus gritos ni su tarareo durante un largo tiempo, me acerqué a la puerta del sótano y pegué el oído en esta. Increíblemente tan solo pude escuchar mi respiración empañando el barniz de la puerta, así que con rapidez abrí la puerta y bajé las escaleras tan rápido como pude, intentando no tropezar con mis propios y así evitando romperme el cuello, por supuesto.

Ella estaba sentada en la cama, mirando un rincón obscuro de su habitación. En cuanto escuchó mis pasos volteó a verme. Su mirada denotaba cansancio, tristeza y un sinfín de sentimientos nefastos hacia mi persona, pero así mismo reflejaban lujuria, ¿y sabes qué? Creo que la lujuria resaltaba mucho más que todos los demás. Con lentitud me acerqué a ella a lo cual, en un giro inesperado, Samanta sujetó mi mano y me obligó a sentarme a su lado.

Oh, querido amigo... ella esbozo una sonrisa y con lentitud acercó sus labios hacia mi oído. En cuanto sentí su respiración mi piel se erizó, mientras que un escalofrío subió por mi columna. Luego de aquello, ella susurró una palabra.

­Bésame.

Luego de tanto tiempo sentí sus labios sobre los míos. Por primera vez era ella quien me besaba apasionadamente, pero nuestro dulce momento se vio arruinado por su crueldad, porque en cuestión de segundos sentí sus dientes apretando con brusquedad mi labio inferior. Era obvio que no iba a soltarme y que su intención era lastimarme, así que no tuve más opción que echar mi cabeza hacia atrás y fue en ese instante en donde comprendí que ese beso no era más que una trampa. Sin embargo, ¿era realmente una trampa? ¿O era su manera de excitarme? Honestamente no sabía la respuesta, pero en cuanto lamí la sangre no pude ocultar mi evidente erección.

Sin pensarlo mucho, sujeté con brusquedad su mandíbula y antes de que ella pudiera impedirlo, mi lengua invadió su boca. Fue tanta la excitación que sentí, que me era imposible controlarme y en un instante mordí tan fuerte que arranqué la punta de esta. De un fuerte empujón ella me lanzó al suelo, mientras que llevó ambas manos hacia su boca, mientras que una mueca de dolor se plasmó en su rostro.

Obviamente las lágrimas no tardaron en brotar de sus ojos y mientras limpiaba la sangre de mi boca, no pude evitar pensar que su actitud era completamente dramática.

De todas formas, no fue nada grave.

Creo que me he enamorado. [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora