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Querido diario:

Samanta ha estado dos horas sin parar de gritar que me odia con toda su alma. Que soy lo peor que le ha pasado y que no puede esperar la hora en la que me encierren. He estado pensando en amordazarla, aunque la idea de cortarle la lengua y terminar con su tediosa voz, ha cruzado mis pensamientos y me mantiene indeciso las veinticuatro horas del día. Por una parte, cortar su suave y cálida lengua sería la solución perfecta ante aquellos molestos gritos, pero he de admitir que me encanta poder sentirla cuando Samanta está dispuesta a besarme. ¿Pero sabes qué? La balanza comienza a inclinarse y desgraciadamente está ganando la primera opción.

Como sea, también he estado pensando que es hora de sacar el viejo manual de torturas y buscar uno apropiado para ella. Es como dicen las madres; si quieres llorar, te daré algo para que llores enserio. Mi frase para ella es algo diferente y si ella quiere gritar que me odia, le daré una verdadera razón para que grite y su odio hacia mí sea más profundo. He observado múltiples torturas, las cuales han llevado mi imaginación a nuevas alturas, pero tampoco quiero excederme y que acabe muerta. Es por eso que he optado por usar una menos leve, ¿la hará sentir mucho dolor? Oh, claro que sí.

Con la idea golpeando mi cabeza, llené un cubo con agua, agarré la batería del auto de mi padre y unas viejas pinzas con la que él pasaba corriente a otro auto. En cuanto ella observó los instrumentos que preparé para nuestra divertida noche, sus gritos cesaron y fueron remplazados por suplicas. No fue hasta que su espalda tocó la pared, que sus labios se cerraron a cal y canto, mientras que lagrimas brotaban de sus ojos.

Debo admitir que, aunque Samanta luchó duro para que no la atará en la cama, su larga huelga de hambre tuvo sus consecuencias. Al final sus fuerzas la abandonaron y no pudo hacer nada más que observar como preparaba las herramientas que me brindarían unas horas de diversión. Con cautela conecté los cables de corriente en la batería y en cuanto choqué las pinzas un fuerte sonido resonó por todo el sótano, mientras que ella no tardó en comenzar a gritar, pero claramente eran gritos leves ya que su boca estaba saturada de trapos.

Entonces, de un gran jalón la despojé de los harapientos trapos que cubrían su cuerpo, para luego lanzarle el balde de agua. Debo confesar que me resultó algo desagradable observar como la cristalina agua se oscurecía mientras se deslizaba por las piernas de Samanta. Ciertamente mi amor por ella sigue siendo lo bastante fuerte, pero observarla de esta manera... me causa un extraño sentimiento de rechazo. Y lo peor fue al momento de sacar los trapos de su boca para colocarle un protector bucal y así evitar que muerda su lengua en cuanto sienta la electricidad recorrer cada centímetro de su cuerpo. Su aliento apestaba a cloaca y sus dientes ya no tenían ese resplandeciente color que tanto amé. Antes de comenzar a aplicar corriente sobre su cuerpo, le aconsejé que si quería conservar su lengua no debía escupir el protector bucal.

Oh, querido amigo... en cuanto comencé, su cuerpo comenzó a estremecerse de una manera fascinante. Se ve tan linda cuando está desesperada y mucho más cuando suplica que me detenga.

Como sea, desde que inicié con la diversión, le he dicho lo mucho que la amo y que esto es un castigo que debe aceptar.

Creo que me he enamorado. [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora