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Querido diario:

Sé que no soy un experto cuando se trata de relaciones sexuales, aunque realmente creí que lo estaba haciendo bien, pero durante el acto Samanta no ha parado de llorar ni un maldito segundo. Verdaderamente no logró entender cómo puede llorar durante bastante tiempo, es como si fuera la diosa de alguna mitología y su persona sea conocida como "Samanta, la diosa de los lamentos" o algo por el estilo. Debo admitir que le he restado importancia a sus lágrimas y he continuado haciéndole el amor, pero idiota de mi al notar tarde la razón de su llanto.

Samanta no me advirtió que aún continuaba manteniendo su virginidad. Quizás por vergüenza o miedo, ella no dijo absolutamente nada y yo tan solo lo supe al mirar hacia abajo y notar que su sangre estaba manchando mis muslos y su cama. ¿Y sabes una cosa? Si hubiese hablado antes de que sucediera todo esto, quizás no me hubiese dejado llevar por el placer y no habría sido tan brusco. De todas formas, ya era demasiado tarde para hacer las cosas con delicadeza, porque el placer de estar dentro de ella era demasiado grande para parar o disminuir el ritmo y aunque ella no quiera aceptarlo sé que, al pasar de varios minutos, comenzó a gustarle.

¿Por qué estoy diciendo esto? Bueno, en cuanto mis embestidas comenzaron a ser más fuertes, ella clavó sus uñas en mi espalda. De un momento a otro, pequeños gemidos de placer comenzaron a brotar de sus labios, que eran interrumpidos en cuanto ella comenzaba a morderse el labio inferior. Es evidente que ella esperaba nuestra unión hace bastante tiempo y por unos minutos ella me demostró que había cambiado su manera de pensar, pero esa ilusión se vio destrozada en cuanto comenzó a apretar demasiado fuerte sus uñas en mi espalda. Ella rodeó mi cadera con sus piernas al igual que mi espalda con sus brazos y a pesar de mis órdenes de detenerse ella continuó clavando sus uñas, fue entonces que sin siquiera esperarlo Samanta apretó mi rostro contra el suyo y de una gran mordida arrancó carne de mi mejilla.

En cuanto me liberé de su mortífera trampa estrellé mi mano contra su mejilla, pero el placer era más grande que la rabia, así que sin dudarlo ni pararme a medir mi fuerza, mi puño chocó fuertemente contra su rostro. Si ella quería jugar rudo e infligir dolor, yo iba a seguir sus reglas.

La sujeté por la cintura y la obligué a colocarse boca abajo, para luego atar sus muñecas en la cabecera de la cama, mientras que coloqué varias almohadas debajo de su estómago. Con algo de esfuerzo extra conseguí abrir sus piernas y sin dudarlo la penetré analmente. Ella gritó de dolor y comenzó con sus inservibles suplicas de clemencia, pero no iba a echarme para atrás. Estas eran las consecuencias de su rudo juego y no estaba dispuesto a perder.

Al final, ella terminó aceptando que no iba a parar y que yo tenía la energía suficiente, además de la rigidez, para continuar durante toda la noche.

En todo momento le he susurrado al oído que ella es el amor de mi vida.

Creo que me he enamorado. [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora